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10 responsables para la “nueva España” de Felipe VI
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10 responsables para la “nueva España” de Felipe VI

jueves 04 de junio de 2020, 13:33h
Tres problemas sin solución se repiten en España desde hace noventa años. El cuarto, Gibraltar, es más antiguo y hay que remontarse a la llegada del primer Borbón al trono. El virus ha retrasado la nueva crisis de los tres primeros, y el Brexit devolverá actualidad al cuarto más pronto que tarde. La “nueva normalidad” tan proclamada llevará a Felipe VI a enfrentarse a la “nueva España” en busca de su futuro.

Diez líderes políticos tienen en sus manos buscar un camino a cada uno de ellos o empeñarse en mantener los conflictos sin solución, salvo que los españoles, como Nación y Estado aceptemos que además de una “Nueva Normalidad “ vamos a tener una “Nueva España” si es que se consigue, al menos, mantener la “marca” como holding de cuatro, cinco, seis... naciones y territorios soberanos.

Desde Pedro Sánchez a Pablo Casado, Pablo Iglesias, Santiago Abascal, e Inés Arrimadas hasta Iñigo Urkullu, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Arnaldo Otegui y Alberto Núñez Feijóo, vamos a contemplar cómo hablan de España y sus respectivas autonomías de la misma manera que lo hacían sus homólogos de la II República en los años 30 del siglo pasado. Ahora sin el miedo a los “espadones” y con más comprensión por parte de una Europa en crisis, pero con igual o muy parecido desapego por parte de la gran mayoría de los ciiudadanos.

Cinco años viviendo entre elecciones de todo tipo y alcance, falsas declaraciones de independencia mezcladas con históricos deseos nacionales, moción de censura que triunfa, cambios en la dirección de los dos grandes partidos políticos, y nuevas formaciones que aparecen, desaparecen y cambian de nombre agotan a cualquier país.
Desde los 39 reinos de Taifas que durante dos siglos ocuparon dos terceras partes del territorio de nuestra Península tras la caída del califa Hisham II hasta el centralismo absolutista de los Borbones, sobrevenido quinientos años más tarde de la mano de Felipe V, en España el péndulo del Estado va de un extremo a otro movido más por las ambiciones políticas y económicas de unos pocos que por los deseos identitarios y excluyentes de la inmensa mayoría de los llamados ciudadanos a los que gobiernan. Y digo ciudadanos para conservar esa palabra como seña de identidad de la igualdad que se persiguió durante dos siglos a partir de la Revolución francesa y que ha acabado convertida, de nuevo, en una esperanza, en un sueño, en un deseo que, paradojas de estos tiempos de universalidad e inmediatez, la hipercrisis financiera lo presenta como poco menos que imposible de alcanzar.

Los españoles no hemos encontrado el equilibrio interno como Nación, que lo somos de forma unitaria de la misma forma que lo son de forma singular territorios como Cataluña, Galicia, Euskadi y desde luego Castilla y Andalucía. Intentar separar los conceptos de estado y de nación para reivindicar lo segundo frente a lo primero es un error y una mentira interesada, que falsea la historia y la acomoda a las ambiciones de una elites políticas que persiguen su propio encumbramiento para negar, en el fondo, el derecho a la ciudadanía a esa misma sociedad a la que dice defender. España es un Estado si nos basamos en el concepto territorial pero también una Nación si nos fijamos en las características históricas como pueblo en el que las diferentes lenguas y costumbres no la desvirtúan, al contrario, la ,enriquecen. Y la fortalecen en la unidad como lo han demostrado y bien quinientos años de avances y retrocesos en el respeto político a las diferencias, mucho más que en las debilidades que se buscan y son aplaudidas por los mas mendaces al defender la ruptura y el desgajamiento.

Defender la identidad que nos une frente a las identidades que nos separan es defender la libertad, la igualdad y la solidaridad que propuso la Revolución Francesa y que pese a todos los excesos del propio proceso revolucionario y al absolutismo napoleonico en que desembocó en apenas diez años, se convirtieron en el santo y seña de un futuro más justo para los que hasta ese momento ( y éste ) menos tenían. Ser y defender lo español es defender lo catalán, lo vasco, lo andaluz , lo gallego o lo castellano. No hay oposición real en esos conceptos, en esas definiciones. Suman y no restan, salvo para los que buscan su propia justificación política y su existencia y permanencia en el poder a través de la ruptura.

Renunciar a lo español como fórmula para defender lo catalán - por ejemplo - es empobrecer la propia identidad. Es mutilar una parte de la propia historia, es querer construir otro futuro en base a agravios - que los ha habido en ese tiempo tan largo y complicado como el que se ha vivido en esta tierra de celtíberos, romanos, fenicios, visigodos y musulmanes en la que se han superpuesto culturas y liderazgos hasta conformar una Nación tan rica como compleja, tan fácil de gobernar como difícil de entender, tan débil en sus complejos como grande en sus ambiciones.

Podemos volver a empezar, podemos emular a los sucesores de Hisham II y trocear esta España nuestra la de todos con todos. Podemos convertir el estado de las autonomías en las nuevas Taifas y esperar a que desde fuera vengan a " conquistarnos" a una velocidad mayor que con la que ya lo están haciendo, con menos capacidad de resistencia, con menos conciencia de nuestra propia identidad, con una mayor pérdida de nuestra condición de ciudadanos. Por sí alguno nos e ha enterado tras la " ruptura" autonómica vendría la de las grandes ciudades. Detrás de las Taifas están las " ciudades estado", un buen ejemplo de insolidaridad, egoísmo y falta de libertad para la mayoría. Ya las hubo y ya las hay para goce y beneficio de los poderosos.