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    29 de abril de 2024

RAUL HERAS

El 28 de febrero de 2021 se cumplen ocho años de la renuncia de Benedicto XVI. Quince días más tarde el Cónclave de cardenales elegía como Papa al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Los secretos de la “huída” los tenía un cardenal español y trataban de la economía vaticana. Trescientos folios secretos, claves para entender todo lo que ha hecho y quiere hacer el Papa que llegó del Sur.
Estaban ahí, agazapadas, emergiendo poco a poco, la España de las dos Españas, esa España bicolor que creíamos enterrada bajo el esfuerzo de concordia que supuso la Constitución de 1978, una Constitución mejorable como toda obra humana pero cuyos principios se han ido alterando poco a poco, con machacona insistencia por parte de los distintos Gobiernos - central y autonómicos - que durante 46 años la han deformado hasta hacerla irreconocible en su parte fundamental: dejar a los españoles que sean libres para vivir. Algo tan fácil de entender como complejo de cumplir.
Lunes, 29 de abril de 2024, la historia política de España cerrará uno de los capítulos más surrealistas de los últimos cuarenta y siete años. Dimita o no Pedro Sánchez de su cargo electo de presidente, se convierta en sucesora o no María Jesús Montero, se convoquen elecciones anticipadas para finales d julio o una nueva candidata/o socialista se presente a una nueva sesión de investidura, lo que tengo que escribir en primera persona, apelando a mi memoria personal y a mi experiencia profesional es que Pedro Sánchez me recuerda y mucho a Miguel Boyer cuando éste, como líder indiscutible de lo que Pedro Rodríguez, en su papel de cronista político, llamó “·beautiful People” , arrojó su carrera por la borda dimitiendo por amor.
La literatura universal está llena de locuras de amor. La política mundial está llena de locuras de poder. Juntar las dos en una carta de cien líneas enviada a través de las redes sociales y dirigida a los ciudadanos de un país no había ocurrido nunca. Hasta ahora. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, Secretario General del Partido Socialista y presidente de la Internacional Socialista lo ha hecho y se ha tomado cuatro días para deshojar la margarita del si o del no.

Es inexorable, imparable, incontenible, irrefrenable, incesante… todas estas palabras sirven para hablar del negro futuro de la izquierda que se construyó desde el fulgor popular del 15-M, aquel muy lejano mes de mayo de 2011. La construcción de una izquierda alternativa al Partido Socialista, que pudiera llegar al poder y cambiar el sistema capitalista en España, ha terminado en un rotundo fracaso. Destruido, destrozado, arruinado, derrumbado, roto… el sueño que encumbró a un grupo de jóvenes profesores universitarios a conseguir 70 escaños en el Congreso de los Diputados se está convirtiendo e una pesadilla para los que aún luchan en las trincheras de las urnas. Son muchos los culpables de ese quebrado espejo en el que comenzaron a mirarse viejas y nuevas generaciones. Sobre todo, dos por méritos propios: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz.
El presidente del Gobierno de España puede respirar tranquilo por unos días. No va a necesitar respiración asistida como sería si fuera Bildu el partido ganador. Mantendrá el inestable equilibrio político del que goza en el Congreso de los Diputados con ayuda del PNV y le ofrecerá a los “jetzales” la misma contrapartida en Vitoria. Por menos de 30.000 votos y con los mismos escaños en el Parlamento que Bildu, el Partido Nacionalista Vasco, con Imanol Pradales como candidato seguirá mandando desde la capital alavesa. Necesitará al PSOE para reeditar el pacto que les une en sus dos realidades, la vasca y la española. Intereses comunes que tanto Pedro Sánchez como Andoni Ortuzar buscarán rentabilizar al máximo a la espera de lo que ocurra en Cataluña.
Las elecciones en Euskadi este domingo, 21 de abril de 2023, sentarán las bases políticas de los próximos meses en toda España. Por primera vez una formación, Bildu, heredera de una organización terrorista como fue ETA aspira a convertirse en la primera fuerza en votos y en escaños, por encima de los partidos que han gobernado, no sólo durante la actual democracia, también desde los tiempos de la II República. Un vasco de primera generación de 48 años, Imanol Pradales, crecido políticamente a la sombra de José Luís Bilbao, se juega la lendakariza contra Pello Otxandiano, un vasco con ocho apellidos de la tierra y el artífice del cambio programático que ha dirigido Arnaldo Otegui. Uno de los dos necesitará a Eneko Andueza - convertido en la persona de confianza de Iñaki Arriola - para lograr la mayoría necesaria en el Parlamento y, de paso, evitarle a Pedro Sánchez la decisión de optar entre los radical y lo convencional.
Convertido en el más fiel de los aliados de Pedro Sánchez dentro del universo socialista, capaz de aparecer en los más variopintos escenarios nacionales e internacionales, José Luis Rodríguez Zapatero puede y debe transmitirle al mejor de sus “alumnos”, con permiso de José Blanco, la historia de su propio y anunciado final en La Moncloa, aquel dos de abril cuando a anunció que se marchaba y que nunca más sería el candidato del PSOE. Los pronósticos apuntaban a decisiones presidenciales que se tomarían tras las elecciones municipales y autonómica de aquel 22 de mayo. Situación muy parecida a la actual. El presidente Sánchez no ha mencionado sus deseos de dejar el poder, que no los tiene, pero mantener los sesenta escaños de sus socios tras los inevitables choques entre nacionalistas y el derrumbe de la izquierda se presenta como una misión de resistencia de “Manual”, al alcance de muy pocos.
Seis partidos políticos representados en el Parlamento vasco desde 2020 de los que votan sólo dos aspiran a gobernar. Los dos son nacionalistas y mientras uno, el PNV, se declara tímidamente independentista, el otro, Bildu, afirma una y otra vez que quiere llegar a la independencia por medios legales. Uno y otro reivindican un futuro “estado vasco “ en el que se incluya Navarra. El resto de las formaciones, muy a su pesar, son compañeros para la formación del futuro gobierno que salga de las elecciones del próximo domingo.

