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Los 40 de La Moncloa
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Los 40 de La Moncloa

jueves 30 de enero de 2020, 13:24h
Es muy posible que ni Pedro Sánchez, ni Ivan Redondo, ni Felix Bolaños, ni Francisco Salazar, ni Miguel Angel Oliver tengan en su memoria a los “40 de Ayete”. Si hubieran contado con esa cifra política habrían añadido o quitado un cargo a la superestructura que ha creado el presidente en el complejo de La Moncloa para evitar recuerdos incómodos y comparaciones odiosas.

De aquellos 40 que elegía Francisco Franco a dedo para que integraran el Consejo Nacional del Movimiento - un simulacro de Senado que se inventó el dictador ya en 1937 para unir a todas las fuerzas que se habían levantado contra la República - saldrían algunos de los protagonistas de nuestra Democracia, con Adolfo Suárez, Rodolfo Martín Villa y Marcelino Oreja como muy buenos ejemplos de entender la política como el arte de pasar de un estado a otro sin alterarse. Habían convencido a Franco en su ocaso para que les eligiera como contrapeso a los más duros del Régimen, a los Girón de Velasco, Blas Piñar y Utrera Molina que intentaron parar cualquier atisbo de cambio hasta la antesala de las elecciones generales de junio de 1977.

La memoria ayuda a comprender muchas decisiones y comportamientos, aunque los protagonistas no se parezcan en nada y las circunstancias aparenten basarse en principios muy diferentes. Francisco Franco con sus 40 ”representantes” elegidos por el mismo en el palacio de Ayete, en San Sebastian, durante una parte de sus vacaciones de verano, quería mantener el control absoluto sobre los incipientes cambios que se estaban produciendo en la política española. Pedro Sánchez con sus 40 ilustres fontaneros de la Presidencia quiere controlar todo lo que se haga y decida en los 22 Ministerios de su Gobierno.

No se trata de comparar al presidente del gobierno con la figura del Dictador. Sería una aberración hacerlo. Lo que ocurre es que algunos comportamientos del poder se repiten al margen del origen y estructura del mismo. Es el poder el que intenta controlar su propio poder y evitar que pueda perderlo. Ocurre en las democracias actuales, cada vez más personalistas y menos democráticas; y por supuesto ocurre en todos las dictaduras, ya se adjetiven de derechas o de izquierdas.

Pedro Sánchez, Ivan Redondo y el resto del núcleo duro que se ha formado en La Moncloa son demócratas convencidos. No pueden dejar de serlo. Han nacido y se han educado en una democracia. Y creen en ella con sus aciertos y errores. Es la defensa del poder, el control del poder, la inercia de saber y manejar el poder los que les puede llevar a la perversión de la democracia. Por eso, la anécdota de una cifra, esos 40 eslabones de la cadena de mando entrañan el peligro de las comparaciones, en ese inevitable juego que permite la memoria.

Los 40 de La Moncloa no se parecen en nada a aquellos 40 que eran la base, la esencia, la reserva espiritual de los 111 dirigentes políticos del franquismo con formaban el Consejo Nacional del Movimiento. Tienen todo el derecho a enfadarse y mucho con la comparación, pero no con el objetivo que parece tener quien los ha elegido y la misión que van a tener en los próximos cuatro años: el control del poder desde las entrañas mismas de ese poder.

Aquellos 40 eran la esencia del Régimen, tenían la misión de vigilar, controlar e influir de forma decisiva en las opiniones y resoluciones que aprobaran los otros 71, que tampoco eran muy independientes. Pasaban varios filtros. Algo así como un rudimentario y poco comparable sistema de elección interna en los partidos políticos de hoy. Representaban a las distintas familias del Régimen, que se sentían de izquierdas y derechas, monárquicos y republicanos, sindicalistas y liberales. De la misma forma que se sienten los dirigentes y militantes del PSOE, el PP, Podemos, Vox o Ciudadanos.

Si el número de 40 de Moncloa es una casualidad y no una causalidad, Pedro Sánchez tiene muy fácil cambiar el enlace histórico con los años negros de la Dictadura. Basta con que convenza a Ivan Redondo de aumentar una dirección general o una subsecretaría.