El camino ya estaba emprendido desde el propio texto constitucional. Era cuestión de espera y de absurdos revanchismos históricos, con creación o recreación de lenguas que desaparecieron hace siglos. ¿Culpables del desastre en el que nos encontramos, escondido detrás de llamamientos a defender identidades que habría que buscar en la Hispania conquistada por los romanos?. Sin ninguna duda, una gran parte de la clase política y aceptado, de hecho, por todos los gobiernos.El dinero es la excusa; el objetivo es la ruptura en beneficio de poderes políticos y económicos de unas minorias.
Lo de menos es el gasto estúpido en traductores dentro de los hemiciclos parlamentarios para luego volver al idioma común en las cafeterías. El fenómeno que avanza a pasos agigantados conduce a uno de esos disparates históricos que tanto parecen gustar a los dirigentes de nuestro país. Exterminar el español como lengua común- que no es el castellano por mucho que lo intenten una y otra vez los mismos que quieren destruir España - es eliminar uno de los principales caminos para la convivencia.
De todos los países en los que el español es la lengua oficial y mayoritaria, España ya es el primero que la castiga, la ignora y pretende que desaparezca. Querer que se convierta por decreto, y aprovechando la equivocada redacción de la propia Coinstitución, en el castellano es dar un paso atrás de siglos. Las palabras conforman el relato y sobre él se instalan las mentiras para terminar con la destrucción del edificio levantado durante quinientos años.
Vivir en Cataluña, en Euskadi o en Galicia es una ventaja por la posibilidad de poseer dos idiomas sin apenas esfuerzo. Esa realidad positiva es compatible con defender y exigir a todas las Administraciones que operan en esos territorios que procurasen la enseñanza perfecta del español dado que con ello contribuirían a que un mercado de más de 400 millones de potenciales clientes estuviesen a su alcance.