Los nombres del PP madrileño

IGNACIO GONZÁLEZ

Es el hombre al que le crecían las sombras. Es secretario general, para continuar con el cumplimiento de los designios de Aguirre. Y quizá algún día sepamos quien ordenó espiarle en sus viajes por la América hispana, y los motivos que llevaron a ponerle un seguimiento estrecho y alguna escucha. ¿Eran los sabuesos de Rubalcaba o se trataba de una orden de alguien de su propio partido? La carrera de González a la vera de la presidenta ha despertado muchas envidias entre quienes se han sentido desplazados, preteridos, ignorados, y arrumbados en los trasteros del PP madrileño. Entre tirios y troyanos han hecho de González una leyenda, y se afanan en convertir su perfil duro en un amasijo de moratones. Sobre González pesa esa amenaza de informes reservados que según el sindicato policial más próximo al socialismo saldrá a la luz cuando lo estimen oportuno los filtradores profesionales, maestros en el cálculo del tiempo y el alcance de los daños. Mientras solo sea una amenaza, González seguirá reforzado por una Aguirre que le necesita más que nunca. No como sucesor, sino como leal compañía para irse juntos el día de los adioses.

FRANCISCO GRANADOS

Habita en la misma sombra que crece en torno a Ignacio González. Ya lo dijo Shakespeare: “donde hay poder siempre existe la conspiración” Ganó la secretaría general del partido en Madrid después de una agria disputa con Ignacio González. Perdió todos sus cargos en el partido y en el gobierno, donde era consejero de presidencia, de justicia y de interior, de un plumazo, después de las últimas elecciones. Pasó al ostracismo, y a la rutina aristocrática de su asiento como senador por designación autonómica. El caso de los espías le pasó factura. Y Aguirre eligió entre dos lealtades, la que más garantías le ofrecía de eficacia. En esta ocasión verá cómo su eterno antagonista “reina” en el PP de Madrid, sin oposición. A Granados solo le queda sentarse en la puerta de su casa, como decían los chinos, a ver qué desfila por la calle.

BARTOLOMÉ GONZÁLEZ

Tiene la cualidad de la eficacia discreta. Será visible, quizá a su pesar. Gobierna una ciudad de un cuarto de millón de habitantes. Dicen de él que es brillante sin estridencias, que hace bien las cosas sin armar ruido, que dice que no sin que se note, y si sin meterse en hipotecas. Se sentará en el congreso a la vera de Aguirre. A la presidenta le gusta tener en la ejecutiva algún alcalde, y suele premiar a los mejores con un sillón de mando en el partido. Simplemente para que sean visibles, para premiar la buena gestión. En el haber de Bartolomé está el haber negado el diezmo al yernísimo real, don Iñaqui Urdangarín, cuando quiso seguir cobrando por asomarse al balcón del ayuntamiento con toda la familia durante la Semana Santa. Bartolo apartó aquel expediente como si fuera otro cáliz amargo. En 2003 le ganó la partida a la izquierda de socialistas y comunistas. Y hasta hoy, ha hilvanado mayorías absolutas con una normalidad carente de tensiones. Representa en el partido al corredor del Henares, una zona próspera que resiste a la crisis.

ANA BOTELLA

Recuerdo que su primer acto como alcaldesa fue la inauguración de un puente en Aravaca: un puente reformado que salva la vía del tren, en la carretera de Húmera. Fue su primera cinta. Pronunció sus primeras palabras como alcaldesa. Ignoro si alguien le da clases de dicción y respiración. Se nota que ha mejorado. En el inicio titubeaba, la voz temblorosa, insegura. Contrasta en ella una firmeza interior sólida y rocosa, envuelta en una apariencia de fragilidad. No lo tiene fácil. Debe sacudirse la tutela de su marido, siempre recordado en los plenos por la oposición, tan solícita, y ahuyentar la sombra de Gallardón, alcalde que deja una herencia de viales modernos en una ciudad rápida pero arruinada. Botella está buscando su sitio pero no termina de encontrarlo. Las obras que puede inaugurar deben ser modestas, por mandato del presupuesto, de naturaleza casi naif. ¿Cuándo podrá ella dar una gran buena noticia? Ya sabemos que un alcalde que no haga “cosas” no vale y no se aprecia. Encerrada en ese mundo, su reto es buscar un discurso propio y un programa auténtico. De momento su tránsito es gris, sin textura.

ANTONIO BETETA

Formar parte del gobierno de la nación después de haber sido consejero en la Comunidad de Madrid es estar en la periferia. Beteta dijo adiós a Esperanza cuando Rajoy llegó al palacio de la Moncloa. Bien es verdad que su carrera en la Puerta del Sol había terminado. Hay líneas políticas que tienen, como el Metro, estación de origen y estación término. Y Beteta ya había agotado su billete. Es un hombre sobradamente preparado y eficaz, pero descuida las oportunidades de callar o de dar mensajes que ayuden a impulsar las reformas. Está al frente de la administración pública como secretario de Estado.

Le toca aplicar el adelgazamiento de la burocracia, y esto no se consigue con la dieta Dukan ni con la disociada, que tan buenos resultados le dio a él. Tampoco son formas aquello de decir que los funcionarios siguen abonados al “cafelito”, como si estuviéramos en el siglo XX. La gran pregunta a la que debe responder es aquella de cómo es posible que con mejor tecnología necesitemos el doble de funcionarios de los que teníamos hace treinta años.

ANA MATO

No son muchos en el PP los que estuvieron cerca de Aznar y pasaron a estar cerca de Rajoy. El caso de Ana Mato es ejemplar por excepcional. Bien es cierto que nunca fue ministra de aquella etapa, pero siempre ocupó puestos en el aparato del partido, o en la retaguardia del Parlamento europeo. Ahora carga con el cometido de aplicar en Sanidad las reformas de Rajoy. Digan recortes, o tijeras, o motosierra, porque la poda está siendo intensa, un poco a salto de mata, y con la impresión general de que se improvisa en función de los humores de los mercados. Quizá no es así, y todo obedece a un plan. En ese caso tendrán razón quienes advierten de los graves errores de comunicación de un equipo que no demuestra empatía con el que sufre los ajustes. Quizá sea esa la peor carencia de este ejecutivo en este tramo del desierto.

Creo que no es acertado poner a hablar de ahorro en la sanidad y en la farmacia del Estado a una señora que luce un bronceado yodado ganado en la playa, en Saint Moritz o en alguna cabina de rayos UVA, que no entran en la lista de la Seguridad Social. Nos gusta su tono moreno. Le queda bien con las perlas, y destaca su melena rubia, pero le resta cercanía, autenticidad, y capacidad para ponerse en el lugar de los sostienen lo que queda del Estado con sus impuestos.

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