La cadera del Rey

Decía el Rey cuando murió don Juan de Borbón que aquellos días en la Clínica Universitaria de Navarra le habían servido a la familia para hacer un poco de gimnasia emocional, para verse, para hablar, quizá para reparar viejas heridas, para consolarse, para quererse. Una cama de hospital une mucho, y cura no solo al paciente sino también a quienes se acercan al gotero. Así está pasando con la cadera del Rey. Al hueso se le han adherido los duques de Palma, que han visto la oportunidad para volver a la vida social, para salir en las revistas de papel cuché, siempre alejados, eso sí, de los Príncipes de Asturias, que según la estrategia de Zarzuela, son los que hay que preservar lejos de cualquier mancha de contaminación. Han reparado la cadera del Rey, jefe de un Estado que tiene las bisagras oxidadas, y los goznes que chirrían por mucho aceite que le pongas a la puerta. Y al taller, como diría el monarca, se han acercado todos con sus achaques. Las fotos han dejado claro que lo de Urdangarín y señora es un asunto que lleva Sofía, reina madre que protege a su niña de los rigores del protocolo. La Reina, como siempre, profesional y sonriente, como si no pasara nada. La cadera del Rey, un pretexto, o como diría un experto en crisis, una oportunidad.

TRUJILLO, FRANCOTIRADORA

Va por libre. Fue ministra de la Vivienda, María Antonia, y en aquel ministerio inútil y aburrido dejó dos legados: los minipisos y unas zapatillas para buscar casa, con las que promovió una campaña de marketing infame. Algo le ocurrió en aquel tiempo de ministra que la transformó. Quizá fue la bonanza de un tiempo en el que las casas se vendían de diez en diez y los dueños esperaban el siguiente paso del mercado para venderlas y forrarse. Algunos se quedaron pillados en la operación y hoy no saben que hacer con tanto salón y tanta cocina amueblada. Trujillo ha vuelto a ser noticia esta semana por un mensaje en su cuenta de Twitter, en el que decía que cada uno pague sus deudas. Se hablaba de las hipotecas, y de los desahucios, ese desalojo que tantos disgustos está costando a los inquilinos que no pagan y a los bancos que ejecutan las hipotecas. Trujillo no es verso suelto, es un poema pirata, al que Elena Valenciano le afea la conducta y le pregunta dónde se ha dejado su alma socialista. Probablemente la tiene en el mismo armario que Valenciano, un poco más al fondo. Abundan en este patio los socialistas perdidos, huérfanos de una ideología que ya no tiene respuestas para casi nada, y menos para el mercado inmobiliario. Trujillo debe de seguir en aquello que decía Zapatero, cuando invitaba a los suyos a consumir sin freno después de una reunión de la ejecutiva del partido. De Ferraz al Hipercor.

PREYSLER SE APRIETA EL CINTO

Conmovedor. La señora de Porcelanosa, casada con Boyer y compañera de bodas de Julio, se aprieta el cinturón, un poco más, una talla menos, hasta contener la respiración. En la crisis faltaban los ricos. Nadie sabía qué pasaba en sus despachos, cómo había tocado la austeridad sus despensas, hasta que esta semana se asomó Isabel, para decir que ella también está en el recorte, en la dieta nacional, en la contención presupuestaria. Sería una magnífica bandera para un gobierno que tiene dificultades en explicar a la ciudadanía que hay que gastar menos, y adecuar lo que se consume a lo que se tiene. Isabel, que acaba de salir de una boda financiada con exclusivas, tiene que hacer economías, quizá porque ya no es la imagen de los azulejos, y porque no anuncia esos bombones empalagosos que pone en sus fiestas, amontonados como un himalaya de chocolate y azúcar. Los ricos también lloran, se decía en otro tiempo, y a ellos les llega también la crisis. Alguno se alegrará. A mi me parece una tragedia. Si las grandes fortunas sienten el aliento frío de la pobreza, es que estamos muy, pero que muy mal.

