www.cronicamadrid.com
Los errores que comete el PP y no debería
Ampliar

Los errores que comete el PP y no debería

viernes 08 de junio de 2018, 09:57h
El portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, es tan educado que hasta cuando “muerde” a los rivales lo hace dentro de los cauces reglamentarios y siempre cuando se lo ordenan los que le mandan. Pueden acusarle de equivocación muchas veces, pero nunca de deslealtad o de defraudar a los suyos. Prometió ya en el debate sobre la moción de censura que si su partido pasaba a la oposición no iba a darle ni un minuto de tregua al futuro gobierno de Pedro Sánchez y lo está cumpliendo.

No acababan de jurar su cargo y oficializar el traspaso de poderes los nuevos en cada Ministerio cuando ya estaba pidiendo en el Congreso la correspondiente sesión de control y el prometido ( por Rajoy) debate sobre el estado de la Nación. Los demás grupos le han pedido calma y sosiego, que habrá muchos miércoles para preguntar y muchas semanas para hablar del estado de España. Las prisas no son buenas casi nunca y menos cuando el lunes se dará el pistoletazo de salida dentro del PP para que los que aspiran a suceder al expresidente enseñen sus cartas y sus justas ambiciones.

Es posible que Hernando se haya dejado llevar por ese primer impulso del miedo a perder el puesto, sobre todo cuando a uno le dicen que la que ha sido su jefa quiere quitárselo. Es humano, comprensible y hasta disculpable en alguien con menos experiencia; nunca en él, que ya ha lidiado en el Hemiciclo con adversarios de todos los calibres y nunca ha dejado traslucir que sintiera miedo a que le rompieran la taleguilla.

Se equivoca el portavoz parlamentario de la derecha española y se equivoca la derecha española si cree que con esa estrategia va a reponerse del durísimo golpe que significa perder el poder cuando todo parecía atado y bien atado para llegar al final de la Legislatura y con un líder que aseguraba a todo el que quisiera oírle o ponerle un micrófono delante que se sentía con fuerzas para seguir y encabezar de nuevo la oferta electoral de su partido a mediados de 20120.

Son tantas las cosas que han pasado en la vida política española por primera vez y en tan corto espacio de tiempo que el reajuste de posturas se hace necesario e imperiosamente novedoso. Si tras la victoria de Pedro Sánchez y su llegada al poder a través de la moción de censura el centro derecha español quedó en estado de shock - tanto o más Ciudadanos que el propio PP - su reacción tiene que pasar por las neuronas que dicen habitar en el cerebro y no por las glándulas que habitan en la entrepierna.

El presidente Sánchez ha presentado un Gobierno que coloca a sus rivales ante un doble reto, si es que quieren salir de la forma más rápida posible del pozo al que les ha enviado ( y ahora hay que extender esta bajada al purgatorio de la cosa pública a la banda izquierda de nuestra política que ya está dando muestras del mismo desasosiego ) si se observa la mayoritaria buena acogida a la composición del mismo: en Podemos tienen que acomodar el mensaje sobre temas sociales que con el PP en el poder eran fáciles de transmitir a la sociedad española; y en Ciudadanos tienen que reponerse de la previsible bajada del suflé demoscópico en el que se habían instalado tras meses de subida incesante. Ninguno de ellos tiene necesidad de cambiar de liderazgos, seguirán Pablo Iglesias y Albert Rivera, el primero con todas sus contradicciones y sus diferencias con el enjambre de siglas y postulados maximalistas a nivel ideológico que le rodea, el segundo por ser la piedra angular del proyecto que aún no ha cuajado del todo como partido.

En el Partido Popular las cosas son muy distintas. Tienen que cambiar de planteamiento de gobierno y de ofrecimientos a la ciudadanía pero también de dirigentes. Con otro equipo de Pedro Sánchez en la gobernanza del país podrían haber jugado la baza de la continuidad y la serenidad ante lo que presumían iba a ser una mala mezcla de partidos, ideologías y postulados económicos y sociales para España, el famoso “Frankestein” por piezas malamente ensambladas por un cirujano inexperto al que le había sonreído la suerte, y los pocos escrúpulos para pactar con todos aquellos que le sumaran los 176 votos necesarios para su moción.

Han tenido que comprobar, muy a su pesar para muchos y muy acertadamente visto por los menos, que desde el primer momento, con la presentación por etapas del nuevo equipo las cosas en la España política han cambiado para siempre. Ya estamos en otra época. Ahora, de verdad, ha comenzado la segunda Transición. Diferente pero con los mismos grandes objetivos que la primera: mantener la democracia parlamentaria y mantener a salvo la Monarquía.

Al flamante ministro de Exteriores, Josep Borrell, le han seguido los demás, cada uno con su mensaje sectorial y bien dirigido a las fuerzas sociales, económicas y políticas para las que se han pensado: unidad de España frente a los separatistas, mucha Europa en unos momentos en los que la propia unidad de la UE se resquebraja tras la formación del gobierno italiano, cambios en sanidad y educación hacia los menos favorecidos, guiño monumental a las mujeres con once ministras... y hasta con dos cerezas encima del pastel como son el ministro de Cultura al que no le gusta el deporte y el secretario de Estado de Comunicación al que si le gusta la televisión, la radio, las noticias y es capaz de explicarlas con mucha solvencia y sin necesidad de guión.

El cambio en el Partido Popular, sin es que aspira a mantenerse como eje del centro derecha en España y sabiendo que va a tener que competir aún con más dureza e inteligencia con Ciudadanos que hasta ahora, tiene que ser mucho mayor de lo que estaban pensando. Si se quedan a medias volverán a darle alas a sus inmediatos rivales y muchos metros de ventaja al renacido PSOE, al que por cierto su líder Pedro Sánchez le ha puesto las bridas transmitiéndole un mensaje muy claro: he hecho el gobierno que he querido, sin consultar con el aparato del partido, ni con sus barones territoriales, y con una tercera parte de independientes. Puro y duro presidencialismo, tal y como parecen señalar los tiempos en todo el mundo: miremos a USA, a Rusia, a China, a Francia. Equipos de gestión, transversales, elegidos por el líder y que basan su permanencia en el poder en la eficacia, sin muy pocos colores. Y a veces sin ninguno, como es el caso del nuevo jefe de Gabinete de Pedro Sánchez.