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Hemos perdido el miedo al miedo y salimos asustados de casa
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Hemos perdido el miedo al miedo y salimos asustados de casa

martes 30 de agosto de 2022, 18:21h
Si todos los días los medios de comunicación hablamos de lo mismo y decimos los mismo con los mismos protagonistas en las mismas situaciones, todo ello ya no será noticia al haber dejado de ser nuevo, se habrá transformado en costumbre. Eso es exactamente lo que ya ha ocurrido con lo que antes considerábamos malas noticias, que han dejado de ser noticia, pero siguen siendo malas; y las buenas, que se convertirían en noticias, al ser nuevas, no existen.
La energía, ya sea del gas, el petróleo, la eólica, la fotovoltaica o la nuclear sigue subiendo sus precios sin parar. Los precios de los alimentos siguen subiendo sin parar. La capacidad de consumo de las familias sigue reduciéndose sin parar. Las pensiones pierden poder adquisitivo por la inflación sin parar. Las amenazas de incremento del paro al finalizar el verano siguen creciendo sin parar. Los libros de texto, más caros; la educación menos exigente y peor… para qué seguir en cuanto al día a día de cualquier ciudadano. Ya hasta hemos perdido el miedo al miedo futuro con el que nos bombardean.
La guerra en Ucrania sigue produciendo muertos y destrucción sin parar. Las tensiones entre Estados Unidos y China en torno a Taiwan siguen aumentando con más barcos y aviones y misiles amenazando con chocar cualquier día y desencadenar otro conflicto. Los Balcanes se agitan y las viejas rencillas vuelven a la luz ya sea entre serbios y kosovares, entre croatas y eslovenos o entre todos ellos y sus vecinos alemanes y polacos. En Africa, las disputas por el control de las materias primas enfrenta a los grandes bloques políticos, a las grandes empresas y a los propios países productores. Y en la América que se extiende desde Méjico al sur de Argentina los cambios en sus políticas son tan grandes que se han convertido en una directa amenaza para el dominio ejercido hasta ahora desde Washington.
El acelerón tecnológico, para el que ningún país estaba preparado, va a seguir mandando al paro y a la consiguente subvención de los estados a millones de personas, sin que se sepa muy bien qué hacer, salvo recurrir a la imposibilidad de mantener por tiempo indefinido la protección social de los estados, salvo que se produzca una revolución a nivel mundial de consecuencias inimaginables pero siempre catastróficas. Las redes sociales son tan virulentas en lo malo como lugares de libertad para lo bueno, pero cada vez más controlada por las grandes compañías tecnológicas.
Los políticos anuncian el Apocalipsis pero son incapaces de abordarlo de forma conjunta y solidaria. Para ellos es más importante conseguir el poder destruyendo al adversario que intentar pactar unos acuerdos mínimos que favorezcan respuestas a la crisis. Nada de trabajar para conseguir el bienestar de aquellos que les votan, al margen de las siglas que defienden y los intereses que representan, trabajan para ellos mismos y la minoria que les acompaña. Sucede en España y en el resto del mundo. Pongamos todos los nombres en una larga lista que vaya desde Vladimir Putin a Joe Biden pasando por Xi Jianping, Emmanuel Macron, Bolsonaro, Lula, Maduro, recorramos los ciento noventa y tres países que están em la ONU, y no nos equivocaremos.
Las Instituciones, las que se han desarrollado durante siglos y han servido para llegar hasta aquí están siendo destruídas o se están destruyendo a sí mismas. La ONU, por ejemplo, creada para evitar conflictos bélicos y resolver las diferencias con el diálogo no existe, nadie le hace caso. Los Bancos centrales se encargan de “crear mal dinero”, que no es otra cosa que el pan para hoy y el hambre para el mañana. Las desigualdades sociales se incrementan de forma geométrica; menos ricos, muy, muy ricos, y muchos pobres, cada vez más pobres. El propio capitalismo, que venció frente al comunismo en el siglo XX se empeña en autodestruirse en el XXI.
