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Feijóo se siente Cisneros: “estos son mis poderes”
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Feijóo se siente Cisneros: “estos son mis poderes”

lunes 22 de enero de 2024, 15:03h
Para hacer justicia a la historia, Alberto Núñez Feijóo tenía que haber reunido a sus ochenta alcaldes en Alcalá de Henares y no en Madrid. En la ciudad universitaria , en la capilla de San Ildefonso, está el cenotafio que alberga los restos del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, el religioso, político, militar y, sobre todo, hombre de estado que consiguió que la España que formaron los Reyes Católicos no se rompiera a la muerte de Isabel, que Fernando actuara de regente tras la oportuna y rápida enfermedad del infiel y ambicioso flamenco Felipe I de Castilla, y que Carlos V se sentara en el trono de los varios reinos, creando el primer Gran Imperio de la Edad Moderna.

Ante el cenotafio, sentados en los bancos de madera, los ochenta alcaldes del partido Popular podrían haber retrocedido quinientos años mientras su presidente volvía a repetir las palabras que el franciscano, arzobispo de Toledo e Inquisidor general les dedicó a los nobles ambiciosos de poder y dudosos de su Gobierno: “Estos son mis poderes”. Los del cardenal eran soldados y cañones, los del líder gallego sus presidentes autonómicos y sus alcaldes de ochenta grandes Ayuntamientos.

Feijóo ha querido demostrar ante los ciudadanos de su tierra, que irán a votar dentro de unas semanas, que su poder territorial es superior al de su gran adversario, Pedro Sánchez, el dirigente socialista que fue capaz hace unos días de meter dentro de una oscura y estrecha habitación del hostal de Davos a los grandes del Ibex 35, la nobleza financiera del siglo XX y XXI. El inquilino que habita en La Moncloa les mandó un mensaje inequívoco: el Gobierno quiere mandar en las grandes empresas frente a las ambiciones de los grandes fondos de inversión americanos y con la ayuda de los inversores árabes. Ese es el escenario de los próximos meses. Frente a esos deseos están los cañones legales - que alcanzan a Europa - que Núñez Feijóo tiene dispuestos en formación de combate para la guerra de los cuatro años.

Jiménez de Cisneros salvó la naciente unidad de España de los deseos de los nobles, que deseaban repartirse el creciente y universal Imperio que la astucia de Fernando de Aragón estaba creando tras la llegada de los españoles a las costas americanas. Por la fuerza de las armas y sin disparar ni una salva de cañón. El cardenal conocía muy bien a la vieja aristocracia de la tierra y al pueblo que la sustentaba. Utilizó el miedo y una muy acertada campaña de imagen pública. El presidente del PP sabe que en Galicia se juega mucho más que el Gobierno de esa Comunidad autónoma, la tercera en la que su partido goza de mayoría absoluta sin tener que recurrir al Vox de Santiago Abascal.

Mejor hubiera sido que le recibiera la alcaldesa Judith Piquet en lugar del alcalde Martínez Almeida. Las tumbas de la historia imponen mucho más, sobre todo si de escenificar el poder terrenal se trata. Donde esté un cardenal que se haga a un lado un abogado del Estado. Tampoco es lo mismo confesar a Isabel de Castilla y negociar con su viudo para apartar a la legítima heredera del Reino mientras, al mismo tiempo, cerrar la posibilidad de que a la naciente España se la gobernara desde el lejano Flandes; que confesarse sin hincar las rodillas ante esta otra Isabel, menos Reina, pero con poderes suficientes, como es la presidenta madrileña Díaz Ayuso. Quinientos veinte años han pasado desde la muerte de la primera y aún faltan tres largos para que las salvas de los votos confirmen o no en las urnas el “reinado democrático” de la segunda.