Tur Torres

La España que arde en la playa lejos de las miradas políticas

Tur Torres | Jueves 14 de agosto de 2025
Las arenas de Ibiza despiden más calor que las palabras de los políticos, siempre dispuestos al insulto desde la lejanía de sus vacaciones. Es la España oficial, la que escucho y veo cada día. Hoy me quedo con esta otra de la que no hablan los medios de comunicación, de la que nos olvidamos salvo para acusar a sus protagonistas de todos los delitos posibles. A algunos les conozco desde hace años y tienen su propia historia.


Se hace camino al andar y eso lo sabe muy bien Amadou Fall que tiene 31 años y no ha oido hablar nunca de Antonio Machado y de Joan Manuel Serrat. Tiene la piel de un negro mate. Rie con facilidad pero cada dia se le nota mas cansado. Es de Dakar, Senegal, como todos los negros que recorren la playa de punta a punta vendiendo gafas de marca falsificadas, bolsos de marca falsificados, pañuelos de marca falsificados, copias de CDs...No se cansan nunca de ofrecer sus productos, llegados en contenedores al puerto de Valencia desde la cercana Italia, al enjambre de cuerpos apiñados en la arena siempre dispuestos a un último regateo.
Basta una mirada para que aparezca la oferta y el deseo de bajar la primera oferta, que empieza por el triple del valor que están dispuestos a aceptar. A veces más , depende de la hora. Por la tarde, cuando las hamacas comienzan a estar vacias y el sol se pone detrás de los pinos de la colina que cierra por el sur Las Salinas, todo baja de precio. Se trata de no regresar al piso alquilado sin haber vendido nada.
Amadou solo lleva bolsos, la mayoria de Louis Vuitton, la marca junto a Gucci más falsificada, modelos de años atrás pero que sirven para que italianas y francesas, que son junto a las españolas las mas voraces en cuanto a lucir marcas en sus complementos, entren en la mecánica del regateo. Todos los dias, al igual que sus compatriotas cambia de vestimenta. Al cliente tiene que parecerle que junto al cambio está el cambio de mercancia, que lo que se le ofrece hoy no es lo mismo que ayer, que lo es. Las mismas gafas, los mismos bolsos, los mismos pañuelos, los mismos discos...
Ellas no, ellas lo que ofrecen son peinados, pequeñas y largas trenzas que partan el pelo en canales que elaboran a velocidad increíble. Les has salido unas competidoras temibles llegadas de Asia con sus masajes a precio de saldo.
Fall es Fall por partida doble. Su madre es de la misma tribu o etnia o familia que su padre. Los dos son Fall. Ella es la tercera mujer del Fall padre que vive en Dakar, ya jubilado y viiendo muy bien, como se encarga de recalcar Amadou gracias a las "contribuciones" que le pasan sus dieciocho hijos, los últimos tenidos con una cuarta mujer. Ahora vive con las dos últimas, aunque sería mejor decir que trata a las dos últimas. Cada uno vive en su casa, en la capital del Senegal.
Amadou ya ha tenido a su primera mujer y a su primer hijo. Lleva siete años en Europa y en ese tiempo apenas ha visto al niño dos meses. Se separó y ahora quiere volver a Dakar a encontrar otra esposa. Dice que será la última, pero es difícil de creer si, como asegura de forma inmediata, quiere tener diez hijos. No dieciocho como su padre, ni cuatro mujeres, pero si diez hijos. Para asegurar su vejez. Tiene derecho a cuatro mujeres, pero dice que se conforma con dos. Y se rie con esa sonrisa triste y lejana que le aparece en el rostro cuando habla de su tierra y de sus sueños.
Nadie se marcha de su tierra, dice, si puede quedarse. Nos marchamos cuando no tenemos nada o cuando lo que tenemos no nos da para vivir. Nos echa de nuestras casas la desesperanza, el no tener, ni ver ese futuro con el que hemos soñado mientras eramos niños. No te lo dice así, pero es eso lo que piensa, lo que transmite en un más que aceptable español.
Aprende nuevas palabras cuando no entiende el significado de algunas que empleas mientras le preguntas por su trabajo de antes: era soldador en Dakar y me fui a Alemania con un visado Sengen, a trabajar allí pero duré solo ocho meses. No me gustaba el clima, ni la forma de vida. Me marché a Italia, ya sin permiso y de Milan a Zaragoza donde estuve un año trabajando en la Opel y luego aquí, a recorrer las playas en verano vendiendo lo que nos mandan de Italia y Grecia en contenedores.
Son tambien senegaleses los que van a comprar allí, compran mucho y luego se lo mandan en contenedores a Valencia. Y desde allí lo reparten por toda España. Es una cadena. Y ahí aparecen Abu y Alex, los mas veteranos del grupo. Llevan mas tiempo y han ido incorporando a mas y mas compatriotas a la red de distribución. Los dos ayudan al resto, les enseñan a vender, a escaparse de la policía municipal, a negociar con ellos cuando se puede, que son muchas veces, a no resistirse cuando les pillan y les quitan todo lo que llevan y las ganancias de lo que han vendido.
