RAUL HERAS

Utilizar el franquismo para juzgar al PP y a Vox

Raúl Heras | Jueves 25 de noviembre de 2021

La memoria de los pueblos, que es la memoria personal y directa de cada uno de sus ciudadanos no necesita de Leyes. Nuestro pasado común se transmite al margen del lado de las trincheras que tuvo que ocupar. No se quiere abrir la gran herida, que es la de los años que van de 1936 a 1939, con españoles muriendoi a manos de españoles. Se quiere enjuiciar lo que hicieron los vencedores con un objetivo, llevar ante el tribunal social a la actual derecha política.



Querer abrir y juzgar lo ocurrido entre 1939 y 1975 es querer poner sobre el escenario político y jurídico a toda la derecha actual, como si fuera la heredera directa del franquismo. Es una mentira y un error. Una forma artera de hacer política que oculta el auténtico fondo: el miedo a afrontar desde el poder el inmediato y duro futuro de este país.

Desde Cádiz a Barcelona, pasando por Madrid vivimos presos de los días y la memoria. Atrapados entre los que sueñan con el pasado y los que no aciertan a mirar al futuro. Sea una mentira histórica o sea verdadera, la frase que dijo Alfonso Guerra sin citar al canciller Bismarck, merece que se escuhe, se lea y se piense: “España es la nación más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos queriendo destruirla y no han podido”.

En 48 horas, las que van de la madrugada oficial del 20 de noviembre a la mañana del 22 de ese mismo mes de hace 46 años, los españoles pasamos de estar gobernados por una Dictadura militar que duraba 36 años a una Monarquía de Democracia Orgánica que cambiaría con increíble rapidez la historia de nuestro país.

Aquellos dos días con sus kilométricas colas para ver el cadaver embalsamado de Francisco Franco antes de trasladarlo al Valle de los Caídos, y la toma de juramento al nuevo Rey ante aquellas Cortes - en lo que hoy es el Congreso de los Diputados - por parte del que era presidente de las mismas y presidente del Consejo de Regencia, Alejando Rodríguez de Valcárcel, hacían casi imposible pensar que en menos de dos años se iban a celebrar unas elecciones con el perseguido y condenado Partido Comunista concurriendo a las mismas. Y menos aún que sería Dolores Ibarruri, “La Pasionaria” quien presidiera la primera sesión del nuevo Parlamento.

El Generalísimo, al igual que había ocurrido antes con Jose Antonio Primo de Rivera, fue cayendo en el olvido año tras año, y el 20N pasó a ser una fecha sin memoria para la gran mayoría de los españoles. Desde luego para los que hoy tienen menos de 40 años.

La Dictadura, como tal, se quedó bajo la lápida de la gran losa de la Basílica que domina Madrid, pese a que los rescoldos hayan cobrado vida por obra y gracia del traslado de los restos al cementerio de Mingorrubio ordenado por el actual gobierno de Pedro Sánchez.

Ha pasado este 20N de 2021 de la misma forma que pasaba esta fecha desde hace décadas. Pura nostalgia y alguna misa que pillaba “ desorientado” al lider del Partido Popular. Recordatorio religioso en varias iglesias de España - muy pocas - y con un nulo peregrinaje al Valle, tanto por el escaso fervor de los que añoran los 36 años de gobernanza del Generalísimo, como por la I existencia de la tumba que lo alojó, que coincide con una petición de elecciones anticipadas en Andalucía tras no lograr aprobar los

Presupuestos por la unión de Vox con la izquierda, y con una larga y tediosa crisis constitucional y estructural en Cataluña, esta vez a cuenta de la sentencia del Tribunal Constitucional que obliga a dar un 25 por ciento de las clases en castellano, y a la que el Gobierno de Pere vAragonés se dispone a no cumplir.

Viejos temas que no hacen sino confirmar la alarmante desafección de los ciudadanos hacia nuestro “cuadro de mandos” , el que como en cualquier país desarrollado, moderno y democrático ( desde la política a la judicatura pasando por el sistema financiero y el papel de los sindicatos ) es el encargado de mantener las normas legales y justas que sirven a los ciudadanos para evitar la ley de la selva.

Si recordamos lo sucedido en el otoño de 1976, un año después de la muerte de Franco, en el funeral que marcaba el aniversario, se celebró una gran misa en el Valle de los caídos presidida por los Reyes Juan Carlos y Sofia, que debían desprenderse del “atado y bien atado” con que los franquistas más acérrimos y menos monárquicos creían poder controlar “al heredero a título de Rey” con el que el jefe del estado había designado a Juan Carlos, como una humillación más a su padre, un 29 de julio de 1969 tras mandar una carta a Estoril al “infante Don Juan” en la que le comunicaba que se saltaba el orden dinástico y que no iba a reinar en España.

Seis años más tarde se cumplían las previsiones. Da igual que Franco muriera el 19 o el 20 de noviembre y que se movieran las fechas para hacerlo coincidir con la del fusilamiento de Jose Antonio en la cárcel de Alicante en 1936, apenas cuatro meses después del inicio de la Guerra Civil. Con la corona y el cetro real sobre una banqueta forrada de terciopelo delante del que dejaba de ser Príncipe para convertir el palacio de La Zarzuela en una fuente de poder, Juan Carlos I devolvía a la familia Borbón al centro de la esfera pública de España, por quinta vez en la historia de los últimos trescientos años, cuando el primero de ellos llegó a España desde el palacio de Versalles.

Ahora que algunos pretenden poner en cuestión y revisar lo que conocemos como Transición convendría que, llevados por el afán histórico tan saludable, se pararan a pensar y a preguntar por aquellos años a los que los vivieron en primera persona y a todos los que asistimos incrédulos a la velocidad del cambio. Con generosidad por parte de todos, de los que cedían el poder y de los que llegaban a él; de los que se consideraban vencedores de la contienda civil y de los que saliendo derrotados aspiraban a que se les reconocieran sus derechos históricos. Y sin olvidar los escándalos protagonizados por el mismo hombre que tuvo el valor y la necesidad de cambiar por completo la España oficial que había heredado.

Mal se encuentra nuestra España si en lugar de debatir lo que queremos que sea en el siglo XXI en un mundo mucho más complejo y difícil, nos dedicamos a discutir sobre lo que no debería haber pasado, pero que pasó y que durante 36 años dejó su huella entre la aceptación de la mayoría convencida o resignada de los españoles. Esa es la verdad dolorosa: Franco murió en la cama de un hospital, envejecido y enfermo pero no derrotado como les pasó a Hitler y Mussolini. Tener presente esa diferencia puede que nos evite cometer errores. Y sobre todo a los políticos que parecen empeñados en imitar a los cangrejos, que andan hacia atrás para no tener que afrontar la dificultades del presente. Tal vez por no saber qué hacer con el futuro de todos.