Cuando Alvaro Lapuerta llega a la tesorería del Partido Popular en 1989, Luís Barcenas ya llevaba siete años por los despachos de la organización, primero de la mano del agradecido empresario Angel Sanchís y más tarde con Rosendo Naseiro. El abogado del Estado ya sabía de su expulsión por parte de Antonio Hernández Mancha y de su regreso con Manuel Fraga merced a los buenos oficios de uno de los sobrinos del fundador del partido. Ni Alvaro, ni Luís sospechaban lo que iba a suceder un cuarto de siglo más tarde, cuando estallaran de forma sucesiva los escándalos de Gurtel y del propio Barcenas. Por medio tuvieron que coser y recoser contabilidades en ordenadores que desaparecieron o fueron destruidos bajo los mandatos como secretarios generales de Francisco Alvarez Cascos, Javier Arenas y Angel Acebes.
Si Lapuerta tenía 61 años cuando se convierte en tesorero del PP, Barcenas contaba con apenas 32 y una capacidad de trabajo envidiable, como eran envidiables sus relaciones y su capacidad para encajar las piezas contables del partido, siempre a caballo entre los gastos y los ingresos, con la ansiedad que provocaban cada una de las citas electorales y las consiguientes relaciones con las organizaciones autonómicas y municipales.
Hasta el año 2008, Barcenas era el segundo del área de tesorería y no sería hasta la llegada de María Dolores de Cospedal en junio de ese año y tras el Congreso de Valencia en el que se eligió a Mariano Rajoy como presidente del PP, cuando la buena suerte de Luís se torciera y de las buenas palabras y la fiel cooperación con sus jefes se pasara a una guerra cada vez más abierta. Guerra que culminaría con su despido y posterior ingreso en prisión merced a un auto del juez Ruz. Los medios de comunicación se convertirían en el campo de una batalla especialmente dura y feroz entre el extesorero y la secretaria general y luego presidenta de Castilla la Mancha.
Fuera de juego, enfermo y recluido en su casa, Alvaro Lapuerta y sus diez hijos veían como las acusaciones y responsabilidades mercantiles y judiciales pasaban por su cabeza y le llevaban a la imputación de varios delitos. Mientras tanto, dentro del PP no todos los altos cargos compartían el análisis de la situación y las medidas que debían tomarse en la guerra desatada por el sucesor de don Alvaro, al que se le reconocían sus esfuerzos y del que dependían una parte de los sumarios si su memoría y voluntad le acompañaban.
Queda un largo recorrido y nuevos casos que se suman a los que ya están en fase de juicio y sentencia o de instrucción sumarias, pero los antiguos contendientes parecen que han descubierto que nada ganan golpeándose entre ellos y que la paz requiere sacrificios y silencios.