Es un breve resumen, muy breve, de estos malos tiempos que vivimos, tan malos como repetitivos hasta conseguir que los ciudadanos los escuchen en boca de los políticos y apenas les hagan caso. Ya salimos todos asustados de casa. Una repetida y repetida y repetida mala noticia ha dejado de asustarnos. Hay una razón por encima de todas las demás para que esto ocurra; sabemos que nos mienten, que nos ocultan la verdad, que nos dicen los que les interesa a unos pocos que se diga, que la mayor parte de lo que está pasando y la más importante está controlada por unos pocos, y que se la reservan para ellos.
Lo real y lo falso se mezcla con enorme rapidez sin tiempo para separarlos. La pandemia del Covid y la necesidad de más o menos vacunaciones sube y baja por días, con supuestos datos y noticias que se amontonan en los medios de comunicación y producen hasta risa, por no decir hastío, al ver en el mismo espacio dos versiones opuestas al mismo tiempo. A Putin, por ejemplo, que estaba enfermo, le han matado varias veces, además de asegurar que está óco por la toma de esteroides, por imaginación que no quede. Zelensky cada vez interesa menos pero sigue siendo el mismo, en el mismo sitio y con el mismo cargo, una prédica en el desierto con su camiseta militar y su media barba sin afeitar, pero que se afeita. Ahora toca mirar a la central nuclear de Zaporiya y mandar a un equipo de expertos y ya no sabemos casi nada de los muertos de cada día. Siguen las sanciones a Rusia y cada vez se le compra más gas por parte de Europa. De las requisas a los oligarcas de su dinero y sus yates no samos nada, han desaparecido en la niebla, como tampoco sabemos nada de los laboratorios biológicos reconocidos en la ONU y que ningún equipo ha ido a investigar. Para bien o para mal.
No hay buenas noticias. Es lamentable pero es así. Asoma de vez en cuando un adelanto científico que se aplicará tal vez con éxito en un futuro sin precisar. El resto es la consagración diaria de las mentiras y la propaganda que elimina la capacidad de pensar, de razonar, incluso en aquellas personas que se supone tienen experiencia y conocimientos para ello. Les pondré un ejemplo, ya tan manido que yo mismo me asombro del poco caso que se le hace a ese fenómeno: unos dias en la playa, con llenos hasta la bandera por gentes de cinco, seis nacionalidades y orígenes diferentes, con los chiringuitos al uso llenos hasta la bandera, con los cuerpos pegados unos a otros, ¿ distancia de seguridad?, ¿ qué es eso?. En los restaurantes, más de lo mismo. Pero… aquí viene de nuevo la ceguera social a la que nos están llevando: si subes a un ferry para hacer una travesía de dos horas, te dirán por la megafonía que debes respetar la distancia y usar la mascarilla, casi nadie, por no decir nadie, le hace caso, entre otras poderosas razones porque si están en el exterior, en la cubierta, llena de gente, no necesitan el “antifaz”.
Cambio de escenario y de Comunidad autónoma. Hablemos de Aragón, que parece que nada tiene que ver ni con Madrid, ni con Baleares, ni con Valencia, ni con Andalucía, tal vez dependa del criterio de las personas, incluso de aquellas a las que se presupone un mayor conocimiento sobre la salud. Carrito y supermercado con las mismas recomendaciones sanitarias de distancia que nadie hace caso por lo absurdo de las mismas y la imposibilidad física de cumplirlas. Cafetería y desayuno sin que ni la distancia, ni el “antifaz” aparezcan por ningún lado. Restaurantes, terrazas, normalidad prepandémica. Hasta que llegas a una farmacia, en la que apenas estás cinco minutos, con todos los dependientes enmascarillados y la obligación de ponertela. Sales a la calle y te la quitas como el resto.
Lo absurdo convertido en norma, la razón ausente y sin que se la espere; al contrario, los gobiernos ya tienen dispuesto el programa de acusaciones hacia los ciudadanos por no cumplir con las normas que no se han preocupado ellos mismos de cumplir y que tienen dos claros ganadores en estos dos últimos años: las industrias farmaceúticas y las militares, cientos de miles de millones de euros o dólares de beneficios, que además tributan poco gracias a la existencia de esos paraisos fiscales que ningún gobierno o institución financiera quieren que desaparezcan mientras hablam de controlar hasta la exageración el dinero casi de bolsillo de los ciudadanos con la excusa de impedir el dinero negro.
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