Allá más que acá, cuando alguien sale bestia lo es sin matices y, tal vez por eso, intentan poner coto a los desmanes en los lugares reservados para la reflexión, la enseñanza, la cultura y el aprendizaje de las buenas costumbres, como son los centros de enseñanza.
Hace años que alguien se inventó, con indiscutible éxito para que se aplicaran sus tesis de permisividad, que a los niños y jóvenes había que tratarlos de igual a igual, como amigos y sin ninguna pretensión impositiva y mucho menos coercitiva en las aulas, y el resultado – colgado en you tube con enorme éxito de visitas – está en que los profesores son agredidos, los compañeros vapuleados y la autoridad académica o colegial tiene hoy menos crédito que un empresario en suspensión de pagos.
Han sido los laboristas ingleses los que han decidido crear un código de conducta que ampare a los profesores para que hagan un uso razonable de la fuerza que contribuya a poner fin a una cultura en la que los profesores a menudo se encuentran sin autoridad para hacer frente a situaciones difíciles.
El ministro de Escuelas, Infancia y Familias le ha contado a los sindicatos de educadores del país que podrán utilizar la fuerza para detener peleas en los colegios o controlar a los alumnos que se porten mal o perturben el desarrollo de las lecciones. No se trata de que castiguen comportamientos sino que impidan agresiones.
Los educadores tienen miedo a las represalias si actúan así porque en caso de duda la razón la tiene casi siempre el pequeño agresor, que a veces no es tan pequeño aunque tenga edad de menor.
La sensación de que la escuela es un lugar de riesgo más que un centro educativo no responde a una exageración. En Inglaterra, al menos, regresan a la vieja filosofía de que “mariconadas, las justas”.
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