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El naufragio del Titanic empresarial español

Por Rafael Gómez Parra
La tragedia económica de España se asemeja a la del Titanic: nadie se salva ni los ciudadanos más modestos a los que se condena, ajuste tras ajuste, a la pobreza, ni la clase media, a la que Rajoy va a acribillar a impuestos y a controles de Hacienda, ni siquiera los más ricos que tienen el riñón bien cubierto para toda su vida, pero que están viendo como se desploman los imperios que habían montado en la transición del franquismo a la democracia y con la que han podido durante algunos años codearse con las grandes fortunas del mundo.
Los problemas de dos grandes constructoras, ACS de Florentino Pérez-March-Los Albertos y Sacyr Vallehermoso, de Manuel Manrique-Juan Abelló, puede provocar un agujero a los dos grandes bancos, el Santander (Emilio Botín) y BBVA (Francisco González) de más de 2.000 millones a cada uno, lo que podría arrastrar a todo el sistema financiero español y europeo. Puede ser la caída de los dioses del capitalismo.

Los primeros negocios en caer, al comienzo de la crisis entre 2008 y 2011 fueron los inmobiliarios y así fueron desapareciendo personajes como Enrique Bañuelos (Astroc), que pudo escaparse a tiempo a Brasil, donde intenta repetir su “pelotazo” valenciano, o el vallisoletano Fernando Martín, que sigue en suspensión de pagos con Martinsa. A los otros los bancos acreedores les quitaron sus promotoras y tratan de salvar los muebles de las casa, entre ellos, los aragoneses hermanos Nozaleda (Nozar), los catalanes Serratosa, el manchego Rafael Santamaría (Reyal Urbis) o el gallego José Jover (Fadesa). De otro manchego, Luis Portillo, que llegó a ser dueño de Colonial nunca más se supo y Joaquín Rivero llegó a estar en el punto de mira de la fiscalía anticorrupción por sus actividades en Metrovasesa. La lista de los grandes promotores de vivienda que se hicieron ricos gracias a los préstamos bancarios casi ilimitados durante la época en que se gestó la burbuja inmobiliaria rebasa el centenar.

De este primer embite se salvaron las grandes constructoras que habían vendido a tiempo –lo mismo que los bancos- sus secciones inmobiliarias a los más aventureros. Alertados a tiempo, trataron de aprovechar los años de vacas gordas para abrirse camino en el exterior y buscar fuera los negocios que comenzaban a flaquear en España una vez que se habían construido las grandes infraestructuras como las autopistas radiales de Madrid, los Ave a Sevilla, Valencia y Barcelona y hasta aeropuertos que nunca verán ningún aterrice o despegue como los de Ciudad Real o Castellón. El problema es que en otros países ni cuentan con el respaldo político del Estado español, que les ha mimado hasta la exageración, ni con los suficientes apoyos políticos y económicos.

El más lanzado de todos, el murciano Luis del Rivero, ex presidente de Sacyr Vallehermoso, fue el primero en sufrir esas ventajas políticas cuando trató de hacerse con la constructora francesa Eiffage y acabó escaldado. Cuentan también que intentó ganarse al presidente chileno Sebastián Piñera para que se embarcara en un proyecto de construcción de desaladoras en la costa del desierto de Atacama y convertirlo en un vergel, pero que éste le contestó que lo hiciera por su cuenta si le interesaba, pero sin contar con ninguna subvención del Estado, como se hace en España.