ALFREDO URDACI

El Rey pierde una oportunidad

Jueves 02 de octubre de 2014


Sánchez, y el “negro” de Telemadrid

Con Telemadrid convertida en una pantalla negra, la tele pública de Madrid se ha convertido en un canal prescindible. Es la confirmación de su irrelevancia. Los sindicatos, con una huelga salvaje y violenta, han cerrado el canal, con su actitud de “o seguimos todos o acabamos con esto”. Telemadrid ha muerto, y la prueba es ese negro persistente, ese hueco en la sintonía, esa nada transmitida sin descanso. Ahora llega el ERE, y ese negro es un elemento de legitimidad para un José Antonio Sánchez, que ha tenido que entrar y salir de su despacho protegido, a veces por los Geo, otras por los servicios de seguridad de la casa. Cuando pase el ERE, allá por los finales de este mes de enero, Telemadrid tendrá que renacer, como un canal con muy poco personal, y toda la producción encargada a productoras audiovisuales que colgarán del canal sus series, y sus programas. Lo que no se suele decir es que en caso de ERE los últimos que se van de la empresa son los directivos y los liberados sindicales, así que lo que va a ocurrir es que Sánchez se va a quedar en la casa con el piquete que a diario rodea su despacho. Una compañía inapagable, para una casa que no encuentra comprador, al menos mientras tenga esos inquilinos.

La traición de Gerardo

Este epígrafe podría llevar el título de “La otra muerte de Gonzalo Pascual”. Porque se trata de una segunda defunción, y esta vez a manos de su amigo del alma, de su amigo de toda la vida, Gerardo Díaz Ferrán. Paseando por Serrano estos días me encontré con alguien de la familia de Gonzalo. Tiene esa familia un estilo cordial y afectuoso que se reconoce enseguida como un rasgo que viene de aquel padre que murió en el verano pasado, enfermo de tristeza, crucificado en los medios, después de una vida dedicada a la empresa, con sus luces y sus sombras, más brillos que oscuridades, aunque la sombra le creciera al final de su vida. La familia de Gonzalo Pascual no oculta su dolor y su perplejidad al saber que Díaz Ferrán le dijo al juez que le interrogaba después de su dentición, que él no sabía nada y que la gestión de las empresas la llevaba Gonzalo, el socio fallecido, al que nadie con mando en la Audiencia Nacional podrá preguntar nada, ni en comisión rogatoria. La familia de Gonzalo, incrédula en un primer momento, negó la posibilidad de una traición tan abyecta. Hasta que un abogado les mostró el video donde Gerardo negaba por tres veces su conocimiento de los asuntos de gestión y administración. Luego hemos sabido que don Gerardo, cuando era secretario de la CEOE negociaba la reforma laboral mientras por el móvil cerraba la venta fraudulenta de una de sus empresas. Se puede perder todo en la vida, menos el honor. Y menos con amigos de toda la vida.

González y la concordia

Viene González, Felipe, a decirnos que hace falta un gran pacto nacional para responder a las graves emergencias que nos alarman en este iniciado 2013. Y tiene razón: al César lo que es del César. Falta grandeza en la clase política nuestra para una operación de este tipo, y falta fuerza en la monarquía para plantear una operación de calado que dé una respuesta abrumadoramente mayoritaria al desafío nacionalista y a las urgencias de nuestra economía. Los sucesos de las últimas semanas, coronados por la entrevista del Rey, demuestran que a nuestra nación le hace falta una reforma, una obra a fondo para cambiar tabiques, revocar fachadas, y reparar bajantes y cañerías. Las chapuzas ya no sirven. Pero hay que lamentar en primer lugar una crisis de liderazgo, una falta de árbitros aceptados por todos, y una altura moral de nuestros políticos, que no tienen, y quizá tampoco quieren, más centrados en garantizar su propia supervivencia que en operaciones de largo plazo. Tiene razón González, aunque la falta de un plan para llevar a cabo ese gran pacto indica que lo dice desde el pesimismo, o desde la melancolía, consciente de que no lo verá, porque a España le ha ganado el desánimo.

