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La dura lección de Alexandros que no aprendieron ni Bush ni Brezhnev
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La dura lección de Alexandros que no aprendieron ni Bush ni Brezhnev

sábado 14 de agosto de 2021, 18:05h
Allí donde han caído miles de bombas y han muerto miles de hombres, allí donde las dos primeras potencias nucleares de la historia han fracasado, un guerrero convertido en mito universal consiguió vencer a las seis tribus que siglo tras siglo han conseguido que Afganistán sea la tumba de las ambiciones de aquellos Imperios que pretendían conquistarlo.Su dura lección no la aprendieron ni el ruso Brezhnev, ni el americano Bush.

Hace 2.300 años Alejandro Magno tuvo que casarse con una princesa, arrasar pueblos enteros, perseguir a sus enemigos hasta exterminarlos para que desde los pastunes a los uzbekos, con los ghilzai a la cabeza, le aceptaran como Rey. Si George Bush hubiera leído un poco de historia tal vez habría ahorrado a su actual sucesor en la Casa Blanca la desagradable labor de reconocer que tras 20 años de guerra, con varios miles de muertos y dos billones de dólares gastados Estados Unidos tiene que retirarse de la misma forma que se retiró de Vietnam.

En enero de 2002, cuatro meses después de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York el entonces presidente de la Primera Potencia Mundial lograba reunir una coalición de países para buscar a Osama Bin Laden y destruir el poder talibán que le amparaba desde las agrestes montañas de Afganistán. Al líder terrorista lo encontraron y mataron unos años más tarde en el vecino Pakistan pero los soldados de Occidente siguieron muriendo en los valles y montañas del Hindu Kush.

Dos décadas antes y desde Moscú Mijael Gorbachov hizo lo mismo que ha hecho Joseph Biden desde Washington: ordenar que los últimos soldados soviéticos que quedaban en Afganistán regresarán a casa. La derrota tras diez años de guerra inútil en busca de una salida al Oceano Indico y de la explotación de los valiosos minerales que están en el subsuelo de todo el territorio, hizo que el derrumbe de la URSS se acelerara. Sin el desastre de Afganistán es posible que el Muro de Berlín se hubiera mantenido unos años más y la Unión Soviética no se hubiera disuelto a trozos.

Ni Leonidas Breznev, que inició la ofensiva contra las indómitas tribus, ni sus sucesores, Yuri Andropov y Constantin Chernenko pudieron hacer otra cosa que ver como todo su poderío militar se estrellaba una y otra vez contra un enemigo que aparecía y desaparecía entre las montañas. Tampoco habían leído la historia de Alexandros, ni se habían parado a meditar las razones que le llevaron a casarse con Roxana, la princesa que bien valía la paz en el fin del mundo. Tampoco hicieron mucho caso de la misma los británicos en el siglo XIX cuando quisieron someter a los rebeldes desde su Imperio en la India.

El Rey macedonio primero destruyó para vencer, de la misma forma como lo han hecho los que luego buscaron el dominio de lo que fue una parte del Imperio Persa, de apenas 650.000 kilómetros cuadrados, un poco más que toda la Península Ibérica.
Tras la victoria construyó el futuro haciendo que sus soldados se unieran a las familias de los distintos clanes a través de matrimonios, cesión de tierras y ayudas para desarrollar una copia del mundo heleno del que procedía. Sería el ejemplo que siguieron Hernán Cortes y Pizarro en América.

Destruida, saqueada y enterrada “La Dama de la Luna”, edificada en una de las orillas del rio Oxo - hoy Amu Daria - fue durante doscientos años la puerta de entrada como eje comercial al Imperio Chino. La mezcla de las culturas griega y persa que consiguió el Alexandros que relata en su trilogía Valerio Massimo Manfredi hizo que una parte de la Europa de la que procede todo Occidente sirviera para unir a las dispersas y enfrentadas tribus que mandaban Bessos y Espitamenes, los antecesores de los talibanes que hoy lidera Abdul Salam Zaeef., el hombre que el pasado mes de mayo firmaba con el embajador norteamericano el acuerdo para la retirada total de las fuerzas militares de los Estados Unidos.

Entre la España de José María Aznar, que se fotografiaba sonriente con George Bush y Tony Blair, y la de Pedro Sánchez, que no consigue que le reciba en La Casa Blanca Joe Biden, median 20 años y un tributo de muertos y dinero. Ciento dos soldados perdieron la vida de entre los 1.500 que llegaron a formar el contingente español en Afganistán, con los 62 muertos del Yak 42 en 2003 como ejemplo de improvisación, prisas y malas decisiones. Tres mil quinientos millones de euros gastados en una guerra de la que muy poco podíamos obtener y mucho teníamos que perder, con la excusa de perseguir a un fantasma, al ciudadano saudí Osama bin Laden que dirigía el terrorismo de Al Qaeda.

La mezcla de religión, política y patriotismo tribal está logrando, de nuevo, que el poderío militar de los “invasores” se estrelle contra un ejército del que no se sabe con exactitud ni su número ( entre 50.000 y 200.000 ) ni las armas con las que cuenta. Si se sabe que están más cerca del credo sunita que hoy dirige Iran que del eclecticismo marxista de China, dos países que están a la espera del fin del conflicto para ver cómo explotar las reservas minerales del país. También se sabe que la relación de los talibanes, de las distintas tribus que los integran, poseen un gran pago en especie para sufragar sus enormes gastos, el opio que cultivan desde hace siglos.