La democratización del bienestar financiero es esencial para garantizar un envejecimiento activo y saludable, según un artículo de CENIE. Este concepto va más allá de la cantidad de dinero que se posee; se trata de tener la libertad y el conocimiento para tomar decisiones financieras sin miedo. La inseguridad económica afecta a muchas personas mayores, limitando su autonomía y calidad de vida. Para abordar esta problemática, se proponen tres desafíos: reconocer el bienestar financiero como parte integral de la salud, ofrecer acompañamiento sin paternalismo y diseñar entornos que faciliten decisiones informadas. La educación financiera debe ser accesible para todos, convirtiéndose en un derecho colectivo que permita vivir con tranquilidad y dignidad. Para más información, visita el enlace original.
Democratizar el bienestar financiero: un derecho para todas las edades
El bienestar financiero se presenta como una base fundamental para un envejecimiento activo y saludable. No se trata únicamente de la cantidad de dinero que uno posee, sino de cómo se vive con él. La capacidad de elegir y de sentir que se tiene control sobre las finanzas es esencial. En una sociedad donde la longevidad es cada vez más común, este bienestar debería ser considerado un derecho colectivo.
Cuando hablamos de salud, cuidados y vivienda, a menudo pasamos por alto un aspecto crucial: la seguridad económica. Esta no solo está relacionada con las pensiones, sino también con la percepción subjetiva de tener control sobre las propias finanzas. La angustia y la dependencia son sentimientos que pueden evitarse si se comprende cómo manejar el dinero.
El bienestar financiero no debe ser visto como un lujo; es un elemento determinante para la salud mental, la autonomía y la calidad de vida. Sin embargo, su acceso sigue siendo desigual, afectando a diferentes grupos según su edad, género, nivel educativo y lugar de residencia.
Investigaciones indican que muchas personas mayores enfrentan una constante tensión económica. Esto no es resultado de irresponsabilidad, sino del contexto en el que han sido socializadas, donde poco se ha hablado sobre finanzas y donde trayectorias laborales dispares han sido penalizadas, especialmente en el caso de las mujeres.
La alfabetización financiera va más allá del conocimiento sobre productos bancarios; implica entender recibos, contratos y planificar gastos. Es esencial que las personas sientan que pueden tomar decisiones informadas sin depender de otros o temer hacer preguntas.
En una sociedad longeva, la inseguridad financiera actúa como un multiplicador de fragilidad. No solo empobrece económicamente, sino que también aísla e infantiliza a las personas. Por el contrario, cuando alguien siente que puede tomar decisiones económicas con tranquilidad, esto fomenta su participación activa en la sociedad.
No podemos permitir que la brecha económica se convierta en una brecha vital.
Derribar barreras hacia el bienestar financiero implica no solo educar, sino también regular y proteger a los ciudadanos. Es necesario dejar atrás la idea de que “cada uno se apaña” y reconocer que lograr libertad económica real requiere políticas públicas efectivas y un ecosistema ético entre los actores financieros.
Aparte de lo racional, es crucial abordar las emociones relacionadas con el dinero: miedo, culpa o vergüenza son sentimientos comunes que deben ser considerados en esta discusión.
Hablar sobre longevidad implica abordar el derecho a envejecer con autonomía. Esto incluye poder revisar cuentas bancarias sin ansiedad y tomar decisiones sin temor al juicio ajeno.
El bienestar financiero no debe seguir siendo un privilegio reservado a unos pocos informados; debe transformarse en una garantía colectiva para todos. Porque vivir más debería significar también vivir con mayor tranquilidad.
¿Qué consejo darías hoy a una persona joven sobre su futuro económico?