Si el presidente del Gobierno quiere que la gran compañía estratégica de este país, que es Telefónica, mantenga su españolidad frente a la llegada de la saudí STC de Bin Salman y los grandes fondos norteamericanos con Black Rock a la cabeza, necesita llegar a acuerdos accionariales con el presidente de Criteris y máximo accionista de Caixabank. Entre las dos entidades catalanas suman, de cara a la Junta General de este viernes, el 7 5% de las acciones. Con el futuro 10% del Estado y el 4,5% del BBVA España tendrá asegurado un paquete de control muy similar al que tienen otros países europeos en sus compañías de telecomunicaciones. No se puede olvidar que el Estado, tras la absorción/ fusión con Bankia, mantiene un 16,5% en la entidad financiera, convertida en el primer banco del país.
En las elecciones autonómicas de 2020 la mitad de los vascos que tenían derecho a votar se quedaron en casa. Cuatro años antes acudieron a las urnas un diez por ciento más. Este próximo 21 de abril veremos si sube o baja el porcentaje del evidente desencanto electoral de los ciudadanos de Euskadi por su propio gobierno. Sumemos a esa realidad matemática la desigualdad que existe entre las tres provincias a la hora de lograr un escaño en el Parlamento autonómico: en Alava se consigue un asiento con cinco mil votos, en Guipúzcoa se necesitan diez mil y en Vizcaya dieciséis mil. Es otra de las incongruencias que tienen las leyes electorales en España. No todos los votos son iguales.

Un simple cambio en la ley electoral reduciría la tensión política y los problemas entre autonomías y entre partidos. La ley es injusta en la representación política y otorga, desde los inicios de la democracia, un exagerado beneficio a los partidos nacionalistas, en contra de las formaciones con presencia en toda España.
Una boda dentro de la familia Borbón es un motivo tan bueno como cualquier otro para que el Rey Juan Carlos de un paso más en su regreso a España desde las arenas del desierto. Un paso necesario tras su voluntario exilio en Abu Dahbi y ya con la Princesa de Asturias como heredera legítima de Felipe VI. Un seguro para la Monarquía ante los nuevos ataques centrados en la Reina Letizia, por un lado, y el lodazal que envuelve a los partidos.

Los diez millones de españoles que viven en Euskadi y Cataluña, que hablan un mal español ( castellano ) y un aceptable vasco y catalán votarán en el próximo mes y medio por tener a 210 representantes de la soberanía popular de sus territorios en sus dos Parlamentos. pensarán que votan por sus señas de identidad, por unas mayores dosis de gobierno, por mejores servicios sociales, por más protección para los mayores, para más inversión en educación y sanidad. Es lo que les habrán dicho desde la derecha del PNV o Junts a la izquierda de Bildu o la Cup. Les estarán mintiendo, como llevan haciendo desde hace 40 años. No les descubrirán su verdad oculta: todos los votos independentistas son síntomas de dos graves enfermedades endémicas y difíciles de erradicar, el egoísmo y el rencor.

Si el presidente del PP quiere convertirse en presidente del Gobierno sólo tiene un camino: lograr la mayoría absoluta en unas elecciones generales. Lo consiguió José María Aznar y lo logró Mariano Rajoy. Esa es la esperanza de la derecha a nivel nacional. Sin esos 176 escaños en el Congreso conseguidos por sí mismo, el Partido Popular se encuentra con dos agujeros negros que le penalizan en su objetivo de gobernar en España. Euskadi y Cataluña tienen sus propias derechas nacionalistas, cada vez más alejadas de suscribir pactos de Legislatura con los populares. El independentismo se ha convertido en una línea roja que opera en los dos sentidos y, como veremos veremos en abril y mayo, cierra las aspiraciones de Núñez Feijóo para sentarse en el palacio de La Moncloa.
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