A los miles de seguidores del Partido Popular, que se concentraron cargados de banderas española para exigir la rendición incondicional del malvado Pedro Sánchez, puede que la historia de Egipto y sus dioses de hace cinco ml años les importe un bledo. Y hacen mal: ese pequeño templo - si lo comparamos con los que existen bajo la alargada sombra de las tres majestuosos pirámides de Giza - fué un regalo que el entonces presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, hizo a la España de Francisco Franco por la ayuda de nuestro país para salvar la parte de los monumentos que la construcción de la gran presa de Assuán iba a dejar bajo el agua. De militar a militar y de Jefe de Estado a Jefe de Estado. Franco se convirtió en el líder de los militares que se alzaron contra la República, y Nasser se hizo líder de los militares que dieron el golpe de Estado contra el corrupto régimen del Rey Faruk, tras haber participado como comandante en la primera gran guerra contra Israel en 1948, que perdió el mundo árabe.
Núñez Feijóo o Díaz Ayuso podían haber arengado a los suyos bajo la advocación de la historia. Habria sido todo un guiño a ese bulevar de los sueños rotos que sirvieron a Joaquín Sabina para despedirse de su Madrid de siempre y puede que hasta de sus viejas raíces del comunismo de la clandestinidad. En 1994 era un homenaje que dedicó, junto a Alvaro Urquijo, a la Chavela Vargas que apuraba los últimos tragos de tequila; en este último fin de semana esos versos pudieron convertirse en el pañuelo, contenedor de lágrimas, para una izquierda que contempla, sin entender, las razones por las que los obreros se disponen a votar a la derecha más derecha de las que existen en España. Yolanda Díaz, desde la sala de prensa del Cosejo de Ministros, pidió salir a las calles para mostrar la repulsa a los jueces que acaban de condenar al que fuera Fiscal General del Estado, y quién salió a esas mismas calles ha sido la derecha a la que, según la líder de Sumar, “obedecen” esos mismos cinco jueces. La paradoja no puede ser más evidente.
Aquellos eternos dioses representados en Debod vieron, desde sus réplicas en piedra, como el Imperio de los faraones era sepultado por las arenas del desierto; hoy los dioses de la revolución proletaria, los dioses que han servido durante cien años para que los oprimidos se levantaran contra los opresores contemplan como la historia convierte los sueños rotos en cenizas. Llora Sabina en su adiós y deja en el aire las más de quinientas noches de amor y besos, las más de cien mentiras que se escucharon en el mitin de Núñez Feijóo en la fría mañana de este domingo tan castellano como castizo.
No era la Isabel presidenta a la que dedico su última canción don Joaquín, el bardo de voz rota y superviviente de los sueños de varias generaciones. Su Princesa era otra, lejana, autodestructiva. Sin perro que le ladre. Las canciones tienen la enorme virtud de vivir más tiempo que los insultos y hasta son capaces de convertir los Códigos de las Leyes en materiales de derribo. Lo han hecho tantas veces a lo largo y ancho de los siglos que logran anestesiar las conciencias y dejar que unas cervezas y un bocadillo de calamares sirvan para enterrar, entre las palabras que se dicen y se escriben en los medios de comunicación, el reparto del tesoro entre dos jugadores de ventaja.