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Amar y odiar a Rivera al mismo tiempo

miércoles 13 de mayo de 2015, 13:15h


En el Partido Popular y en toda España se ama y se odia a Albert Rivera al mismo tiempo. La distancia entre ambos sentimientos se hace más y más pequeña según se acerca el 24 de mayo. Menos de un paso cuando de gobernar en solitario o con ayuda se trata. Los populares saben que uña parte de sus votos, los que tuvieron en 2011, se han ido o pueden irse a Ciudadanos, de ahí que aumenten sus ataques a la formación magenta en busca del voto útil, ese que se decide en la última semana ante de acudir a las urnas.

El PP necesita ese voto urbano, liberal, de centro derecha que le ha permitido gobernar con mayorías absolutas en una gran parte de España. Necesita restarle crédito por acción u omisión, por inmaduro, por titubeante al partido de Rivera. Quiere esos votos que considera suyos y que sólo la acción del gobierno en su lucha contra la crisis y los casos de corrupción los ha llevado a las orillas de Ciudadanos.

Odian políticamente a Rivera y a los suyos por su proximidad, por esa cercanía que han conseguido para facilitar el trasvase de votos desde el caladero popular. Y lo hacen en las Autonomías y en los municipios. Es mucho lo que está en juego. Lo más seguro si hacemos caso a las encuestas es que la mayor parte de los candidatos del PP se mantengan en los sillones de mando, en minoría pero con el respaldo suficiente como para obligar a la oposición a ensayar acuerdos casi imposibles: la suma de PSOE con Podemos y Ciudadanos, algo que a las dos fuerzas emergentes les condicionaría de cara a las generales.

Al mismo tiempo y con la misma fuerza en el PP aman a Ciudadanos. Son sus primos más cercanos, casi hermanos, coinciden en muchas de sus políticas, apenas les separan cuestiones estéticas, no programas de cambios profundos en la economía y en la sociedad. Si no consiguen mayorías absolutas van a necesitarlos para gobernar. Y, desde el lado de Rivera, también saben que no se van a poder quedar de brazos cruzados esperando a las generales para definirse ante el electorado. Van a tener que mojarse y participar en la formación de los gobiernos, dese dentro o con apoyos parlamentarios. No pueden repetir su actuación en Andalucía. Y pueden marear a los suyos si en unos sitios apoyan al PSOE y en otros al PP, no digo si se deciden a participar en algún que otro tripartito posible.

Ciudadanos es un partido de derechas moderado. Ha barrido a la UPyD de Rosa Díez y ha logrado que Podemos no creciera más al proporcionar a muchos ciudadanos cabreados con los dos grandes partidos, en general, y con el gobierno de Mariano Rajoy en particular, la oportunidad de un castigo sin estridencias y sin grandes saltos partidistas. Hasta ese punto le han hecho un favor a los dos grandes partidos de nuestra singular democracia. Pero a partir de ahí, todo lo que están consiguiendo es a costa de los votos del Partido Popular. Ese es el estrecho espacio en el que se mueven el amor y el odio que despiertan, un paso.

Rajoy y los suyos, incluido José María Aznar como hemos visto, quieren que el paso sea hacia atrás, a repetir los apoyos que se dieron en 2011, a que los españoles nos comportemos como los británicos, de forma muy conservadora. Lo que no está tan claro es el diagnóstico de la situación sobre el comportamiento de Ciudadanos: es posible que si apoyan al PP en los futuros gobiernos que salgan del 24-M puedan ser fagocitados por la formación mas grande, pero igualmente es posible que los ciudadanos perciban que tras la mayoría absoluta de Rajoy puede ser bueno que exista una tercera fuerza que limite la gobernanza desde la comodidad que dan más de 175 escaños en el Congreso.

La margarita que debe deshojar Ciudadanos es más compleja que la de Podemos, por más que Pablo Iglesias afirme que están dispuestos a negociar acuerdos y pactos con todos. No se entendería el apoyo de Podemos al PP, de la misma forma que no se entendió el pacto no escrito de Aznar y Julio Anguita para hacer caer a Felipe González. Puede Iglesias mencionar a Grecia y al pacto de gobierno de Syriza con la extrema derecha helénica para hacer frente a la Europa del euro y al FMI, pero Atenas y Madrid se parecen muy poco.