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Cuatro regalos envenenados y una cataplasma para Podemos
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Cuatro regalos envenenados y una cataplasma para Podemos

jueves 15 de junio de 2017, 08:47h

Cinco días antes de la celebración de las elecciones primarias en el PSOE para elegir a un nuevo secretario general, Podemos registraba en el Congreso su moción de censura al gobierno del Partido Popular. Es más que posible que en esos días tanto Pablo Iglesias como el resto de la dirección del tercer partido político de España creyera que el futuro del socialismo pasaba por Susana Díaz y no por Pedro Sánchez, descartado de antemano Patxi López.

Su intención, en ese supuesto, sería hacer ver a los ciudadanos que el Partido Socialista, que con toda seguridad se iba a abstener en la votación, propiciaba el mantenimiento de Mariano Rajoy en La Moncloa y dejaba que la corrupción desde el poder siguiera como una de las señas de identidad de este país. así, la única opción válida para los votantes de izquierdas sería Podemos, capaz de denunciar al sistema impuesto por una oligarquía y, al mismo tiempo, capaz de ofrecer soluciones a los problemas de hoy, desde el encaje de Cataluña a la precariedad laboral o las pensiones.

Ganó Sánchez y los planes cambiaron sobre todo cuando el renacido secretario general dijo entender y estar muy cerca de los votantes y seguidores de Podemos. Colocar al PSOE al lado del PP era imposible y desde la formación morada se pasó al Plan 2: la moción de censura no podía retirarse y se trataba de acercarse a los socialistas para evitar ser expulsados hacia la marginalidad de la izquierda radical.

Visto lo ocurrido en la Asamblea de Madrid con la moción de censura hacia Cristina Cifuentes las opciones eran pocas y aparentemente muy claras: por un lado enumerar todo tipo de corrupciones, ya fueran presuntas o condenadas, ya obedecieran a filtraciones, rumores, sumarios, indicios...todo debía valer para dibujar un panorama desolador de la España de hoy por culpa de Rajoy y el PP. Era el papel que le correspondía a Irene Montero en su condición de portavoz parlamentaria. El de Pablo Iglesias sería el de presentarse como el estadista capaz de dirigir un gobierno y un país por otros rumbos.

Lo que ha ocurrido después se explica con mayor facilidad si se piensa que Podemos es una suma de "confluencias", tanto a nivel estatal como autonómico, y que dentro de su organismo político habitan todos y cada uno de los viejos demonios de la izquierda de los años 70 del siglo pasado. Así era, así es y, para su desgracia, así va a seguir siendo por la incapacidad de muchos de sus dirigentes de seguir soñando con la toma del palacio de invierno cuando no poseen ni el acorazado Potemkin, ni la monarquía española tiene nada que ver con la Rusia imperial de Nicolás II.

El primer regalo que recibieron de los suyos Iglesias y Montero fue la declaración de los anticapitalistas de Urban y Rodríguez sobre el apoyo al referendum catalán de Puigdemont y compañía en contra de lo que venían diciendo los líderes "globales" del partido. Un flanco importante quedaba al descubierto y no se sabía como defenderlo pues tampoco se tenía capacidad para hacerlo tras la gran batalla interna para decapitar a Iñigo Errejón en los meses anteriores. Se optó por el silencio disfrazado de libertad interna.

El segundo regalo, disfrazado de susto estratégico, se lo entregó el propio Rajoy en mano cuando, tras la larga e intensa intervención de Irene Montero, subió él mismo a la tribuna a contestar a todas y cada una de las cuestiones planteadas; aunque mejor sería decir a ocupar su parte del escenario con toda la artillería que el poder concede a quien lo posee. Desconcertado Iglesias tuvo que recomponer la figura y volver a modelar su discurso. Ya no se iban a enfrentar a los generales del PP disfrazados de ministros. El general en jefe salía al cuadrilátero a pelear en solitario.

Hubo un tercer regalo inducido tras el paso de su propietario por Estados Unidos y el Club Bildenberg, el que desenvolvió ante sus 350 señorías el líder de Ciudadanos: dentro del papel de seda que se le supone que utiliza el liberalismo de viejo cuño que suele exhibir Albert Rivera había puro alambre de espino. Pablo Iglesias no se lo esperaba y cayó en la trampa: bajo a la arena del circo y se ensangrentó con la sangre de su oponente tanto como éste con la suya. El Cesar Rajoy, desde su escaño azul, no podía estar más contento, sólo le faltó bajar el pulgar para sentenciar a muerte a sus dos jóvenes adversarios. Bienvenidos al Coliseum. Alea jacta est.

Su futuro "asesino", que no otra cosa va a poder hacer el PSOE de Pedro Sánchez sino intentar destruir a Podemos a base de "quitarle" tres millones de votos que considera que son suyos, le puso una cataplasma a las heridas con su mano abierta y la posibilidad de uniones imposibles en el socialismo real desde hace más de cien años. José Luís Abalos traía el mensaje directo del ausente: a los vencidos hay que tratarles con dignidad y benevolencia. La sangre ya se había vertido y por otras manos.

Todo estaba decidido: los votos a favor, los votos en contra y las abstenciones. El guión escrito se cumplía punto por punto y frase por frase. Hasta que apareció Rafael Hernando que quiso su momento de gloria y ensayó una "morcilla" muy del agrado de su público, un cuarto regalo dirigido al duo dirigente de Podemos: Irene Montero era un apéndice de Pablo Iglesias que le habría salido respondón y hasta brillante. Machismo y celos a partes iguales. Innecesarios y fuera de lugar ambos, por más que las gradas populares se pusieran en pie con el aplauso.

El resto, la forma de verlo y contarlo en los medios de comunicación también estaba escrito en el guión. Una vez más la no noticia se convertía en noticia. Es lo que tienen los "remakes" de las viejas superproducciones de los años 80. Ahora se llevan los efectos digitales y los algoritmos incluso entre los espías.