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El teatro del absurdo que nos tiene atrapados a todos
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El teatro del absurdo que nos tiene atrapados a todos

martes 03 de octubre de 2017, 11:52h
Es la crisis más grave de nuestra democracia, más que la que protagonizaron un grupo de militares el 23 de febrero de 1981. En aquella ocasion no estaba en juego la estructura ni la unidad de España. Ahora sí y con consecuencias mayores.

Todo lo que podía pasar está pasando y es más que posible que ni Mariano Rajoy ni Carlos Puigdemont se hayan sentido protagonistas de una de las grandes obras del teatro del absurdo, la que se representó el Domingo 1 de octubre de 2017 en el Gran Teatro de Cataluña, con los dos presidentes convertidos en Vladimir y Estragón, los vagabundos que esperan con paciencia y sin esperanza la llegada de un fantasma.

Samuel Beckett la escribió a los tres años de terminar la Gran Guerra, cuando la destrucción y el horror por la barbarie eran la imagen de una Europa que se había destruido a sí misma: por la ambición y el fanatismo de unos y la pasividad, el miedo y la indolencia de otros. El escritor irlandés tenía 33 años y los primeros años del conflcto que produjo millones de muertos los pasó ejerciendo de espía en París para el gobierno británico junto a su esposa Suzanne.

Hace ahora 70 años que empezó a escribir "Esperando a Godot", la tragicomedia que el tiempo ha convertido en la esencia de lo absurdo. En España hace 35 que empezamos a escribir nuestra propia obra del absurdo en un "café para todos" autonómico que terminó de redactar un sevillano ministro llamado Manuel Clavero Arévalo y cuyas primeros líneas eran obra de un castellano viejo como Adolfo Suárez y un gallego docto como José Manuel Otero Novas.

Si Berckett había cincelado en piedra su rostro desde sus días en el Trinity College de Dublin hasta llegar al París de Hemingway, con el que se pelearía defendiendo a su paisano, amigo y mentor Joyce, y de Peggy Gugenheim, la millonaria y mecenas de quien sería su amante; Suárez asentó el ascenso al poder en la Villa y Corte en su equilibrado manejo de los colores políticos: el azul del Movimiento de Torcuato Fernández Miranda, y el morado de cardenal laico de Herrero Tejedor. El irlandés subió al escenario a una Europa incrédula y rota; el Abuelense subió a la Constitución a una España cargada de esperanza pero aún atada por 40 años de Dictadura.

De aquellos tiempos hemos llegado a estos: nadie quiere ser menos que nadie por más señas históricas que se pongan sobre la mesa. Los dos caminos que iban a diferenciar a Cataluña, a Euskadi y a Galicia - con la suma de Andalucía por la presión de tres socialistas: Felipe González, Alfonso Guerra y Rafael Escuredo - del resto de las Comunidades españoles se han convertido en una carretera llena de baches con las sucesivas reformas de los Estatutos.

En la obra teatral a "Didi" y a "Gogo", que son los diminutivos de Vladimir y Estragón, se les acerca un chico que siempre les dice lo mismo, que Godot no vendrá hoy pero si mañana, presos sin saberlo de un camino que no lleva a ninguna parte. En ese camino imaginario de una España sin Cataluña y de una Cataluña abjurando de España, que es el escenario en el que están Mariano y Carles, el chico de ficción se ha convertido en dos vicepresidentes de carne y hueso: Soraya Santamaría y Oriol Junqueras, que les dicen lo mismo: no os movais que ya vendrá Godot para señalaros la dirección que teneis que tomar.

Bien estaría que nuestros dirigentes políticos, todos ellos con Rajoy, Puigdemont, Sánchez, Rivera, Iglesias y Urkullu al frente, leyeran la obra de Beckett y se vieran a sí mismos como actores del absurdo en el que han colocado a 45 millones de españoles y evitaran a este país las duras y peligrosas, pero evitables, consecuencias de repetir el final de "Esperando a Godot", cuando Vladimir le plantea a Estragón: "¿nos vamos?", y su compañero le responde: "si, vamonos", pero ninguno se mueve mientras cae el telón.