En toda guerra todas las armas que se pueden utilizar, se utilizan. Basta con mirar lo que sucede en Ucrania y Gaza para comprobarlo. Allí la muerte física y la destrucción de pueblos enteros se justifica por las posiciones políticas que se aseguran irrenunciables por parte de los contendientes.
En España, la guerra política entre el Gobierno de Pedro Sánchez y el PP de Alberto Núñez Feijóo se extiende y utiliza cada ”nueva arma” que llegue a las manos de los adversarios. Por citar las tres más importantes: el
acuerdo fiscal con Cataluña, la emigración masiva que colapsa los servicios en Canarias y se extiende por el resto de las autonomías,
y ahora la posición política sobre Venezuela y las últimas elecciones celebradas en ese país.
La llegada de Edmundo González, el rival de Nicolás Maduro en las urnas, a nuestro país como exiliado político ante las claras amenazas sobre su persona que decretó el Gobierno venezolano, se ha convertido en el tercer proyectil de largo alcance con el que cuenta el Partido Popular y que puede representar un triunfo parlamentario para su presidente. Si Pedro Sánchez y su ministro Albares creían que al acoger al líder venezolano iban a cesar las críticas y las exigencias de la oposición - incluidos los ataques al expresidente Zapatero - se equivocaban. La posición de Sánchez y su Gobierno de no ir más lejos que el resto de los países europeos, en cuanto al reconocimiento de la victoria de la oposición que encabeza María Corina Machado, es difícil de mantener. La mejor prueba es la posición de su socio parlamentario, el PNV, que se suma a la petición de la proposición no de ley que han presentado el PP y Vox, al mismo tiempo que critican la utilización de Venezuela como arma política contra el Gobierno de Sánchez.
Es imposible asumir que lo que ha hecho España es un simple y elemental gesto humanitario hacia Edmundo González contra el que pesaba una orden de detención. Lo que estaba y está en juego es la verdad electoral. Sin las actas de las urnas contrastadas y auditadas por expertos internacionales, creer en la victoria de Nicolás Maduro y Diosdoro Cabello, que es la salvaguarda del presidente venezolano, es un acto de fé, algo que en política no es ni posible ni permisible para cualquier país que crea y practique la democracia. Hacen bien el PP, Vox, CC y el PNV en apoyar la iniciativa en el Congreso, y en eso también hace bien el Gobierno y el PSOE de no querer ir más lejos que el resto de la Unión Europea. Las relaciones internacionales exigen equilibrios que orillan las apetencias partidistas.
Los intereses españoles en Venezuela son muchos e importantes. Un reconocimiento de la victoria de Edmundo González iría mucho más allá de la exigencia de la renuncia de Maduro y aumentaría la posible guerra civil en ese país, algo que puede que al final se produzca. Allí están jugando las grandes potencias este siglo XXI, especialmente Estados Unidos, Rusia y China. Es un escenario más de la globalizacion y el dominio sobre las materias primas. Europa parte con desventaja y España podría y debería jugar un papel de arbitraje que favoreciera sus intereses. Dejar que sea una simple arma, otro proyectil político con el que la oposición bombardee al Gobierno es un error, pero no parece que ni el PSOE, ni el PP, ni el resto de los partidos sean capaces de acordar una política exterior que se mantenga por encima de los gobiernos de turno y los partidos.