Se ha quedado sin argumentos electorales para cuando tenga que volver a pedir el voto de sus sectores más afines porque el esfuerzo lo ha hecho recaer sobre aquellos a quienes decía proteger y a los que nunca abandonaría.
Lo peor es que, por negar la realidad de forma sistemática y por mantener una simulación de Arcadia Feliz, la gente no estaba preparada para este palo que ahora recibe. Si Zapatero, en versión Churchill, hubiese dicho a los españoles algo así como “esto está jodido y vamos a tener que sacrificarnos todos para sacar al país adelante”, tal vez habría creado un estado de ánimo cercano a la responsabilidad colectiva, pero hace una semana decía lo contrario de lo que hoy se ha visto obligado a hacer.
Algunas de las medidas anunciadas para su eficaz aplicación exigen el concurso de las Comunidades Autónomas, y habrá que ver si están por la labor cada uno de los reyes de taifas que juegan en el patio de su casa sin importarles lo que le pasa al vecino.
Tal vez haya llegado el momento, impuesto por las circunstancias, de que los dos grandes partidos aborden la verdadera reforma que necesita España que no es otra que la reforma institucional y autonómica.
España económicamente es ingobernable con diecisiete administraciones que van por libre y no entienden nada de solidaridad.
También es ingobernable como nación cuando desde esas autonomías se cuestiona la propia naturaleza del Estado. Tal vez por eso ha llegado el momento no ya de convocar elecciones generales sino además de, una vez celebradas, pactar entre los dos grandes partidos todo lo que uno sólo no se atrevería a hacer.
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