ARTURO FERNÁNDEZ, GENIO Y FIGURA

Le veo en la tele de Julio Ariza, bronceado en este otoño gris, retocado por una cirugía sutil, que no deja huella, vestido sin marca, porque él mismo es una marca. Arturo Fernández habla de la política, de la huelga, de las manifestaciones, de los catalanes, de lo que le echen. Es como una máquina a la que le ponen veinte céntimos en la ranura y te deja dos titulares. Arturo se ha mimetizado con su público, y dice en antena lo que las señoras de cafetería sueltan por esa boca los domingos por la tarde, después de misa mayor. España, país de cobardes, y de gente fea. Ese es nuestro Arturo, el dandi pasado de vueltas, el que no tiene nada que demostrar, al que nadie pedirá explicaciones. Arturo se da dos vueltas por las teles, y se pone de moda en las redes sociales, donde la izquierda brama contra el personaje, le condena, le pone de vuelta y media, pero él a lo suyo. Hay algo de verdad en lo que dice Arturo: la imagen de España se ha deteriorado, nuestra estética pasa por un mal momento. Pero qué quieres, Fernández, somos un país pobre, un país que ha visto como su renta caía en picado, y su patrimonio se devaluaba a pasos de gigante. NO tenemos para peluquería, ni para ropa de marca, y menos para tostarnos al sol o bajo la luz ultravioleta. Solo nos quedan los rayos X de la crisis, y esos no te ponen moreno, esos solo te ven la mancha en el pulmón.

AZNAR, DESMEMORIA

Cierro el tramo semanal con un repaso a las memorias de Aznar. En un rápido vistazo a los capítulos más señalados del libro uno comprende enseguida que el libro se ajusta a la máxima de que los políticos valen más por lo que callan que por lo que dicen. Hay silencios clamorosos, que llenarían, si se contaran, un nuevo tomo. Me refiero por ejemplo a la situación tan comentada de aquel final de agosto de 2003, cuando reunió a los posibles sucesores en el palacio de la Moncloa. Aznar no cuenta que llamó al Rey y que uno tras otro, pidió a los ministros presentes que hablaran con el monarca. Aznar podía haber contado lo que a cada uno de ellos le dijo don Juan Carlos, o lo que Rato, Oreja y Rajoy le dijeron al monarca. Aznar, que siempre ha sido respetuoso hasta el extremo en sus relaciones con el Rey, calla de nuevo, y la figura de don Juan Carlos pasa por el libro de memorias del ex presidente como una figura casi ausente, tanto que se le echa de menos. Es probable que el Rey, que tendrá tiempo en su convalecencia, lea estos días el tomo. Y por lo que en él se calla, es probable que le guste.

MAS SE LA PEGA

Ha pasado de caudillo a petimetre, a muñeco a merced de los republicanos, que esos si que son independentistas de verdad, y no tienen que engañar a nadie. Mas pasará a la historia como el autor de una operación desastrosa. Quería algo extraordinario y le han dado una derrota de la que no se podrá recuperar. Buscar la mayoría absoluta y perder 12 escaños solo lo hacen los memos de salón, los insensatos que no saben leer lo que hay detrás de las palmadas en la espalda. Mas vio la manifestación del 11 de septiembre y pensó que todo aquello iba por él, que era él quien le daba sentido a la protesta. Se creyó que el pueblo le seguía, como a Moisés, pero se va a quedar sin ver la tierra prometida. Lo que sale de las urnas es un escenario malo malo malo, que diría el padre de Julio Iglesias. Se ha hundido el centro, y crece la radicalidad. Mas tiene que elegir entre socialistas y republicanos, pero tiene también que atender a su promesa de convocar un referéndum de independencia, como prometió. La Esquerra lo quiere ya, y Mas será su rehén. A los pies de los independentistas, a Mas ya no le queda ni el consuelo de la cuenta suiza, porque la cartilla en el banco suizo vale cuando nadie sabe que la tienes. Si es público, entonces tienes un problema, y debes dar cuenta a la Hacienda de Montoro, que es un estado dentro del estado.

ADIÓS A TONY

Vamos de despedida en adiós, sin solución de continuidad. Se van los héroes y se marchan los villanos de nuestra infancia y juventud. Se fue Miliki se fue hace unos días el malvado J.R. vaquero millonario de la primera gran serie de la televisión, aquella Dallas donde las mujeres bebían y se encamaban con el servicio para escándalo de la Iglesia. Y se ha marchado Tony Leblanc, superviviente de la España del franquismo, cómico sin complejos, rescatado en sus últimos años por Santiago Segura, que le llevó hasta los Goya, donde la camarilla premia a los suyos, donde la academia no tuvo más remedio que reconocer de dónde vienen los hombres del cine de ahora. Tony Leblanc, que nació en el Prado donde su padre era conserje, siempre fue uno de esos personajes de Velázquez, un bufón listo y pícaro, un superviviente. Quizá el triunfo de su generación fue el de asumir con naturalidad lo que eran. Tony, eterno resucitado, gracias por tanta risa.






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