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La guerra de las rosas de Felipe y ZP por influir en Sánchez
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La guerra de las rosas de Felipe y ZP por influir en Sánchez

viernes 17 de julio de 2020, 10:53h
Europa ya es el árbitro del desenlace de esta nueva guerra. De la generosidad y solidaridad del poder que emana de Bruselas y de Berlín depende el resultado

Sin ser nueva, la actual “guerra de las rosas” dentro del socialismo hispano tiene unas características que la asemejan más a la que libraron en la antigua Inglaterra las dos familias que habían ostentado el poder hasta esos finales del siglo XV. Hartos de matarse entre ellos mismos, Lancaster y York dejaron que llegara al trono la tercera familia”, los Tudor.

Había tantos socialismos en la España que dejaba atrás la Dictadura que tuvieron que inventarse apellidos para poder diferenciarse, y aún así las batallas por el nombre histórico no terminó en un pacto inestable hasta pasadas dos elecciones generales y una Constitución. La primogenitura de las siglas la ganaron Felipe González y Alfonso Guerra, que obligaron al resto a rendirse, fusionarse o desaparecer. Le pasó al socialismo del alcalde Tierno Galvan, Raúl Morodo y José Bono, y de distinta manera pero con el mismo final le ocurrió al socialismo que representaba el líder de UGT, Nicolás Redondo, y a los socialismos periféricos de Cataluña y Euskadi. También al experimento de cierta independencia que intentó en Madrid, Joaquín Leguina.

Sin adversarios de importancia en el exterior, Felipe y Alfonso iniciaron su particular guerra ya instalados en el poder del Gobierno. Uno y otro recibieron a los dirigentes que abandonaban sus formaciones iniciales en el inicio de la Transición y se incorporaban al emergente poder que tenía todas las características de un partido que, desde la II República y el exilio, había renacido para quedarse y mandar.

El PSOE de 1982 sepultó al resto de movimientos socialistas que se habían movido mucho o poco bajo el franquismo, y mandó al Partido Comunista de Santiago Carrillo a la nimiedad de los veinte escaños. Una falsa calma interior, mientras se ajustaban al poder los nuevos dirigentes nacionales y autonómicos, imperó en el partido. Abandonado de palabra y obra el marxismo inicial, aparecieron los socialdemócratas y más a la derecha, los liberales. Todo cabía en aquel PSOE que se convertía en el primer partido de España y la mejor defensa que podía tener la naciente Monarquía de Juan Carlos I.

En mi libro “La guerra de las rosas” quedó reflejado todo ese periodo que va de la llegada al poder tras las elecciones de 1982 a la salida de Alfonso Guerra del Gobierno, algo que ocurre el sábado, 12 de enero de 1991, en el transcurso del Congreso de los socialistas extremeños, con Rodríguez Ibarra de anfitrión. El que era hasta ese momento vicepresidente del Ejecutivo y número dos del partido se separaba de Felipe González y de su política liberal. La misma que defendían, por distintos motivos y ambiciones, el catalán Narcís Serra y el navarro Carlos Solchaga.

Lo que pasó en los meses siguientes está contado por sus protagonistas, cada uno desde su particular visión de las razones que llevaron a los dos dirigentes sevillanos a esa guerra fratricida. Lo curioso es que terminada la guerra, con la total victoria de Felipe, nunca se firmó la paz dentro del partido. Las diferencias han continuado a lo largo y ancho de los treinta años siguientes y han desembocado en este hoy en el que dos expresidentes, con dos conceptos del poder y del socialismo muy distintos, pugnan por convencer y encauzar la acción de gobierno del tercer secretario general Tiene del PSOE que se ha convertido en presidente del Gobierno.

Tanto Felipe González como José Luís Rodríguez Zapatero se han convertido tras su salida de La Moncloa en asesores de empresarios millonarios o gobiernos radicales. El mejicano Slim y el venezolano Maduro son dos extremos tan extremos que es imposible encontrar un punto común entre los dos expresidentes, siendo el objetivo de ambos influir en Pedro Sánchez.

Tiene esta guerra en el seno del socialismo del siglo XXI una característica que no tuvieron las anteriores: por primera vez el Gobierno es de coalición y con los comunistas que representan Pablo Iglesias y Alberto Garzón, dos formas también de entender la herencia ideológica de Carlos Marx. Si tuviéramos que colocar algún apellido británico a nuestros dirigentes nacionales y a las familias que representan, los felipistas residuales serían los York, los zapatistas jugarían el papel de los Lancaster, y la “casa” Tudor en versión madrileña sería el sanchismo que habita en el palacio de La Moncloa.

Europa ya es el árbitro del desenlace de esta nueva guerra. De la generosidad y solidaridad del poder que emana de Bruselas y de Berlín depende el resultado. Si se impone el liberalismo hanseático y la socialdemocracia sueca a la democracia cristiana alemana y al liberal socialismo francés, Pedro Sánchez tendrá que alejarse de Rodríguez Zapatero y de Pablo Iglesias y “aceptar de mal grado” pero aceptar las posiciones que defiende González. Eso o emular a los británicos y amenazar con la salida de España del euro.