El proyecto ilustrado ha sido el pilar de la modernidad, manifestándose en diversas esferas: en lo político, a través del Estado constitucional; en lo económico, mediante la economía de mercado; en lo social, con el estado de bienestar; y en lo cultural, con la sociedad abierta. Sin embargo, el presente se presenta como un escenario confuso que podría anticipar la quiebra de este ideal. La necesidad de actualizar el discurso para proteger la democracia constitucional y la libertad dentro de un Estado de derecho es más urgente que nunca, tal como ha señalado Benigno Pendás.
En este contexto, se observa una diferenciación clara entre una “derecha displicente”, que evita debates ideológicos, y una “izquierda complaciente”, que se aferra a una supuesta superioridad ética. Esta situación ha permitido que surja, con la frivolidad característica de lo posmoderno, un nuevo rostro de la demagogia histórica: el populismo. Este fenómeno es considerado por Pendás como un camino peligroso para una sociedad madura y compleja, pero al mismo tiempo vulnerable.
Un panorama incierto
Hoy nos enfrentamos a ciudadanos sumidos en la incertidumbre. Estos individuos frágiles y desamparados viven en un estado de “penuria de identidad”, donde se fusionan el pesimismo existencial y el optimismo hedonista. Las características que alguna vez parecieron positivas del sujeto posmoderno —como su debilidad ontológica y su escepticismo— han degenerado en rasgos negativos: son ahora manipulables económicamente y carecen de responsabilidad social.
Timothy Snyder ha denunciado dos políticas dañinas que condicionan nuestra comprensión y gestión de lo público: la “política de la inevitabilidad”, que promueve un futuro predecible e inalterable, y la “política de la eternidad”, que anhela un pasado idealizado. Mientras que la primera genera un “coma intelectual” que impide imaginar futuros alternativos, la segunda crea una “hipnosis” basada en recuerdos ficticios.
Reflexiones sobre el futuro y el pasado
No se requiere una profunda reflexión para comprender que ambas posturas están fundamentadas en contradicciones perjudiciales. En relación al futuro no existen certezas absolutas; solo esperanzas e imaginación. Por otro lado, respecto al pasado solo puede haber certezas basadas en el conocimiento histórico. Ambas opciones resultan ser “antihistóricas”, ya que sucumbir ante un pasado mitificado obstaculiza nuestra capacidad para concebir futuros posibles.
Snyder advierte sobre el riesgo de transitar desde una política centrada en lo inevitable hacia otra centrada en lo eterno, donde los populismos nacionales juegan un papel destacado. Es fundamental confiar en las nuevas generaciones para que puedan convertirse en una “generación histórica” capaz de rechazar las trampas del pasado y del futuro impuestas por sus predecesores.
Cultura crítica y educación superior
No podemos depender del “juicio de la Historia” como consuelo ante las injusticias pasadas; debemos involucrarnos activamente en la batalla cultural actual. Concebir una superioridad del futuro frente al pasado no solo refleja una visión lineal del tiempo, sino que también nos inmoviliza ante las acciones necesarias para moldear nuestro destino.
Afirmar que no podemos depender ni del juicio histórico ni del sentido común universal para alcanzar igualdad y justicia es crucial. La defensa activa de la democracia constitucional debe ser prioritaria, especialmente en Iberoamérica, donde existen riesgos evidentes como parlamentos dominados no por partidos políticos tradicionales sino por lo que Pendás denomina "grupocracia".
La importancia del legado educativo
No debemos dar por sentados los logros políticos alcanzados tras arduas luchas; las nuevas generaciones deben aprender a valorar estas conquistas con gratitud. Recordemos las palabras de Goethe: “Lo que has heredado de tus padres / adquiérelo para poseerlo”. Asimismo, Pedro Salinas enfatizó el deber histórico de transmitir enriquecidamente nuestra herencia.
Para evitar la desafección social, es esencial revitalizar nuestras instituciones parlamentarias mediante debates atractivos y participación ciudadana activa. Las Cámaras deben representar espacios donde prevalezca el diálogo y la negociación como método fundamental.
El rol crucial de las universidades
En este proceso hacia una conciencia pública renovada, las universidades juegan un papel fundamental. La madurez de un pueblo se mide por su capacidad para actuar independientemente frente a sus gobiernos y elegir entre el bien y el mal sin culpar a otros por sus decisiones.
No obstante, vivimos tiempos marcados por una "cultura de la queja" junto a una "cultura de la excusa", donde muchos parecen haber perdido su capacidad crítica. Así como Peter Pan evade responsabilidades, muchos ciudadanos actuales carecen del sentido del deber necesario para contribuir positivamente a su comunidad.
Formación integral para un futuro mejor
Desde la Universidad Camilo José Cela defendemos que la educación superior debe formar estudiantes integrales capaces no solo de cumplir con las exigencias del mercado laboral sino también comprometidos con el bien común. Según Howard Gardner, las virtudes fundamentales sobre las cuales debería construirse un currículo pertinente para el siglo XXI son la verdad, la belleza y la bondad.
Artículo de opinión de Jaime Olmedo Ramos, rector de la Universidad Camilo José Cela.