www.cronicamadrid.com
De Montoro a Montero, el rostro andaluz de los impuestos
Ampliar

De Montoro a Montero, el rostro andaluz de los impuestos

miércoles 05 de febrero de 2020, 12:13h
Con 54 años, cumplidos el cuatro de febrero, la “biministra” Montero tiene su gran historia por escribir, con parada en Madrid y regreso triunfal a Sevilla

Los ministros de Hacienda ( con o o con e ) no caen simpáticos. Tienen la obligación de ingresar cada año en las arcas del estado miles de millones de euros, que deben salir de los bolsillos de los ciudadanos. Las necesidades crecen y la búsqueda de los euros lo hace en la misma medida. Aznar y Rajoy confiaron en Cristobal Montoro para tal tarea. Susana Díaz y Pedro Sánchez lo han hecho en María Jesús Montero.

Desde un pequeño pueblo de apenas dos mil habitantes o desde la ciudad que sirvió de puerto para las Indias se pueden gobernar los bolsillos de 46 millones de españoles. Sirven lo mismo los estudios de economía que los de medicina. A Cristobal y María Jesús les separan sus ideas políticos y el partido al que pertenecen y les unen su facilidad para comunicar y su dura mano para recaudar. El primero ha estado catorce años en la cúspide del poder económico del partido Popular y de varios de sus gobiernos nacionales. La segunda logró su ascenso a la Primera División por una moción de censura y tras demostrar desde la Andalucía socialista que era capaz de utilizar el bisturí de las cuentas públicas con la determinación de un cirujano.

Con 54 años, cumplidos el cuatro de febrero, la “biministra” Montero tiene su gran historia por escribir, con parada en Madrid y regreso triunfal a Sevilla, decapitación política por medio de la mujer que impulsó su carrera, o atrapada en la capital del Reino durante el tiempo que los socialistas sean capaces de mantener y alargar la victoria conseguida el 10 de noviembre.

Con los 70 rondando ya su edad en el calendario, el ex ministro más silencioso del PP, tiene su historia política cumplida y su vanidad satisfecha. Se declara abuelo en funciones y ojeador de duelos y quebrantos ajenos, de algunos a los que acompañó y le acompañaron, y de otros a los que, si hubiera sido zahorí , les habría adivinado un futuro de titulares negros en los periódicos y de visitas al purgatorio de la Audiencia Nacional.

Habrá que dejar para mejor fecha el relato de los merecimientos de la política socialista, desde los lejanos y juveniles tiempos del comunismo cristiano a los oropeles del Congreso de los Diputados y los martes palaciegos de Moncloa. Faltan muchos renglones públicos por escribir. No así los del político popular, del que tal vez se esperen una Memorias. Hoy no anunciadas pero que podrían arrancar desde los libros de historia de dos países y varias guerras.

Podemos empezar a mediados del siglo XIII, cuando confluyeron dos hechos que ochocientos años más tarde iban a marcar la vida de los españoles en general y de uno de ellos en particular: en la Inglaterra de los Plantagenet, el rey Ricardo se marcha a la Tercera Cruzada, se abren las puertas del poder para su hermano menor, Juan sin Tierra, y se escriben los primeros párrafos de la que será una de las grandes leyendas de la época medieval, la de Robín Hood, y la de su reverso malvado, el shérif de Nottingham.

En esos mismos años, en la España de la llamada Reconquista, Ibn al- Hamar, caudillo nazarí y Fernando III de Castilla firman un acuerdo de paz por el que el dirigente musulmán se comprometía a rendir vasallaje al rey cristiano a cambio de mantener sus dominios y sus dos castillos, los que delimitan y protegen desde entonces el enclave estratégico de Cambil, al sur de la provincia de Jaén y puerta de entrada para la posterior conquista de Granada que realizaron los Reyes Catholicos.

Es en ese tiempo cuando Cambil y el bosque de Sherwood entran en contacto, pues en ambos casos hablamos de tributos, de impuestos, de ricos y pobres, de gobernantes y gobernados. De la Inglaterra que ya miraba al Continente con tanta desconfianza como apetito conquistador a la España de estos tiempos. Convulsos ambos y con poderosas ambiciones por medio.

El nombre de William de Wendenal sucumbió en los libros bajo su título literario y cinematográfico. Mejor un bosque y unos guardias que, a caballo y carromato, recorrían los pueblos y aldeas reclamando tributos. Sin guardias a caballo, pero con armas mucho más eficaces, los ministros de Hacienda de todo país recaudan de aquí y de allá, dándonos disgustos un día si y el otro, también, sin por ello perder la sonrisa.
Don Cristobal desplegaba una gran carga de ironía en sus intervenciones parlamentarias, una capacidad inmensa para utilizar las palabras hasta retorcerlas y que escondan lo que quiere decir son decirlo, un aplomo digno del mejor par de la Iglesia o del Reino. un aguante sin límites, y la fe de un equipo que le seguía como un solo hombre.