“ A unos les respetamos - cuentan - hacen su trabajo como nosotros hacemos el nuestro, a otros no, a otros se les ve que quieren hacerte daño, que te graban con sus móviles, o lo que es peor vuelven a vendernos a unos lo que les han quitado a otros. Uno de los mas jóvenes es el peor, ese te trata como si no valieses nada, como si para el fueses una mierda y te lo dice. Pero luego te vende lo que les ha cogido a los otros... si así funciona esto.”
Junto a los negros pobres estamos los blancos ricos. Ellos tienen que recorrer la playa cincuenta veces cada día; nosotros nos tumbamos al sol, comemos en los restaurantes y hasta nadamos en las aguas que conquistan presumidos los yates de los aún más ricos.
Las intensidades de la negritud caminan buscando aquellas zonas en las que aparecen los turistas con mayor poder adquisitivo o con mas ganas de compra, compitiendo con los blancos argentinos que ofrecen bebidas ( mojitos ) al instante y los gitanos cargados de cervezas y fruta recién cortada. Todos buscan lo mismo.
En ese zoco que arde en agosto, ellos y ellas, con sus vestidos y sus pañuelos, sus desfiles improvisados, también con sus pulseras trenzadas y su bisutería, sus collares. Son diferentes también en su aspecto pero ganan los argentinos, que se apoyan de la misma forma tribal que los senegaleses. Son grandes familias de ausentes de sus países de origen, supervivientes y viajeros en busca de los mismos sueños, las mismas esperanzas.
La misma forma de vida que ha traído a Ibiza a Christian, argentino, que instala su cama plegable en la playa y durante tres cuartos de hora te da masajes a setenta euros la sesión. Ahora tiene una hija cargada de sol en los cabellos que se acuna para dormir en los brazos de su madre mientras la pasea entre los pinos y su sombra y la brisa que mitiga un poco los cerca de cuarenta grados que despide la arena.
Ellas y ellos tienen la belleza de dos Continentes expoliados desde dentro y desde fuera, delgados, con su hablar candencioso, su voz que se modula como las pequeñas olas que acarician la orilla. Tienen los senos, las tetas, los pechos pequeños, sin siliconas que los adulteren como a ese grupo de cubanas que parecen salidas de un todo a cien: las mismas tetas de pelotas de tenis, los mismos culos, el mismos hablar, gorda, chica, tu sabes...
De vez en cuando, solo de vez en cuando, aparece un recuerdo de los viejos tiempos, cuando Ibiza era la “If “ de Schlofendor que descubrí en el Paris de los adoquines levantados en busca de los sueños que parecían posibles, de las tanquetas que los hicieron imposibles, del bulevar St Michel, de aquel loco italiano que nos llevó a cantar la Internacional delante de los gendarmes mientes levantábamos el puño que quería destruir a un capitalismo capaz de destruirse a sí mismo para volver a reproducirse, todo lo que sea necesario para mantener la riqueza acumulada de unos pocos frente a la pobreza acumulada de muchos muchos.
Aparecen Fabian el bretón, 25 años, al mismo tiempo que los dos policías locales que tienen la diaria misión de impedir la venta ambulante de aquellos a los que conocen muy bien. Fabian, al contrario de Amadou si ha oído a Serrat e incluso sabe que don Antonio murió en el exilio. Quiere recuperar el vivir de los años sesenta sin aceptar que el tiempo les ha puesto enormes capas de cemento encima. Ha estado en la India. Quiere irse a Peru y Venezuela. Vende pulseras trenzadas. Rubio de ojos azules. Un recuerdo de los antiguos hippies.
El amigo de Amadou sale corriendo, intenta cruzar el cercado de cáñamo y no lo consigue. Retrocede hacia la playa, se ve cercado por los dos policías locales. En la mano derecha lleva su caja de cartón y cinta de embalaje en la que se apoyan treinta gafas de marca, falsificadas por supuesto. Se mete en el agua. Uno de los dos policías se quita el cinturón del que cuelga la porra y la pistola y hace ademán de meterse en el agua. Es a uno de los que mas temen los vendedores ambulantes. Su compañero le dice que espere y al senegalés que salga. Este lo hace y lo tres se dirigen hacia el parking de tierra a siete euros el día donde le requisarán todo lo que lleva y le darán una denuncia en amarillo y en catalán por venta ambulante
Al día siguiente la misma pareja mantiene retenida a una joven argentina. Le han quitado sus pañuelos y vestidos y le están rellenando la denuncia delante del coche de la policía local de San José. Ella llora, todo lo que tenía desaparece y deberá enfrentarse a una multa e incluso a un juicio rápido. Parte de sus sueño se desvanecen a golpe de bolígrafo. Es un día especialmente duro para esos hombres y mujeres que transitan por la playa de arriba a abajo vendiendo todo tipo de productos.
