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No pasa nada

Cualquiera que oiga muchas de las tertulias que montan las televisiones españolas parecería que estamos al borde del desastre, de una revolución o de un desmembramiento de la España de los Reyes Católicos. Comparar siquiera la situación actual con la transición del franquismo a la democracia solo se le ocurre al “tonto de la manteca”, como decían los antiguos. La gente está a lo suyo y pasa de políticos y de sus trifulcas. Como corderitos vamos a las urnas y votamos para luego convertirnos en espectadores de unas películas que poco tienen que ver con la realidad, es decir son películas que nos cuentan. Otra cosa es que, en medio de tanta tranquilidad callejera -ni siquiera hay ya “tomas del Congreso” ni acampadas del 15-M- los políticos se líen la manta a la cabeza y nos acaben metiendo en cualquier conflicto que se inventen, como hizo Aznar apoyando la guerra contra Irak.

Los políticos se pelean no para mejorar la situación de los ciudadanos -que seguimos en manos de las multinacionales de la telefonía, de la energía o de las grandes constructoras que se reparten el presupuesto estatal- sino que unos lo hacen para no perder sus privilegios y otros para quitárselos. Lo único que está en juego es precisamente el final de la dictadura PP-PSOE con sus consiguientes efectos en el reparto de los dineros públicos entre sus amiguetes respectivos. Ese es también el único motivo por el que la burguesía catalana amenaza con la independencia porque quieren repartirse ellos los impuestos que cobran a sus ciudadanos.

Enfrente de estos privilegiados solo hay un puñado de activistas salidos del 15-M que se han creído que pueden adecentar, al menos, la vida política española, cosa difícil, pero por buenas intenciones que no quede. ¿Ha ocurrido algo porque Ada Cola o Manuela Carmena dirijan los dos principales ayuntamientos de España? Nada en absoluto. Hacer un mundo de la intención de Carmena de eliminar las calles y

monumentos franquistas sonrojaría a cualquier europeo que descubriera que España es el único país del mundo donde no se ha condenado al fascismo y en el que ministros fascistas, como Fraga, han recibido homenajes. Si el PP fuera antifranquista lo menos que se hubiera esperado de ellos es que en treinta años hubieran cambiado los nombres de esas calles por otros de derecha, pero democráticos. Lo mismo podría decirse del PSOE.