La izquierda marxista, ecológica y feminista que intentó sustituir al PSOE como referencia de la España del progreso frente a la derecha conservadora y reaccionaria ha fracasado. Esa es la realidad, por más vueltas que intenten darle los representantes de los veinte partidos, movimientos, agrupaciones electorales, nombres regionales y provinciales y un largo etcétera, que deja lo que quiso ser Podemos y luego Unidas Podemos en un cementerio de cadáveres, tanto personales como ideológicos.
Al fracaso y desintegración del primer Podemos, por culpa de Pablo Iglesias y su deseo de acabar con el imposible gobierno comunitario de sus fundadores, le siguió el golpe de mano de Yolanda Díaz, en busca de lo mismo pero con el nombre de Sumar, para acabar con las amenazas de un Antonio Maillo que parece olvidar que Izquierda Unida, cuando acudió en solitario a las elecciones generales se quedó en un diputado.
No existe una guerra ideológica dentro de esa izquierda alternativa, se están peleando por los posibles sillones que les quedarán tras las futuras elecciones generales; al igual que pasará en los comicios autonómicos y municipales. La clave está en las listas y en las circunscripciones por las que acuda cada uno de los líderes. Desde Yolanda Díaz a Irene Montero o Antonio Maillo, dejando a un lado a ese enjambre de formaciones autonómicas como Más Madrid - que es lo poco que le queda con aspiraciones de representación y fuerza en las urnas - o Compromís, el resto no dejan de ser intentos personales o de grupúsculos en los que las proclamas ideológicas son un simple escudo para sacar réditos de un posible poder en las instituciones.
Si Pedro Sánchez y el resto de dirigentes del PSOE pudieran desprenderse por completo de ese lastre, tanto en el Gobierno central como en el resto de los gobiernos municipales en los que comparten sillones, lo harían. No pueden por una sencilla raazón: el voto que fuera del antiguo PCE, luego trasladado a Izquierda Unida, para aterrizar en esa coalición fantasma en la que se ha convertido Sumar, es casi imposible que se traslade al socialismo para, a la sombra de la Ley D`Hont, evitar con la concentración en una única candidatura, el triunfo de la derecha del PP de Núñez Feijóo, que tiene en el Vox de Santiago Abascal a su propio y singular martirio , en este caso con más diferencias doctrinales que las que se desean exhibir en la izquierda.
Todo sería más fácil y con los mismos niveles de democracia que los existentes en este momento en España, si se regresara al bipartidismo imperfecto de la Transición. Es imposible, no por las diferencias que se darían dentro de una gran izquierda sino por las misma razones que afectan a la crisis de Sumar, el aprecio por los sillones del poder y lo que representan: una larga lista de puestos, cargos, salarios, ayudas a organizaciones y grupos de toda clase y condición, una forma de evitar que miles de personas se vayan al paro. El Estado, en su conjunto, como la primera gran empresa del país.
Para consuelo de todos, España no tiene la exclusiva de ese fenómeno, es un mal general de Europa y que explica el atraso competitivo del Continente. Ser funcionario se ha convertido en una meta laboral en una sociedad en la que la tecnología debería agilizar la mayor parte de los trámites. La seguridad en el puesto de trabajo es un bien que sólo las Administraciones públicas ofrecen. Una forma de mirar al futuro por parte de las nuevas generaciones que agrandará la brecha social y creará muchos más “pobres”, menos clase media y aún menos superricos. Las diferencias cronificadas dentro de los países se harán más visibles pero también más soportables. Mientras, dentro de esa izquierda que era necesaria y se ha dejado comprar por los platos de lentejas seguirán mirando al futuro