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Diálogo de sordos entre Berlín y Madrid
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Diálogo de sordos entre Berlín y Madrid

miércoles 16 de mayo de 2018, 13:13h
Cumplió el presidente “provisional” elegido con el calendario previsto y se marchó a Berlín para rendir obediencia debida al presidente “exiliado”. Me lo habían contado con detalle quince días antes, tan sólo cambió el nombre del elegido en el Parlament. Puigdemont y Torra se han mantenido fieles a los suyos: nada de pactar normalidad con el estado, quieren que se retire el 155 y que se les devuelva la capacidad financiera sin ataduras. En los próximos días se nombrará al nuevo gobierno y con muchas de las viejas caras volveremos a la casilla de salida del uno de octubre del año pasado.

Habrá dos gobiernos si no cambian la hoja de ruta los dos presidentes. Uno con sede en Barcelona y otro que supervisará en Berlín, ese es el papel del denominado Consejo. Y, para que no falte de nada en esta “ensalada política”, mientras haya consejeros encarcelados habrá otros ocupando sus sillones hasta que puedan abandonar la prisión de Estremera.

Nada va a mejor en Cataluña desde hace un año cuando se anunció el famoso Referendum. Y nada iba mejor desde el abandono forzado de Artur Mas y la llegada a la presidencia de Carles Puigdemont en enero de 2016. Hasta se puede decir que nada ha ido mejor en las relaciones entre el gobierno central y el gobierno de la Generalitat desde que Jordi Pujol dejara el cargo.

La insostenible situación de entonces ha ido degenerando en todos los frentes, tanto por la acción política de los sucesores como por los sumarios y juicios por corrupción que han afectado y van a seguir afectando a una parte de la clase dirigente catalana desde la recuperación de la democracia. Muy lejos queda aquella frase del Rey Juan Carlos al entonces president en la larga noche del 23F: “tranquilo Jordi, tranquilo”. Eran otros tiempos, otros interlocutores y otra España.

Asistimos de nuevo al viejo diálogo de sordos entre dos realidades de esa misma España. Lo que quieren los que gobiernan en Cataluña, estén en Barcelona o Berlín, no tiene nada que ver con lo que aparece en la Constitución y en los deseos del gobierno del estado en Madrid. Con un agravante que no existía hasta hace dos años: la judicialización de la vida pública y la subordinación de la política a las decisiones de los jueces.

Cataluña está rota en dos grandes mitades, que a su vez están rotas de forma partidista en otras varias. Nada tienen en común las propuestas del PDe Cat con las de Esquerra y menos aún con las de la CUP, las de Omnium o las de la ANC, salvo en la búsqueda de la independencia y ni siquiera en este tema coinciden en los plazos y en las formas de buscarla. Se unen desde la derecha xenófoba más extrema hasta la izquierda marxista más radical. Y en el lado opuesto, en el que asume la Constitución como único marco legal posible, pasa exactamente lo mismo: apenas nada puede unir al PP con la marca autonómica de Podemos, ni al Ciudadanos ultraliberal con el socialdemócrata PSC.

En la intervenida Cataluña del 155 no se ha arreglado nada. Volvemos al principio sin que la sociedad catalana pueda recuperar el equilibrio y se asome otra vez al enfrentamiento social de la peor manera posible. Si queremos tomarla como ejemplo del mal de fondo que afecta a este país, tendrán que asumir los políticos de todos los colores que la estructura del estado hace aguas, que al lado del conflicto en esa autonomía asoman los del País Vasco y Baleares y que ahí al contagio en el resto apenas hay un paso.

Con reforma o sin reforma de la Constitución, por no abrir en canal la que aprobamos hace cuarenta años, si algo está quedando claro es que los dos caminos que se abrieron para articular la presencia política de las 17 autonomías se han terminado convirtiendo en uno, y que éste no funciona, es muy caro y tiende a desarticular el estado y alejar a los españoles unos de otros. No es que se quiere recentralizar España, es que se deben coordinar y unificar servicios y funciones que nos doten de un cuerpo común de país, de historia, de sentimiento.