Las mil y una noches de Raphael

Es tan inimitable que le han imitado mil veces en su voz, en sus gestos, en esas manos que juegan con el aire hasta cuando se hunden en sus bolsillos. Quiso poner una ph donde había una f y se alejó de Linares para casarse con Natalia, hija de marqués y niña bien de la sociedad madrileña de los tiempos del franquismo. Ha vuelto al cine de la mano de ese discípulo en imágenes de Valle Inclán que es Alex de la Iglesia para regalarnos un esperpento coral en una Gran Noche que es tan sólo parte de esas miles que lleva cantando sobre los escenarios de este mundo. Cumplió 72 primaveras y cincuenta años de carrera y otros cincuenta millones de discos le respaldan. El siempre es aquel tamborilero de las Navidades, el payaso tierno de la balada triste de trompeta, el hombre que se escapó de la muerte gracias a un transplante y que es tan eterno como Aznavour, los dos en esa Venecia en la que las soledades se sumergen en el whisky seco del Harry's Bar mientras dos ojos negros miran tristes a la lluvia desde los balcones del Danielli esperando su vuelta. Raphael es España en carne viva.