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Sobre abades y tumbas (ante el féretro de Franco)
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Sobre abades y tumbas (ante el féretro de Franco)

miércoles 23 de octubre de 2019, 13:41h
Era imposible que no me topara con él nada más escribir el título de este artículo. En el inicio estaban tres monjes benedictinos: Justo Pérez de Urbel, Luís María de Lojendio y Santiago Cantera; y dos tumbas, las de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco. Todos moviéndose en un mismo escenario esculpido en la piedra gris, agrietada y cenicienta. Como el rostro de la anciana que es la sierra que protege la capital del Reino.

Y entonces apareció en mi memoria, el hombre de los cien años. Estaba al final del largo tunel de la soledad que une siempre a víctima y verdugo, por el que caminan los odios centenarios y las pasiones diarias de dos sociedades aplastadas por la misma bestia, bañadas en la misma sangre de hermanos, Buenos Aires y Madrid en el aire triste del tango y el organillo de una verbena.

Imaginé que paseaba solitario por la Basílica que aloja en su osario a 34.000 victimas. Escaso de pelo y las gafas ya inútiles para mirar. Tan atado a su bigote como el Gabo que le admiraba mientras los dos construían puentes de tinta y papel con la argamasa del español que se había criado en las escuelas de América durante cinco siglos, y que ellos tuvieron como armas para hacer su propia revolución, la misma que se tragó a aquel amigo común que fue Ernesto Guevara. Bigotes para ocultarse desde la escritura mientras miraban a los otros y también solitarios bigotes que endurecían el rostro de los bastones de mando de la milicia.

Si “Cien años de Soledad” le sirvió al colombiano para construir un universo en torno a la famlia del coronel Aureliano Buendía, esa misma decadencia familiar, ese hundirse en la tierra sin que ningún esfuerzo pueda evitarlo, le sirvió a Ernesto Sábato para convertir a los Vidal Olmos en el mejor ejemplo del “poder de las tinieblas”, ese que envuelve a los países cuando los que los habitan dejan de hablar y se miran a través de los cañones de la fusilería. “Sobre héroes y tumbas” quiso retratar el pasado de Argentina y lo que hizo fue adelantar el futuro de dos golpes de estado protagonizados por dos generales, Onganía y Videla - religiosos de bigote como lo fueron Pinochet y Franco - a los que el antiguo dirigente de las juventudes comunistas alabó, con diez años de diferencia, como a héroes mientras llenaban su país de tumbas.

Sábato dejó la ciencia por considerarla una enfermedad que acabaría con la humanidad y se dedicó a escribir sobre la soledad, la suya y la de los suyos, que eran más numerosos que su familia, que era la Argentina de Perón y los peronistas, la Francia del surrealismo desbordante entre noches de alcohol de un ir y venir del “Deux Magots” de Saint Germain des-Pres al “Dome” de Montparnasse, y la de un “Abaddon” expulsado de la sociedad y dedicado a vengarse de ella propiciando el triunfo del mal.

Nunca le había puesto al lado de Miguel de Unamuno y la culpa de haberlo hecho, para mal de los dos escritores, la tiene Alejandro Amenabar y su más que discutible película sobre el profesor y escritor vasco. Con treinta años de diferencia Sábato se comportó de la misma manera en su Argentina natal, primero ante el general Juan Carlos Onganía, al que aplaudió en su levantamiento y más tarde al general Jorge Videla en el suyo, que el rector de la Universidad de Salamanaca ante la Junta militar española que en 1936 terminó eligiendo como caudillo a Francisco Franco.

Dos intelectuales que,ante lo que percibían como corrupción económica y social de sus países, dieron la bienvenida a la represión que representaron los fascismos de España y Argentina. Saludaron como héroes a los militares que llegaban para imponer el orden, los defendieron con sus palabras entre las dudas que empezaron a sentir y el miedo que llegaron a tener, para terminar alejándose de las tumbas que llenaron sus ojos. Unamuno lo hizo tres meses antes de morir sin ver cómo se desarrollaba la Dictadura militar; Sábato, por su larga vida, se convirtió en el presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, la que se encargaría de documentar los cargos contra la Junta militar en 1985 y llevar a Videla y compañía a prisión.

Las cárceles de las que hablan los dos escritores no son las que mantuvieron encerradas a miles de personas en España y Argentina, pero si las que surgen y se alimentan de la irracionalidad que convierte a los pueblos en víctimas de aquellos que eligen para que los salven. La visión que tenía Unamuno de sí mismo y de los que le rodeaban en la Universidad de Salamanca la dejó por escrito hablando de Don Quijote, un héroe que tiene como único adversario real a su propio sentimiento trágico de la vida que está condenado a tener, y de la que huye constantemente. Lo mismo que hizo en la vida real su creador, refugiado en la escritura para salvarse de la dura tarea de cobrar impuestos mientras saltaba de cárcel en cárcel.

Ese sentimiento trágico que amenaza con convertirse en una parte del ADN español desde siempre se aparece hoy en la tumba de Francisco Franco y en el monumento que, como moderna pirámide, ordenó levantar durante veinte años. Lo tuvo el abad Pérez de Urbel cuando recibió los restos de Primo de Rivera en 1959 tras un peregrinaje de Alicante a Madrid; lo tuvo el abad De Lojendio cuando recibió los del Caudillo en 1975 acompañados de una carta del Rey Juan Carlos en la que le indicaba el lugar en el que debía ser enterrado con toda precisión; y lo ha tenido el abad Cantera tras la decisión del gobierno de Pedro Sánchez de levantar la losa del Presbítero, entre el Altar Mayor y el Coro de la Basílica que, como notario mayor del Reino, certificó el entonces ministro de Justicia, José María Sánchez Ventura.

Hoy, 24 de octubre de 2019, jueves, festividad de varios santos entre los que aparece Evergislo de Tongres quien siendo obispo fue asaltado y muerto por unos malhechores en los comienzos del siglo VI, la Iglesia católica ha dejado en soledad al abad benedictino en su lucha contra el poder político. Una batalla en la que hay que contemplar cientos de miles de tumbas, y cientos de miles de héroes. Anónimos.