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La triple P apostólica que paraliza España
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La triple P apostólica que paraliza España

jueves 03 de septiembre de 2020, 14:09h
Los dueños de cada una de las P mayúsculas que rigen y dirigen (formalmente) la política en España tienen el mismo problema y coinciden en la misma decisión para afrontarlo: están en sus horas más bajas, no cuentan con el aprecio de los más de los suyos. Como los apóstoles, se les conoce por sus nombres y por sus acciones.

Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Pablo Casado sufren cada día los ataques y críticas de los medios de comunicación ( unos más que otros ), ven como los sondeos de opinión coinciden una y otra vez en suspenderles en valoración ciudadana, y se enfrentan a las peticiones de renuncia y cambio como posibles fórmulas para ayudar a la recuperación de España. Son tres P que deberían buscar y encontrar la forma y maneras de sumar sus voluntades y posiciones en el organigrama político para ayudar al país y no para limitarse a pensar y actuar en razón de sus propios y particulares intereses.

Pedro, Pablo y Pablo han decidido resistir. Cada uno en el puesto que ocupan no están dispuestos a tirar la toalla, dejar que sean otros los que se sienten en sus respectivos sillones y ellos pasar a la moderna historia política de este país. Luchan por su presente y por su futuro y se rebelan contra aquellos que les califican y definen como parte de un pasado que hay que dejar atrás. Ni el presidente del Gobierno, ni su vicepresidente, ni el líder de la oposición se sienten responsables únicos de los problemas por los que atraviesa España, ni mucho menos que su sustitución al frente del Ejecutivo y el PSOE, de Podemos del Partido Popular vaya a mejorar la posición de la nación y favorecer la salida de la crisis. Por el contrario, los tres están convencidos de que están haciendo lo correcto, que no es hora de cambiar en sus respectivos cargos y competencias y que son ellos los que deben dar las soluciones en el inmediato futuro. Errados o acertados se muestran más que dispuestos a luchar contra todos aquellos que por diversos intereses quieren mandarles al archivo de la vida pública.

Guste a muchos o a pocos, sean parte de la solución o parte del problema - que de ambos extremos se trata- los tres tienen atrapada a España en el problema de todos y en los suyos particulares. El presidente del gobierno ya ha dicho con claridad y varias veces que lo que necesita España es unidad en torno a su programa. Iglesias calla poco y actúa sin dar la más mínima oportunidad a todos los que desde dentro y desde fuera de su partido le acusan de una actitud dictatorial y de no afrontar los problemas con claridad y decisión. Casado, por su parte, se limita a observar las ambiciones declaradas de algunos de los que le rodean, lanza alternativas más o menos realizables a la política gubernamental y cambia de portavoces y hasta de política de fondo, todo con una meta: si me mantengo al frente del partido más pronot o más tarde llegaré a La Moncloa.

A Pedro, a Pablo y a Pablo hay que sumarles, en la crisis a Felipe VI. La Monarquía, como forma de estado tal y como aparece en la Constitución, vive ahora el peor de sus momentos, peor incluso que el que vivió con el intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero y los generales Milans del Bosch y Armada hace treinta años. En plena crisis económica con seis millones reales de parados y más de un millón de familias con todos sus miembros sin trabajo, los escándalos que se han sucedido están dejando a la institución por los suelos, desde el más grave de todos, el de Iñaqui Urdangarin y la infanta Cristina, hasta los más dañinos para el propio

Rey como han sido todos los datos sobre la fortuna del Rey Juan Carlos desde la cacería en Bostwana y su tóxica relación con Corina Larsen.
Las peticiones de abdicación a favor del príncipe Felipe terminaron haciéndose realidad, pero desde entonces los escándalos mezclados con el evidente mal estado de salud, tras varias operaciones quirúrgicas, entre relatos que han destapado la frágil unidad familiar que existía y existe en estos momentos en el palacio de La Zarzuela.

Muchos intereses coinciden en ese intento de cambiar el nombre en la Jefatura del Estado a través de una nueva Constitución que se base en la forma republicana del estado. Eso, en lugar de desarrollar un estatuto o una normativa que regule los derechos, deberes y prerrogativas de cada uno de los miembros que conforman la Casa del Rey, no digo ya los de la familia en su totalidad. Algo que se ha venido obviando por parte de los distintos gobiernos desde el año 1979, tras la celebración de la las primeras elecciones democráticas con la nueva Constitución.

El desgaste del Gobierno y de su presidente será enorme, si la crisis económica avanza y se convierte en incontrolable, con el país entrando en la bancarrota financiera y social. No podrá ser de otra manera tras reconocer públicamente que todas las promesas efectuadas durante la campaña electoral que llevo a Pedro Sánchez a ganarlas con la menor cantidad de diputados de toda nuestra democracia, con la creación de empleo en primer lugar, no se iban a cumplir en esta Legislatura y que habrá que esperar a la siguiente para ver si todos años ajustes, recortes y sacrificios que se están tomando y pidiendo a los ciudadanos logran sacar a nuestro país del hoyo en el que está metido. La excusa de la pandemia no puede ser eterna.

El presidente cifra su éxito o fracaso como gobernante a los resultados económicos, con un Gabinete dividido y un partido cuyos dirigentes regionales se empiezan a rebelar de forma clara por la política traumática que se ha impuesto y que puede llevarles a perder gran parte del poder que tienen desde las últimas elecciones. No son sólo Ximo Puig o García Page los que públicamente piden un cambio de actuación desde el gobierno central, el resto, de forma mas callada o menos directa, también lo piensa y lo necesitan.

En el primer partido de la oposición los problemas de liderazgo, de ambiciones desatadas y de confusión ante lo que consideran un desastre que se mantiene desde las últimas elecciones generales crecen cada día. Pablo Casado se muestra incapaz de controlar a unos dirigentes regionales que están convirtiendo al PP en una especie de tribus independientes más pendientes de los problemas internos que de la aportación que pueden realizar para combatir la crisis de todos. Los resultados de las encuestas no hacen sino ahondar en el problema, ya que la caída del PP en apreciación ciudadana va acompañada de la misma caída de las siglas socialistas, y mucho más de las de Podemos.

Todo indica que roto de hecho el bipartidismo imperfecto que nos ha acompañado en los últimos treinta años, sometida España a todo tipo de vaivenes estructurales, económicos, sociales y culturales, se impone que las fuerzas políticas y las instituciones del estado busquen y logren un gran pacto nacional si quieren que los ciudadanos de este país nuestro sigan creyendo en el modelo democrático y no en otro tipo de alternativas, dentro o fuera de la Europa comunitaria. Es ahí, en ese proceso necesario y urgente, donde las tres P tienen un papel esencial. Si lo asumen y lo cumplen podrán defender su posición ante la sociedad. En otro caso estarán cavando su propia y particular fosa.