Nacido en julio de 1950 en Cambil, donde vivió hasta los quince años a la sombra de los dos roquedales que fueron castillos, y al que muchos vieron como un moderno y democrático shérif de Moncloa y tras cuatro años de ministro de Hacienda con José María Aznar y otros seis largos con Mariano Rajoy, el titular de los impuestos - que es un cargo desagradable donde los haya y más en tiempos tan duros como los que vivimos, en los que el estado mira hasta debajo de las piedras para encontrar el duro ayude a pagar todo lo que se debe - no se inmutaba cuando hacía justo lo contrario de lo que había estado diciendo hasta el minuto anterior; ni descomponía el gesto cuando de llevar la contraria a su compañero y sin embargo adversario en el gobierno, el ministro de Economía, Luis de Guindos, se trataba. Uno miraba a Europa con sus ambiciones intactas; el otro dejaba caer su mirada a la tierra del día a día y cambiaba el caviar por los garbanzos.

Dada su formación académica como catedrático Hacienda pública en la Universidad de Cantabria y sus anteriores años de estudiante en la Autónoma madrileña, a la que acudía desde el domicilio familiar del paseo de Extremadura, demos por sabida la historia de su pueblo e incluso el origen de la palabra nazarí, que esa es otra; y aún más sabida la historia entre real y mítica del shérif del bosque y del arquero ( noble o plebeyo) que se lo quitaba a los ricos para dárselo a los pobres. Ya sabemos que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Creo que Cristobal Montoro, nuestro ex-ministro de las tijeras y los impuestos, se divierte un poco más cada día que pasa viendo que sus cuentas siguen en pie y que será otra andaluza como él quien terminará por lograr que los Presupuestos del Reino ya no le deban nada a su desaparecido rival. Siempre, claro está, que los catalanes que no han querido oír y saludar al Rey Felipe sean capaces de poner sus votos al servicio de unas cuentas de las que ellos mismos tienen que vivir. Con elecciones o sin elecciones por medio; con Junqueras dentro o fuera de la cárcel; con Torra de presidente o de espectador del circo que él y sus compañeros han montado.

El hombre que reía por las comisuras de los labios disfrutaba plenamente cuando dejaba caer que sabía casi todo de casi todos, ya fueran artistas, periodistas o políticos. Es lo que tiene poder mirar las cuentas de sociedades y las declaraciones de los millones de españoles que las presentan cada año. Un periscopio social y personal que ha heredado María Jesús Montero, menos irónica pero igualmente campechana cuando de dirigirse a los periodistas se trata. Sentía el jienense una especial delectación cuando podía llevar la contraria a sus compañeros en el Ejecutivo o en el partido, en especial cuando lo mismo le daba un cachete a su compañero Luis de Guindos o le mandaba una inspección al hoy novelador de Memorias, José Manuel García Margallo.

Sabía don Cristobal como lo sabe hoy doña María Jesús que la confianza del presidente, se llame Rajoy o Sánchez es básica para cumplir con la necesaria e ingrata tarea de “meter la mano” en los bolsillos de los españoles, y que cada semana tiene la obligación de ofrecer al inquilino de La. Moncloa el mismo menú: el debe y el haber del Estado, las lentejas que no puedes cambiar. Hay que recaudar y recaudar y si la deuda pública crece y crece y cada vez nos cuesta un poco más las emisiones del estado, pues ya se sabe: se dejan los principios liberales o socialdemócratas a un lado, y se buscan los bolsillos de los ciudadanos.

Para don Cristobal, abandonada la media barba y rasurado con esmero y dorada la piel por los rayos Uva, justo antes de abandonar el Ministerio y el Gobierno por la audacia de Pedro Sánchez con su moción de censura, el trabajo que hacía es el que le había encargado su líder, pero también el que le gustaba. Su máxima aspiración en política fue llegar a la vicepresidencia del gobierno, nada más y nada menos. Se conformó con dejar el primer plano de la política con enorme discreción para dedicarse, cumplidos los plazos reglamentarios, a la vida profesional dentro de un buen despacho.Tal vez por eso puede decir a los que le preguntan por sus actuaciones en aquellos años que no había nada personal, que sólo eran y son impuestos.