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Salarios de padres e hijos

Por José Manuel Pazos

Dice la presidenta de la FED que las cosas están mejorando más de lo previsto en el mercado de trabajo. A mí me cuesta creerlo tanto como imaginarme cómo será el futuro de esos jóvenes que ahora se gradúan entre oropeles pero que difícilmente pueden aspirar a algo más que un salario a años luz del que sus padres ganábamos hace 30 años.

Podía iniciar esta crónica refiriéndome a las semillas del cambio que acaba de esparcir a los cuatro vientos la presidenta de la Reserva Federal, que ya veremos donde arraigan y si germinan, pero aunque acabe haciéndolo, llevo tanto tiempo malgastado en advertir de evidencias que no ocurren más que cuando les da la gana y observo tal nivel de complacencia en los mercados, embrutecidos por la seguridad que da el contar con unos bancos centrales dispuestos a todo por evitar el atrancamiento del sistema, que prefiero empezar por preocupaciones más cercanas.

El asunto viene porque acaba el año escolar y es fácil ser partícipe de conversaciones que hablan del balance académico de los hijos. Eso es hasta que ha pasado tiempo suficiente, y entonces la conversación se centra en sus primeros pasos en el mercado de trabajo. Distintas experiencias pero algo en común: una remuneración miserable. A cambio, mucho glamour, sobre todo en las entregas de becas, en las que son invitados de honor miembros de la clase dirigente que saben que los estudiantes a los que gradúan tienen nula posibilidad de vivir de los salarios que se les ofrecen.

Me atrajo la curiosidad por comparar y visité una página del INE muy útil para actualizar rentas. Puse el salario que recibí en mi primer empleo serio y que solo recordaba por su importe neto y lo actualicé. Había estudiado economía en una universidad pública y realizado un MBA. Mi salario era normal para un recién llegado al mercado de trabajo. Tras actualizarlo, compruebo que mi salario neto de entonces, que apenas me permitía algún lujo, supera, tras ser actualizado, en más de un 15% el salario medio bruto mensual que en España se declaraba en 2013. ¿A qué aspirar cuando contemplado desde esa visión comparada uno tiene que estimular a los jóvenes a creer que hay un futuro que recompensa el esfuerzo?  ¿Cómo es posible que pueda considerarme un privilegiado al trasladarme casi 30 años atrás?  ¿Y cómo serán las cosas 30 años por delante?

Dice la presidenta de la Reserva Federal que las cosas están mejorando más de lo previsto en el mercado de trabajo y que quizá por eso tengan que subir, antes de lo que los mercados están descontando, los tipos de interés. Algunos medios titulaban esta semana que los tipos ya subirían en 2014 y eso que el ejército de desempleados de larga duración, que en Alemania ha caído un 47% durante la crisis, ha aumentado en EE UU más de un 325%. En España se han multiplicado por nueve en el periodo 2007-2013 y superan los 3,4 millones.

Sinceramente, tener que leer estos días informes financieros que refieren las bondades del cambio de énfasis (sic), desde la necesidad de una política monetaria "acomodaticia" a los beneficios de una política monetaria "normalizada", me cuesta tanto al menos como imaginar cómo será el futuro de estos jóvenes que ahora se gradúan entre oropeles pero que difícilmente pueden aspirar a algo más que un salario a años luz de distancia del que sus padres ganábamos 30 años atrás. La economía americana crece, también la española, pero como decía un analista, eso quizá finalice la recesión pero no la crisis, que es posible que en su raíz ni siquiera haya empezado a ser tratada. Pregunté hace unos días a un alto cargo al respecto. Tras su respuesta, uno de los presentes me pregunto, ¿te quedas más tranquilo? Con algo de sorna, el alto cargo se adelantó: "por lo que adivino en tu cara, veo que sí". Será por mi cara, pero no por su respuesta.