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Putin lee a Tolstoi y sueña con el imperio europeo que se creó desde el Rusk de Kiev
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Putin lee a Tolstoi y sueña con el imperio europeo que se creó desde el Rusk de Kiev

jueves 21 de agosto de 2025, 16:57h

Para entender las razones que tiene Vladimir Putin para no destruir Kiev y acabar con la guerra es necesario leer la gran novela del conde Nicolaievich Tolstoi escrita a partir de 1865 por entregas en la revista “El Mensajero ruso” y editada como libro cuatro años más tarde. En “Guerra y Paz” están todas las claves que explican el deseo del presidente ruso de ganar la guerra de Ucrania sin tener que destruir su capital. En Kiev nació el “alma” de un Imperio que abarcaba gran parte de la actual Polonia, toda Bieolorusia, parte de Turquía y proporcionaba a los Zares una posición de privilegio en el Mar Negro y su salida al Mediterráneo.

Es posible que en algunas de sus reuniones Putin le haya entregado a Donald Trump una copia en inglés de la obra de Tolstoi y que el presidente norteamericano haya entendido el fondo del mensaje, algo que parece que se resisten a entender los mandatarios de la Unión Europea: Para Rusia, Ucrania es parte inseparable de su historia, tanto para salvarla de su posible destrucción como para impedirla que se convierta en una pieza más de la vanguardia de la OTAN frente al siempre recordado - también en términos religiosos - Imperio de la Europa Oriental.

El autor de Guerra y Paz ya vivió la ambición rusa de estar presente en el estrecho de Los Dardanelos, la puerta del Mar Negro y el paso obligado de una parte de su flota, tal vez la misma que hace unos meses cruzaba el estrecho de Gibraltar y hacía parada en la base española de Cartagena vigilada muy de cerca por la armada de nuestro país como miembro de la OTAN. Es muy práctico recordar que la historia tiene la costumbre de repetirse, y varias veces.

Quince años antes de que la última página de Guerra y Paz saliera de la imprenta y al conde Bezeschov le sirviera para vivir en la ficción literaria lo que no había vivido en la vida real con el descenso a los infiernos de las cárceles de Moscú y el ascenso a la gloria de los palacios de San Petersburgo, Lev Nicolaievich Tolstoi se convierte, sin quererlo, en cronista de guerra durante el asedio que las tropas turcas, inglesas y francesas someten a una Sebastopol defendida por soldados rusos durante once meses de 1854. Las tropas que ayudan hoy al gobierno de Zelensky son de más naciones y menos “publicadas” pero tienen el mismo fin.

La narración de los horrores que el joven conde contempla desde su puesto de Alferez de artillería antes de regresar enfermo a su casa de Yasnaia Poliana, a mil cien kilómetros de la destruida ciudad de Crimea, ha impregnado la conciencia rusa y es más que posible que sea la mirada del autor de Ana Karenina la que aparezca en los ojos de un nacionalista tan apegado a la historia imperial de su patria como Vladimir Putin.

El último párrafo de sus crónicas describe la sensación que el pueblo ruso tuvo durante cien años, hasta que a mediados de los cincuenta del siglo pasado Nikita Kruschev traspasara el dominio soviético - que no ruso - de la Península a una Ucrania que en ese momento era parte de aquel otro imperio que fue la URSS. Sesenta años más tarde esas líneas cargadas de amargura y deseos de venganza que Leon Tolstoi escribió resucitan para explicar la parte más anímica y moldeable de lo que está ocurriendo en la crisis ucraniana, junto a la geopolítica económica, industrial y militar de la salida de Rusia al Mediterráneo desde el Mar Negro y los estrechos del Bosforo y los Dardanelos.

Son unas pocas líneas pero tras ellas se descubren las raíces del problema: " Al llegar al extremo del puente, cada soldado, con poquísimas excepciones, se descubría persignandose; pero además de este sentimiento experimentaba otro mas profundo: una sensación próxima al arrepentimiento, a la venganza, al odio, y con indios reprobé amargura en el corazón, suspiraban todos penosamente, proferían entre dientes terribles amenazas contra el enemigo y lanzaban, al llegar a la costa norte, la última mirada sobre Sebastopol". No creo que el presidente ruso esté dispuesto en estos días de 2025, ciento setenta años después de que lo hiciera su admirado escritor, a mirar a la ciudad que sirve de gran base de su flota, desde el puente para decirle adiós. Puede negociar territorios y formas de encaje dentro de la Federación rusa pero no abandonar.

Al igual que sucedió en la antigua Yugoslavia del mariscal Tito, troceada a partir de 1999 en ocho nuevos países tras una guerra de diez años por el aliento "occidental", y sobre todo alemán a unas reivindicaciones nacionalistas que le iban a proporcionar en bandeja nuevos mercados y zonas de expansión, con menor capacidad de interlocución y respuesta dada la debilidad del conjunto resultante, la solución de la crisis de Ucrania lleva el mismo camino y hubiera sido deseable que con muchas menos muertes y menos dolor para sus ciudadanos, que no para la elite dirigente más preocupada por su propio poder que por el futuro de los que dicen representar, estén en una u otra de las orillas del Dnieper, el gran río que puede convertirse en la frontera natural de las dos Ucranias, la pro occidental y la pro rusa.

Si hace más de cien años lo que hoy conocemos como Ucrania se repartía entre la Rusia de los zares y el Imperio Austro húngaro, echar la vista un poco más atrás nos daría una imagen totalmente desconocida y hasta desconcertante: desde Kiev se gobernaba el mayor imperio europeo bajo la dinastía de los Rusk, con mezcla de etnias y religiones y con una extensión que abarcaba todo lo que hoy es Rusia, lo que es Bielorusia, una parte de Turquía, una parte de Polonia...la historia es buena consejera si se aprende de ella para no repetir los errores y repetir las tragedias.