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Siete presidentes en busca de más dinero para una Cataluña diferente
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Siete presidentes en busca de más dinero para una Cataluña diferente

lunes 05 de julio de 2021, 11:58h
Es una constante desde que se inició la actual democracia. Cambian los rostros y las siglas pero se busca lo mismo. Lo que no se atrevió a plantear abiertamente Jordi Pujol, ni quisieron hacerlo Pascual Maragall y José Montilla, lo empezó llevando a cabo Artur Mas, le siguió el rumbo Carles Puigdemont, lo acentuó Quim Torra y lo ha heredado Pere Aragonés. Siete presidentes muy distintos política y socialmente pero que confluyen en una misma idea: quieren más dinero para una Cataluña diferente.

El actual presidente de la Generalitat ha aprovechado el resultado de las últimas elecciones en Cataluña y las ha convertido en un acto soberanista de baja intensidad. Pide amnistía pero se conforma con los indultos, exige un referendum pero acepta que sea pactado y que se celebre cuando toque. Mira a su derecha y ve al “exiliado” de Bruselas y mira a su izquierda y ve a Salvador Illa, el ex ministro que soñaba con emular a Maragall y puede quedarse como un sucedáneo de Miquel Iceta. Más allá, por un lado y por otro aparecen Vox y la Cup.

El centrismo liberal que quiso representar Ciudadanos no ha desaparecido de la burguesía catalana. Ha muerto el partido que se montó para que la representara por las sucesivas meteduras de pata de sus dirigentes. La tentación de desplazarse a Madrid en busca del poder que da el Gobierno de la Nación fue tan grande que se marcharon sin pensar en las consecuencias. Sin Rivera y sin Arrimadas las siglas estaban condenadas a desaparecer.

Si el actual Gobierno de Aragonés consigue que la coalición funcione por lo menos hasta que se celebren las elecciones generales, sean adelantadas o en noviembre de 2023, con los presos en la calle y los “fugados” pudiendo volver, la representación que obtengan en las urnas las tres fuerzas soberanistas marcarán el doble futuro de la política en España y en Cataluña. Sus 23 votos pueden volver a ser cruciales para que el PSOE de Sánchez pueda mantenerse en el poder, y la disputa entre ERC y Junts xCat decidirá si la Generalitat avanza por el camino del diálogo o por el del enfrentamiento con el ansiado Referéndum como pieza de intercambio y negociación.

No está de más recordar que tras la manifestación multitudinaria de la Diada y la negativa del que era entonces presidente del gobierno central, Mariano Rajoy, de negociar un nuevo pacto fiscal, la estrategia del líder de la desaparecida CiU creyó que podía jugar con muchas bazas a su favor: la primera, el descontento general en toda España hacia las políticas que estaba aplicando el PP para salir de la crisis, con unas alternativas populistas y cargadas de demagogia pero efectivas entre unos ciudadanos que veían cada día más y más recortes, sin que se les ofrecierann salidas a corto y medio plazo.

La segunda, su convencimiento de que muchos votos de otros partidos y formaciones podían ir a engrosar los de la coalición, desde los que consiguió Solidaritat, la formación de Joan Laporta - hoy convertido de nuevo en presidente del Barcelona - que contaba con cuatro escaños en el Parlament, a los que había que sumar los que consiguió ERC con Joan Puigcercós, traducidos en diez parlamentarios, e incluso una parte de los que votaron al PSC, que encabezaba en aquellos momentos el ex- presidente Montilla.Artur Mas buscaba llegar a los 168 de la mayoría absoluta y poder "mostrar" el apoyo que el pueblo de Cataluña daba a su proyecto y poner en marcha las siguientes fases de su "camino de transición nacional".

Y una tercera, que tiene mucho que ver con el actual esquema de equilibrios a nivel europeo e internacional, dentro de una realidad económica en la que los países más grandes y fuertes ven como los más pequeños y débiles carecen de los recursos necesarios para afrontar las batallas financieras e industriales que plantean las grandes corporaciones.

Desde el actual gobierno de la Generalitat están convencidos de que su futura independencia, a través de cauces democráticos, se aceptaría por parte del resto de países, ya que se enmarcaría en lo ocurrido con violencia en centro Europa, en los procesos que están teniendo lugar en Canada, Escocia y Belgica; e incluso en la fórmula de estado asociado que tiene Puerto Rico respecto a Estados Unidos.

Lo que dicen los números es que Cataluña es la Comunidad autónoma más endeudada de España, tanto en cifras absolutas:, como en ratio respecto al PIB , un 22%, muy por encima de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, que se queda en el 9,1% en porcentaje del PIB. Cataluña tiene casi un tercio de la deuda total de las Autonomías, que supera los 150.000 millones. Aquí está la primera de las razones "ocultas" que llevaron a Mas y hoy a Aragonés a dar los pasos que está dando. Se ve incapaz de reconducir la situación sin tener que "pagar" el precio del enfrentamiento con sus votantes por las medidas brutales de reducción del déficit que tiene y tendrá que tomar, con camino independentista o sin él. La segunda de las razones "ocultas" está en los casos de corrupción que afectan a la formación nacionalista, desde el sumario del Palau de la Música, a los de los hospitales o aquellos en los que aparece como implicado Oriol Pujol, uno de los delfines del proceso independentista que sucumbió a los ojos de la investigación de la corrupción en Cataluña..

Hay que tener en cuenta un factor global e histórico sobre el que se asienta el desafio del máximo responsable de la Generalitat: el estado español, los sucesivos gobiernos democráticos que han dirigido España, desde Adolfo Suárez a Pedro Sánchez pasando por José María Aznar y Mariano Rajoy; y Felipe González y José Luís Rodríguez Zapater, que han hecho dejación continuada de sus obligaciones constitucionales y jurídicas respecto a Cataluña.

Han permitido una continua escalada de reivindicaciones y hechos diferenciales a cambio de un puñado de votos que les permitieran de forma puntual conseguir las mayorías necesarias para gobernar desde Madrid. Y eso en coincidencia con una pertenencia a Europa que limitaba las potestades de los Ejecutivos nacionales de los países o naciones miembros.

Ahora, cuando el estado está muy débil, cuando el alejamiento de los ciudadanos de los representantes políticos es más evidente, los nacionalismos - que reivindican lo pequeño y excluyente frente a lo general y unitario - tienen mucho ganado para su causa. Los problemas, así, siempre tienen un culpable exterior, una fuerza ajena que impone unas normas que van contra los ciudadanos y la mejor forma de oponerse es reivindicar lo propio y más cercano. Un razonamiento que se derrumbaría al día siguiente de conseguir esa "independencia", pero que funciona hasta ese momento.