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El filigrana y el aceituno

jueves 02 de octubre de 2014, 12:47h

09/02/10.- Republicano, perseguido, encarcelado durante ocho años, condenado a muerte y superviviente, cuando conocí a Angel María de Lera la democracia ya se había instalado en España y el novelista alcarreño se quejaba de haber tenido mayores éxitos y reconocimientos durante el franquismo; y de que los que mandaban en aquellos días, primeros los centristas de la UCD de Adolfo Suárez y más tarde los socialistas de Felipe González apenas le hicieran caso.

Buscaba y quería un reconocimiento por parte de los hijos de los antiguos vencidos – tan vencidos en 1939 – como él, que no consiguió antes de morirse en 1984. Fueron apenas dos conversaciones de café pero descubrí al escritor, al periodista y al hombre que tras haber triunfado veía como la velocidad de cambio de los nuevos tiempos arrasaba sus últimos sueños y sus viejas y cansadas esperanzas.

Había escrito miles de páginas en libros y en periódicos desde que abandonara las celdas por las que había pasado desde que le detuvieron en Granada al finalizar la guerra; algunas de sus más famosas novelas se habían llevado al cine dentro del realismo social que permitió el Régimen, y de entre los recuerdos de ambos – más suyos que míos - emergió un título y un personaje, tal vez por tratarse del siempre presente mundo del toro, tal vez por la españolidad del protagonista y la impronta que le imprimiera en la pantalla el gran Francisco Rabal.

Me vienen a la memoria aquellas dos citas mientras busco un titular que defina la situación que vive este país en estos días y, sobre todo, que pueda sintetizar la angustia, la perplejidad, los nervios y todo mezclado con una cierta alegría y confianza en sus propias fuerzas, que vive el presidente del Gobierno. Las películas, los títulos de las películas son una fuente inagotable de títulos periodísticos. He repasado y jugado con unos cuantos pero al final, suma tras suma de acontecimientos me he decantado por “Los clarines del miedo”, que se estrenó en 1958 y cuyo protagonista es un novillero deseoso de triunfar al que asesora y sirve de peón de confianza otro antiguo torero. Juntos, Rafael García y Abundio Hernández, forman una de esas parejas que aparecen en todas las grandes obras de nuestra literatura, como contrapunto de las reflexiones que se hacen entre las gentes del pueblo.

El primero de ellos, pese a ir de plaza en plaza, de torear novillos peligrosos y que nadie quiere, sueña con el triunfo, con conquistar la gloria; y el segundo, que está de vuelta de casi todo pero confía en que el muchacho le pueda ofrecer un último capítulo en su biografía, no tiene más remedio que apoyarle y advertirle de los peligros que le rodean, incluso en los asuntos del amor. Así entre “El Filigranas” y el “Aceituno” se repasa una parte de la España que nos persigue a todos desde casi siempre.

Sin duda, “ El Filigranas” sería en este trasunto de los toros a la política nuestro actual presidente de gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, con más ambición que cualidades para enfrentarse a toros de enjundia, con más maneras que fondo, populista hasta la médula, sintiéndose parte de ese mismo pueblo que le agasaja para a renglón seguido empujarle y exigirle que se plante ante la fiera hasta la cornada mortal. Si en la novela y en la película nuestro Rafa García siente el sudor del callejón en las manos y en la taleguilla mientras busca en los tendidos a Fina, la moza a la que va a brindar su toro, en la vida real de 2010 nuestro Zapatero escucha el sonido de los clarines del mismo y sudoroso miedo entre los pasillos de La Moncloa, escuchando las voces de aquellas plazas que le reprochan por lo mismo que antes le habían aplaudido: es la hora de la verdad, de saltar al ruedo para afrontar la faena de una vida o perecer en el intento. Los pases de salón y los recuerdos no valen, ya no valen. Sonsoles no es Fina, pese a que puedan ambas decir la misma frase con la misma decepción y amargura: “Hay que ver que cosa es la vida”.

¿Quién sería “El Aceituno”? Tengo para mí varios candidatos, desde Felipe González – que jugó su carta en el último momento en la lejana cita del 35 Congreso Federal según creen los rivales del entonces aspirante a secretario general del PSOE – que le da consejos y críticas al cincuenta por ciento, a Manuel Chaves, que sabe de todas las plazas y todos los compromisos y le lleva a no entrar a matar al miura de las pensiones por la posibilidad real de una cruel y desastrosa cornada en la femoral de la opinión pública, llevada a ese juicio extremo por ese tendido siete de Las Ventas en que se han convertido los Sindicatos.

 

Nuestro “Filigranas” no confía en su cuadrilla y se nota. Apenas le deja espacio al picador que tiene en el Ministerio del Interior. Al resto, ni banderillas. Algo al sobresaliente de Fomento, que vuelve para rematar faenas a morlacos a medio torear. Y poco más.

Enfrente, desde el callejón y desde los tendidos e incluso desde el mismo ruedo compartiendo cartel, todos aquellos que le han acompañado, observado, exigido, adulado, criticado, atacado…no existe ninguna novedad, salvo que, ahora, le prohíben afeitar las astas, le pitan si estira el brazo y aleja la muleta, no se conforman con los adornos del capote, y le pitan si deja que castiguen los subalternos en demasía a los adversarios y no es él el que se arriesga en cada lance.

 

Post Scritum.- Tiene razón José Antonio Zarzalejos cuando habla de la España negra que nos crearon las envidias anglosajonas, y tiene razón José Blanco cuando insiste en la teoría de los especuladores financieros, pero  las razones de ambos, que comparto, no explican la debilidad de nuestro país para competir en el escenario global en el que nos encontramos. Es cierto que las envidias y las malas leches no son patrimonio exclusivo de los españoles, y que los ataques monetarios a la peseta, al marco y a la libra son buenos ejemplos del pasado, pero no podemos seguir con dudas entre reforma fiscal si y no, entre reforma del mercado del trabajo si y no, entre reforma de las Cajas de ahorro si y no, entre un Estado con mayúsculas y en libertad y varias naciones que pueden o no formar un estado. Demasiadas dudas, demasiados puntos débiles que mostramos a nuestros competidores. El resto es el mercado, el mismo mercado que nos ha llevado a la situación en que nos encontramos y al que ni Zapatero, ni Obama, ni Sarkozy parecen en condiciones de domesticar y menos aún de vencer.