El Rey pierde una oportunidad

A los pocos minutos de la entrevista de Hermida al Rey, o del Rey a Hermida, que de todo hubo, ya sabíamos lo fundamental: la Casa Real había perdido una oportunidad. Los 75 años del Rey eran una percha para colgar el traje de armiño, limpio y aseado y exponerlo a la opinión pública. No fue así. La entrevista ofreció la imagen de un Rey cansado, agotado, que apenas esbozaba alguna respuesta interesante con una dicción dificultada por una hinchazón quizá derivaba de una medicación agresiva. El Rey no estaba, no había Rey. El formato debió ser otro: un gran reportaje, con entrevistas en exteriores, con el repaso de los momentos más importantes de una vida de trabajo, con la confidencia de algunos pasajes delicados, y con la confirmación de que el Rey hace muchas cosas que se deben saber y que hasta ahora se han mantenido en un plano discreto. Se equivocó la Casa. Someter al Rey a una entrevista supone la obligación de citar los errores recientes, de volver a explicar lo de Botswana, y de justificar el por qué del regreso de Urdangarín a la familia, después de que fuera expulsado por un comportamiento indecente. La entrevista dio la impresión a la vez de falsedad y de improvisación. Falsedad porque estaba demasiado editada, e improvisación porque no había un discurso meditado y articulado por parte de la Zarzuela. Un programa como el que vimos es una gran oportunidad. Lo que tiene que haber es gente con capacidad de aprovecharla.

Rato y Telefónica

Ardían las redes la noche del viernes con el fichaje de Rato por Teléfonica, como asesor externo. Ese patio nacional que es Internet, con sus foros donde todo se trata y se elabora, hizo enseguida la conexión Rato/Rey/Telefónica/Urdangarín. La ocasión era propicia porque poco después del anuncio de la compañía la Primera de TVE nos ofrecía en bandeja de plata la figura del Rey y la del oscilante Hermida, hombre que va por el mundo dando cabezazos, a veces reverencias, a veces estacazos. El lío estaba servido, y la utilidad de Rato como asesor externo queda oculta por su paso por Bankia, una causa todavía abierta en los tribunales, una causa sobre la que la justicia todavía no se ha pronunciado. Alierta no ha querido esperar a la sentencia, gesto que habría sido más prudente que el que hemos visto, y con ese nombramiento ha despertado todas las inquinas por un trato de favor a la clase política, a la casta, que es una acusación que pesa sobre la compañía como un lastre, después de que por sus cargos directivos hayan pasado Javier de Paz, Eduardo Zaplana y ahora Rato. Se entiende que los nombramientos de Telefónica son una cuestión de honor, más que de cuenta corriente, porque si se tratara solo de sostener la economía de los nombrados se podría haber hecho de forma más discreta. Al hacerlo público, con luz cenital, Alierta envía el mensaje claro de que quiere salvar la imagen de Rodrigo, dañada por tantos errores, no todos suyos.


Hermida y la entrevista

Vuelvo sobre el programa del viernes, porque conviene explicar algunas cosas, en descargo de quien ha recibido todos los palos: Jesús Hermida. El periodista planteó una conversación entre dos personas de la misma generación, y la planteó en esos términos generacionales: experiencias, actitudes de un grupo social de una edad, legados, reflexiones. La audiencia esperaba otra cosa. Pero además Hermida no es culpable de la composición de la noche dedicada al Rey. El reportaje que a continuación daba voz a otros representantes de esa generación había sido elaborado por Informe Semanal con idea de emitirlo el sábado. Cuando la Casa Real confirmó le entrevista, se tomó la decisión de unir ambos productos en una sola emisión. Nadie reparó en que la primera imagen que apareció después de la entrevista al Rey fue la de Franco en Hendaya, en su cita con Hitler. El salto fue vertiginoso. La entrevista no fue idea de Hermida: alguien se lo sugirió como una guinda para terminar su carrera. La fruta ha salido amarga, y Hermida sale por la puerta con un acto fallido. El quería una cosa, y la audiencia esperaba otra. Cuando el Rey bajó dos escalones con aquello de “lo siento, no volverá a ocurrir”, quizá no era consciente de que nunca volverá a subir a la posición anterior, y de que en cada comparecencia televisiva, una parte del público seguirá exigiendo el espectáculo de la contrición.

Mafo y la casta

Hablando de errores que no son de Rato, recuerdo a Mafo. He leído con atención el informe del Banco de España, filtrado este fin de semana pasado. El texto es espeluznante. La dirección de las Cajas hizo una gestión de juzgado. Al leer el informe del supervisor, se puede concluir que deben ir todos a la cárcel, todos los que integraban esos consejos de administración, políticos y sindicales donde se repartían el bacalao. Y lo peor es que la autoridad que tenía que controlarlo todo miraba para otro lado. Ese gobernador que se quitaba las gafas para mirar a las cajas no era otro que Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que sigue por ahí, que se fue de rositas, y que es el primero que debe responder a las graves acusaciones de los inspectores que tenía bajo su mando. La casta tenía un protector, y estaba al frente de la autoridad supervisora.

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