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Simplemente Marisa

Simplemente Marisa
miércoles 11 de marzo de 2015, 12:01h
Se paseaba Alberto Ruiz Gallardón por los pueblos madrileños en busca de los méritos y votos suficientes para destronar a Joaquin Leguina, algo que conseguiría en los Idus electorales de 1995, y a su lado ya aparecía una joven de cabellos de bronce viejo, ojos de ardilla y sonrisa de jaguar en celo cuando de defender a su jefe se trataba. Era Simplemente Marisa, sobraba el Gonzalez Casado. Pasaron ocho años de oposición y llegaron otros ocho de poder desde los despachos de la Puerta del Sol. Ella controlaba los puntos y las comas y no dudaba ni un segundo en levantar el teléfono para increpar a todo aquel que hubiera tenido el atrevimiento de hacerle un arañazo literario a don Alberto. Fiel guardián de las esencias gallardonistas trasladó sus armas y agendas al viejo Ayuntamiento de los Austrias y mantuvo el estandarte hasta que al jefe le hicieron ministro. Con las heridas de las mil batallas en su cuerpo, templado el ánimo y sosegado el semblante, hizo mudanza agradecida hacia la Delegación del gobierno para encontrarse con Cristina Cifuentes y dar lo mejor de sí misma junto a otra superviviente.

Puede que vuelva al kilómetro cero, pero antes tendrá que mediar entre dos rubias con más grados que la cerveza.

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