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La técnica del poder ( 1 )

La división que utilizaron Suárez, González y Aznar
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La división que utilizaron Suárez, González y Aznar

lunes 09 de marzo de 2020, 10:31h
Señalar que existen enfrentamientos y discrepancias en el Consejo de Ministros y que se deben a la cohabitación entre representantes del PSOE y de Podemos e Izquierda Unida es poner de manifiesto un desconocimiento de las técnicas del poder. Eso o un intento de engaño más burdo de lo que la inteligencia permite

Si miramos los últimos 43 años, los que van desde las primeras elecciones generales del año 1977 ganadas por la UCD y con el PSOE como primer partido de la oposición, comprobaremos que aquel Gabinete que formó Adolfo Suárez tenía dentro casi tantos partidos como ministros. Allí convivían falangistas como Martín Villa, democristianos como Oscar Alzaga, liberales como Garrigues Walker, socialdemócratas como Fernández Ordóñez, y algún que otro ácrata de derechas como Ignacio Camuñas. Las siglas del partido eran las mismas por fuera. Por dentro, cada uno de los que las habían asumido mantenían sus colores.

Suarez administró ese enjambre de miradas distintas sobre la España del futuro con habilidad y dejando que sus ministros se enfrentaran. Tuvo dos vicepresidentes militares en sus res gobiernos. Y cuatro vicepresidentes civiles, incluido el último, Calvo Sotelo, al que dejó de sucesor para que administrara la herencia durante un año. No le puso, ni le admitieron los suyos de candidato. Aquel partido de aluvión que había ganado dos elecciones con más de 160 diputados se derrumbó de la mano de un democristiano como Landelino Lavilla. Después lo mataron desde dentro y desde las afueras.

Ya es historia y los políticos de hoy, desde Sánchez a Casado pasando por Iglesias y Abascal, pueden aprender de los errores de ayer. Suárez fue el primero al que dejaron sin el vicepresidente económico, el profesor Fuentes Quinta, después lograron la huída de Fernando Abril Martorell, que había terminado de negociar la Constitución y después, con la ayuda de la ultraderecha militar que le odiaba tanto como al general Gutiérrez Mellado - su escudo durante cuatro años - le dejaron sin partido.

El socialismo tenía que gobernar para dar credibilidad a la naciente Monarquía democrática española. Y gobernó tras varios planes de golpes de estado que cristalizaron en uno. Ni el teniente coronel Tejero, ni el desaparecido entre las sombras del fracaso, el “elefante blanco” que nunca llegó aquella madruaga al Congreso, lograron su propósito y tras el 23 de febrero de 1981 el socialista Felipe González conseguía 202 diputados, la mayoría más absoluta de nuestra democracia. A su lado, desde una de las ventanas del hotel Palace celebró la victoria junto a su número dos del partido, del hombre que le ayudó a triunfar y a vigilar a los suyos durante los meses de su “paso atrás” para abandonar el marxismo que le incomodaba. Alfonso Guerra entró en el Gobierno como hombre fuerte del mismo, pero con las alas económicas en otras manos. El choque era inevitable.

Durante catorce años Felipe González mantuvo su poder personal por encima del poder del PSOE y de sus diferentes gobiernos. Si dividimos ese largo periodo en tres etapas, la primera con Alfonso Guerra de vicepresidente desde finales de 1982 a enero de 1991, cuando cansado de los desplantes del jefe decidió tirar la toalla esperando unos apoyos de los que pasaban por ser incondicionales y que le abandonaron en apenas unas semanas. Ganaron los liberales del PSOE acaudillados por Miguel Boyer y Carlos Solchaga.

La segunda con Narcís Serra en ese papel entre marzo de 1991 y junio de 1995, con la esperanza de sustituirle tras la celebración de las Olimpiadas y con el acuerdo de convertir al que era presidente de Castilla la Mancha, José Bono, en su propio vicepresidente. Se repetiría la fórmula, en esa ocasión mezcladas las líneas económicas con las territoriales. González intentó que hubiese un presidente catalán y un vicepresidente castellano. El primero que se opuso fue el Rey Juan Carlos.

Y la tercera, que terminaría con las elecciones generales de 1996 y en la que desparecida la figura de la vicepresidencia el PSOE se lanzó a una descarnada batalla por la sucesión entre Joaquín Almunia ( al que apoyaba el clan socialista de Madrid ) y Josep Borrell, que ganó el Congreso Federal pero perdió en los medios de comunicación bajo las acusaciones vertidos sobre dos fiscales catalanes.

Otra enseñanza para los dirigentes que se juegan en estos días de marzo y abril liderazgos internos en sus formaciones, como Inés Arrimadas y Santiago Abascal, por un lado, y Núñez Feijóo e Iñigo Urkullu, por otro.

Tras la victoria del Partido Popular y el calvario de dos meses que tuvo que pasar hasta conseguir los votos de los catalanes de CiU para su investidura, José María Aznar nombró para el puesto de vicepresidente a Francisco Alvarez Cascos. Todos pudimos comprobar que, si el presidente González había utilizado los cargos del Gobierno y el reparto de Ministerios para asegurar su propio poder, su sucesor en el palacio de La Moncloa actuaría de la misma manera.

El divide y vencerás siempre ha servido en la guerra, en la política y en la vida civil. A Adolfo Suárez le sirvió para gobernar durante cuatro años y terminó de forma violenta. A Felipe González durante catorce y terminó por la violencia social que engendró la corrupción. José María Aznar creyó que eligiendo a Mariano Rajoy entre los cuatro vicepresidente que tuvo durante sus ocho años de mandato podría mantener a su partido en el poder. De nuevo la violencia rompió el pronóstico. El PSOE regresó al poder con José Luís Rodríguez Zapatero, y con un gobierno monocolor las discrepancias y enfrentamientos entre sus miembros fueron una constante.