RAUL HERAS

Puigdemont, el estorbo necesario que temen y aman Sánchez y Feijóo al mismo tiempo

Raúl Heras | Martes 02 de diciembre de 2025
Con veinte años, el Carles Puigdemont que consiguió convertirse en presidente de la Generalitat el 11 de enero de 2016 militaba en el partido que tenía como jefe a Jordi Pujol, y trabajaba como periodista en el diario “El Punt”. Quería lo mismo que desea ahora y defendía la independencia de Cataluña de la misma forma que lo hizo años más tarde su antecesor al frente del gobierno catalán, Artur Más, con los cuatro puntos que le darían a Cataluña la condición de Estado y fuera de la estructura territorial de España. El no ha cambiado, lo han hecho los otros, los socialistas que encabezan Pedro Sánchez y Salvador Illa, y los populares que tienen a Alberto Núñez Feijóo y a Alejandro Fernández como referencia de la “españolidad” que defendieron de forma tan equivocada Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidente que puso despacho en Barcelona para intentar la misión imposible de convencer al independentismo de renunciar a sus exigencias.



A Puigdemont le sigue dando un protagonismo exagerado el actual presidente del Gobierno, en un nuevo intento de conseguir unos Presupuestos Generales del Estado y con la crítica amainada del lider del Partido Popular y su particular “guarda de corps” con Miguel Tellado y Cuca Gamarra a la cabeza. El primero quiere los siete votos que controla el fugitivo en el Congreso de los Diputados para llegar hasta junio de 2027; y el segundo quiere esos mismos votos para atreverse a presentar una moción de censura ganadora, dando por hecho que tanto el Junts de Puigdemont como el Vox de Santiago Abascal se sentarán en la misma mesa con el único objetivo de expulsar al PSOE de La Moncloa.

Aquel 11 de enero de 2016, Carles Puigdemont se convirtió en el 130 presidente de la Generalitat gracias a los 62 votos de la hoy Junts y los ocho de la Cup, que vió como dos de sus representantes decidían abstenerse. Frente a esa suma de independentistas estaban los 63 diputados de Ciudadanos, el PSC y el PP, insuficientes para impedir la mayoría absoluta en la votación de investidura. Artur Más, el primer culpable del rápido ascenso de Puigdemont, se echó a un lado para no molestar y la vieja guardia de Convergencia ya había perdido la fuerza que tuvo co el liderazgo del Jordi Pujol, que hoy se sienta en el banquillo de los acusados junto a sus siete hijos.

Las primeras palabras de Carles Puigdemont, el antiguo alcalde de Girona, ya como presidente no dejaron lugar a ninguna duda: “Visca Catalunya Llibre”. Una tímida advertencia de Mariano Rajoy desde Madrid para señalar la inconstitucionalidad de la proclama y de los deseos que encerraba y poco más. Ciudadanos se disolvió poco a poco tras la marcha de Albert Rivera y de Inés Arrimadas a Madrid; y el PSC aceptó como inevitable que Miquel Iceta hiciera lo mismo. A Cataluña se la veía como un territorio hostil y se dejó durante casi diez años que el timón de ese proceso estuviera en manos de Puigdemont y del hombre que, desde dentro del mismo, le disputaba el primer lugar, un Oriol Junqueras que deseaba una Cataluña independiente pero menos agresiva.

Hoy, con el independentismo en descenso y un president socialista como Salvador Illa, tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo se empeñan en darle al denostado, temido y mal amado ex presidente el papel que más le gusta al político gerundense desde el exilio: me necesitan para sus planes inmediatos y ese es mi valor político. Ni el lider del PSOE, ni el lider del PP se plantean que un acuerdo de mínimos, mínimos, entre ellos dejarían fuera de juego las exigencias nacionalistas. Hasta las elecciones generales seguirá todo igual para cansancio de los casi cincuenta millones de españoles.


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