www.cronicamadrid.com

Once alemanes cambian el futuro de Brasil

A los 30 minutos de juego de la primera semifinal de la Copa del Mundo once alemanes cambiaron el futuro inmediato de Brasil. Cinco goles dejaron al país de la samba y la bossa nova humillado y sin palabras. La esperanza de los políticos brasileños, con la presidenta Dilma Rousef a la cabeza, de que el fútbol anestesiara a una sociedad cada vez más cabreada con sus dirigentes, cada vez más deseosa de cambios profundos, cada vez más decepcionada con las formas de ejercer el poder y harta de promesas que se perdían en el vacío, esa esperanza se fue diluyendo como un azucarillo en un vaso de agua al ritmo de los goles que marcaban Muller, Klose y compañía: uno cada cuatro minutos, un mazazo cada cuatro minutos, una crisis social, económica y política cada cuatro minutos.

Brasil se embarcó en dos desafíos ante la comunidad internacional: organizar la Copa del Mundo de fútbol y las Olimpiadas. El gobierno socialdemócrata quiso demostrar que el país estaba preparado para organizar los dos eventos más importantes del deporte a nivel mundial. Llegaron las protestas, las manifestaciones de los que pensaban que el dinero que se iba a gastar hacia mas falta en otros sectores, que la sociedad brasileña necesitaba más educación, más sanidad, más viviendas, más puestos de trabajo, más libertad y más democracia real que deporte de elite. A trancas y barrancas, con los estadios sin terminar y con una selección que rápidamente demostró que poco o nada tenía que ver con las que en años anteriores le proporcionaron a Brasil cinco estrellas en su camiseta, el Mundial comenzó y " milagrosamente" el equipo nacional llegó a semifinales.

Las protestas quedaron orilladas a la espera del ansiado y soñado triunfo por mas que se pitara a la presidenta en la ceremonia Inaugural. Los apretados y agónicos triunfos con un fútbol ramplón y sin el virtuosismo de antaño parecían los pasos previos a la gloria. Todo se vino abajo: los sueños, las esperanzas, los objetivos de una elite política que se creyó en posesión del arma más adormecedora de conciencias de todas las posibles, se derrumbaron en media hora sobre un campo verde de menos de doscientos metros cuadrados. Las Panzers Divisionen alemanas fueron implacables y dejaron la portería brasileña como un colador, un balón tras otro alojado en el fondo de la red, sin que ni el entrenador Scolari, ni ninguno de los jugadores supiera que hacer ante la carga de los blindados europeos. El partido se terminó antes de llegar al descanso. Luego, Alemania fue piadosa y no quiso ensañarse con el rival caído. Dos goles más y un regalo para que Brasil por medio de un apagado Oscar lograra el tanto de la honra. Insuficiente para contener las lágrimas que aparecieron en los rostros de sus compañeros cuando el pitido final envió a la escuadra de los cinco títulos mundiales al infierno de la mayor derrota que se ha producido en un Campeonato a la hora de las semifinales.

Si la presión y el juego al primer toque del equipo de Low se hubiera mantenido en la segunda parte del encuentro, el resultado podría haber sido de un diez a cero. La diferencia entre los dos contendientes era de tal grado que sólo la comodidad de los teutones les permitió a los brasileños no salir aún más avergonzados del estadio. Llega la hora de las dimisiones, de las acusaciones, de las justificaciones sobre lo que pudo pasar si Neymar no estuviera lesionado, si su defensa central por antonomasia, Thiago Silva, no hubiera coleccionado su tarjeta roja por una acción infantil.

Es más que posible que la crisis futbolística se convierta en crisis institucional y que los cambios obligados en la esfera del deporte se amplíen a otras áreas del gobierno. La presidenta va a sufrir la catarsis de la derrota y su partido tiene dentro de unos meses su cita con las urnas. Y no se sabe lo que va a pasar con las Olimpiadas. La alargada sombra de las sospechas de corrupción en la cumbre del deporte mundial tampoco ayudan.