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Tejer y destejer España

jueves 02 de octubre de 2014, 12:47h
Las presidentas de Castilla la Mancha y de Madrid tienen la obligación de tejer desde Castilla y de forma democrática la España del siglo XXI
Si nuestros políticos de todas las edades y colores llevan 30 años inventándonos una nueva España y tal parece que no van a acabar nunca en el afán de que ningún territorio sea menos que su vecino y que la historia, sea la del siglo IX o la del XX, no establezca diferencias en razón de lengua, educación o fueros, habrá que convenir que si de historia, de derechos, de experiencias e incluso de resultados se trata, el papel de Castilla como tal, de la Castilla que viene desde antes de que los llamados Reyes Católicos terminaran de derrotar a los árabes y se acaba el reinado de Boabdil el Chico, en Granada, tiene que ser esencial. Hablo de una España y de una Castilla plenamente democráticas, pero no sometidas a las presiones periféricas de otras Comunidades, ya sean Cataluña, Euskadi, Galicia o Valencia; hablo de una Castilla integradora pero no absolutista ni dominadora; hablo de una Castilla como lugar de encuentro, como zona de exclusión de los nacionalismos excluyentes, hablo de una Castilla libre, abierta, que represente lo mejor de esa España que dicen y decimos que queremos construir y que debemos hacerlo de una vez por todas sin “dejar deberes” para los que nos sucedan. En ese camino y en esa “obligación” las actuales presidentas de Castilla la Mancha y de Madrid tienen un papel esencial, al igual que lo tendrían cualquier otro político que estuviera en su lugar, y al igual que lo tienen los que están en la oposición, desde Tomas Gómez a Gregorio Gordo. Este es un camino por el que transitar en libertad y en compañía, que deben liderar los políticos y los partidos a los que representan dada la estructura y el reparto de poderes que consagra nuestra Constitución, pero a los que no se les puede, ni debe por múltiples razones., dejar solos: tenemos que estar la sociedad civil en su conjunto, los empresarios y los sindicatos, el poder judicial y la Cultura con mayúsculas, la universidad y el pensamiento, y dada la sociedad mediática en la que vivimos, los medios de comunicación. María Dolores de Cospedal y Esperanza Aguirre tienen que pensar – y creo que lo hacen – que en este momento de la historia común, con todos los graves problemas que padecemos a diario, con todo el drama del paro y la angustia en miles de familias, una parte de la solución para España está en evitar la disgregación, en cortar los despilfarros que ocasionan 17 normas, leyes, actuaciones autonómicas muchas veces contrapuestas simplemente por diferenciarse del vecino; en ser ejemplo y tejer entre ambas una bandera común aceptada, respetada y defendida por todos, que aleje a esta nuestra España de la tentación histórica de volver a los reinos de taifas. Las dos tienen que convencer a sus compañeros de partido en el resto de las autonomías que no se trata de reinventar el centralismo, que no se trata de imitar la llegada del absolutismo borbónico, ni de reclamar cadenas frente al liberalismo, la socialdemocracia o el marxismo, y mucho menos de querer cerrar las puertas al campo de la globalización. Sería tan absurdo como absurdo es mantener 17 legislaciones y normas para la educación, la sanidad, los impuestos y hasta para trasladar un féretro de Barcelona a Cadiz. En este tejer y destejer el estado, la nación o el país en el que llevamos casi desde siempre, cargados de las mismas dudas históricas de quién somos en realidad, qué es lo que nos une o qué es lo que nos separa, en unos momentos en los que el descrédito de todos los estamentos que conforman y estructuran el marco social de convivencia hace que aumenten las dudas sobre el futuro, y la esperanza de mejora de los ciudadanos y de ese enorme y afortunado colchón que son las familias se desvanezca con el simple paso de los días, es más necesario que nunca mirar hacia atrás, ver los errores cometidos, y sobre la experiencia sentar las bases de la España común, que no son las mismas que aparecen en la Constitución de 1978 y mucho menos en la de 1812, por más bicentenarios que estemos dispuestos a festejar. Y no son esos los modelos por la simple razón que se hicieron, redactaron y aprobaron en una España diferente, fuera pero en el contexto de una Europa diferente, y con un mundo que empezaba a estar globalizado de verdad y a transferir el `poder de decisión hacia el Pacífico cuando llevaba haciéndolo desde el Atlántico a raíz de la independencia de Estados Unidos. Desde Madrid y desde Toledo se puede hablar de esa nueva y necesaria España sin complejos impuestos desde fuera y con la vista puesta en las necesidades de todos los ciudadanos, y se deben buscar las complicidades necesarias para llevar adelante el proyecto de regeneración que debió ser la transición democrática desde el franquismo y que se ha quedado en medio del camino, sin dirección concreta a la que dirigirse, y con unos líderes políticos, económicos y sociales cargados de dudas y sometidos a la llamada dictadura de los mercados, que tienen el rostro del viejo capitalismo financiero por más que se nutra del ahorro de millones de personas de clase media desde los países desarrollados. Tanto Dolores de Cospedal como Esperanza Aguirre han demostrado que no tienen miedo a las críticas, que son capaces de elaborar discursos alternativos incluso al dominante en su mismo partido, que poseen la audacia de iniciar reformas y de enfrentarse a las consecuencias de las mismas, y, algo importante, tienen ambas tres largos años por delante para colocar el rumbo de sus respectivos gobiernos ante los ojos del resto de sus colegas, y buscar la suma de los mismos en la gran transformación de este país. Tarea difícil por la propia desmembración del estado que hemos padecido – por debajo – y la transferencia de soberanía hacia Europa que hemos hecho – por arriba – mientras no expulsábamos a los demonios familiares de la vida pública; al contrario, los alimentábamos y en más de un caso les dábamos nuevas vidas.