El expresidente del Gobierno y ex Secretario General del PSOE se ha convertido en el infiltrado de mayor rango que el Partido Popular tiene dentro de las filas socialistas. En El Hormiguero de
Pablo Motos reproduce de forma exacta lo que ocurre en ese hormiguero gigante en el que se ha convertido el PSOE. Felipe González no se reconoce como militante y mucho menos como dirigente jubilado del partido al que cambió, de forma radical y con corte de cabezas incluido, en los lejanos años setenta y ochenta del siglo pasado. S
u objetivo directo es animar a los actuales líderes del socialismo a que se levanten en armas contra Pedro Sánchez, en su doble condición de presidente del Gobierno y de Secretario General, por representa el mayor mal que puede sufrir España en estos momentos.
Critica pero arriesga lo mínimo; desautoriza pero no ofrece alternativas. Inteligente, que lo es; y con experiencia mundial, que la tiene, no intenta encabezar una revueta interna o un golpe de estado contra la actual dirección, se limita a poner su prestigio al servicio declarado de los disidentes internos como pueden ser Emiliano García Page y Javier Lamban, y ofrecer al PP de Feijóo e incluso al Vox de Abascal los argumentos más eficaces para que la actual izquierda que gobierna España salga lo más rapidamente posible del palacio de La Moncloa.
Convertido en idolo y referente de la España que ya no existe, por mucho que haya miles de ciudadanos que la añoren, Felipe González acepta subir al púlpito televisivo para predicar el Apocalipsis de la sociedad si esa misma sociedad acepta que Pedro Sánchez y todo el equipo personal y político que le rodea permanezca en el poder hasta el final de la Legislatura. Sabe que la única alternativa al hoy presidente del Gobierno es la de Alberto Núñez Feijóo, que el único camino para lograrlo es el de las elecciones generales, que no hay posibilidad de cambio interno - como no lo hubo durante sus casi catorce años de lider indiscutible del PSOE y jefe del Gobierno - y que incluso en esa posibilidad siempre puede ocurrir que el hasta hoy irrompible Sánchez consiguiera una nueva mayoría parlamentaria a base de obtener acuerdos con grupos minoritarios y nada recmendables para la unidad y gobernanza de este país.
Bajo la exitosa fórmula de Pablo Motos y al igual que ocurre con el expresidente cántabro, Miguel Angel Revilla, el liberal-socialista o socialista-liberal Felipe lanza sus andanadas contra una España oficial que no reconoce y contra un mundo que tampoco comprende. Si Sánchez es malo, Donald Trump es peor. En apenas cuatro meses ha cambiado de forma radical la forma de hacer poítica a nivel mundial, algo que le parece una catástrofe sin paliativos. Si error interesado es su crítica a su sucesor, mayor error es no ver que la llegada de Trump a la Casa Blanca y todo lo que está ocurriendo después responde a una necesidad que la propia y degradada democracia Occidental ha logrado.
Desde su refugio ecológico en El Penitencial, desde sus encuentros en los domicilos madrileños y desde su indudable presencia en el gran mundo del dinero, Felipe González fue una de las personas que más influyeron en la abdicación del Rey Juan Carlos; que más intentó que no llega se al poder José Luís Rodríguez Zapatero y después que no lo lograra Pedro Sánchez, se equivocó en los tres intentos. Ni Juan Carlos debió dimitir y menos autoexliarse en Abu Dahbi,ni Zapatero y Sánchez debieron abrir las puertas de par en par a los deseos independentistas de catalanes y vascos. Deseos que él mismo alentó durante sus mandatos y relaciones con Jordi Pujol, ese otro borrón que le une de forma directa con José María Aznar y con Mariano Rajoy, pero los dos últimos son problemas que deberá resolver Núñez Feijóo, si puede y le dejan.