Nos cuentan que a Alex le han parado en el coche y le han requisado todo lo que llevaba. Abu es mas precavido y ha decidido no aparecer por Las Salinas. Es la playa más peligrosa junto a Den Bosa. Prefiere las playas mas pequeñas pero con una "clientela" potencial con mas poder adquisitivo. Vende menos, corre menos peligro y puede ganar igual o mas que recorriendo desde el Guaraná que desaparece a Sa Trincha pasando por el eterno Malibu. Aquí se amontonan los vendedores, tantos que Guillermo el encargado por Ibifor de controlar las hamacas se queja de su presencia, sobre todo cuando el numero de turistas disminuye y los que quedan son asaltados una y otra vez con todo tipo de ofrecimientos.
Se queja mas de los vendedores españoles de frutas y refrescos, los que viven en los arrabales de Ibiza, sin ningún control alimentario, más que de los senegaleses - que aumentan y mucho cada año desde las costas de Dakar - y las vendedoras argentinas, aunque de vez en cuando aparece una andaluza que consigue "colocar" sus vestidos- faldas a las que lucen cartieres, hublot y otros relojes de similar porte en la muñeca, que pueden ser tan falsos como verdaderos Abundan las catalanas y las valencianas, por supuesto detrás de franceses, italianos y alemanes.
Pasean con sus ofertas, de forma cada vez más patética y desangelada los vendedores de discotecas, de Pacha y Privilige sobre todo, con sus fiestas diarias. Van con el estandarte de la disco, una pequeña corte de chicas en bikini y más o menos disfrazadas y cuatro musculitos que se encargan de gritar como si de una cuadrilla de gatos en peligro se tratara. Por entre la gente se mueven los que llevan las entradas-pulseras, una suerte de falso reclamo con el que intentan captar publico para las madrugadas: si te ponen la pulsera te hacen creer que te van a hacer un descuento. Un descuento que tendrías de cualquier modo. Y si son pateticos al iniciar el recorrido, el regreso es contemplar a los asistentes a un entierro cuando ya el finado reposa bajo tierra.
Aquí tumbados sobre la arena o en las hamacas a siete euros con su correspondiente sombrilla también a siete euros me vienen a la mente las imágenes de las focas o los leones marinos sesteando en enormes manadas y casi miro de derecha a izquierda por si aparecen los cazadores de pieles con sus bates de béisbol.
Cuerpos semidesnudos, la gran mayoría de las chicas con los senos al aire. Han desaparecido por completo los bañadores y existe un pequeño grupo, todos mayores de cuarenta años, que elige el trozo de arena más alejado antes de entrar en las pequeñas calas que llevan al torreón que divide Las Salinas de la playa gay por antonomasia de Ibiza, que practican el nudismo en paz y concordia.
La música de otros años, que llegaba desde los distintos chiringuitos, se ha aplacado y mucho, incluso desaparece. Ya no están los D.J. que contrataban para amenizar las tardes. La crisis reduce presupuestos y consumiciones. Hay tanta o más gente que otros años, pero se gasta menos. Hay menos presupuesto y además los hoteles ofrecen tarifa completa: alojamiento, desayuno, comida y cena con espectáculo junto a la piscina. Eso ha hecho que los restaurantes se quejen, pero así es el mercado.
Las noticias que se leen en las webs, en los periódicos o en la tele siguen hablando de los incendios, de las guerras, de la crisis, de las caídas de la bolsa, del aumento y del bajón de las primas de riesgo, de lo mal o bien que lo hace este o aquel político, de la ofensiva de las agencias de calificación o de esos jueces que se sienten invencibles.
Son los mercados, que tienen nombres y apellidos, pero que no aparecen en los titulares. Si escogiéramos al a iglesia como ejemplo hablaríamos del diablo o de los diablos, que logran la perfección al lograr que no se crea en su existencia. Pues eso, los mercados logran que no se hable de los grandes fondos de inversión con sus miles de millones en busca de la mayor rentabilidad, ... y de los ejecutivos que lanzan sus enormes fauces de hambrientos tiburones en uno u otro sentido hasta hacer morder el polvo a las economías mundiales. A ellos no les interesa la producción de bienes, ni por supuesto si existen millones de pobres o con cada acción suya van al paro otros cuantos millones en los países industrializados. ellos invierten en dinero y para asegurar sus inversiones se escapan a los controles o impiden que se pongan.
Ellos manejan la rueda de la fortuna y procuran que siempre salga ganador su número, y cuando se despistan y pierden y van a la bancarrota ( algunos de los tiburones devorados por otros tiburones más grandes, más o menos salvajes ) de forma inmediata ponen las maquinarias de generar crisis en marcha y vuelven a sus ganancias millonarias. Siempre sus hombres en puestos clave de las grandes empresas y las grandes entidades financieras.

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