La infanta sonríe

La Infanta sonríe

De alivio. Suspiro de España para una infanta que besa el suelo por donde pisa el fiscal, que dice que no, que no debe ser imputada, al menos en este momento procesal. Y los que han animado al juez que la imputó braman de indignación porque sospechan el puñetazo del rey en la mesa, aquello de ¡esto no se lo hacéis a una hija mía! Y los medios se llenan de ejemplos, de casos en los que las esposas o amantes, o cercanas, sí fueron imputadas. Y se acuerdan de nuevo de Pantoja, o de Diego Torres, para concluir que ha habido trato de favor, y manga ancha. Pero quietos, que en el horizonte despunta de nuevo un delito: el de fraude fiscal. Quizá la Infanta no sabía ni lo que firmaba, y ponía su nombre en las cuentas por trámite, y sacaba dinero de la caja para sus gastos sin conocer que eran euros públicos, ingresados al sacudir el árbol de las nueces del presupuesto de ayuntamientos y comunidades. Pero el delito fiscal no entiende de conocimientos y se para solo a ver si se declaró, si se pagó, y si todo obedece al rigor de los inspectores. La sonrisa de la infanta puede ser flor de un día. Elena, su hermana, dice que está feliz. Al príncipe, su hermano, le pitan en los actos públicos. Y Letizia rumia su desazón. No le basta con haber puesto tierra de por medio con sus cuñadas. La mancha afecta a todos. Y el Rey corre que te corre, a ver si arregla esto antes de la próxima recaída.

Blanco se enreda

Siguiendo con lo dicho, miren a la mujer de Blanco, antes don José, ahora de nuevo Pepe, o Pepiño. Blanco entró en la operación campeón, nombre que le pega como un hábito al franciscano, y ahí se ha quedado, enredado al intentar demostrar que su chalé de Las Rozas, su casona de la carretera de la Coruña, la pagó con sus dineros de ministro. Para el Supremo, que es el tribunal que entiende del caso, no. La pagó un constructor amigo de Blanco, por los favores recibidos. Y el Supremo entiende que la mujer también estaba en el ajo, porque nadie como la mujer para saber lo que se ingresa, lo que se gasta, y marcar el ritmo de vida y de gasto que se puede llevar en una casa. Así que el Tribunal llama también a la señora, para que dé explicaciones, como en el cuplé: “de dónde saca pa tanto como destaca”. A Blanco le crecieron un día los enanos, y desde que le metieron en esto del campeón no levanta cabeza. Aspiró quizá a un retiro dorado en Galicia, pero allí tiene otra casa, ahora legalizada por la ley de costas, pero a la sombra de la sospecha de un trato de favor en la construcción, en la financiación, y en la compra. La llaman villa Psoe, porque sus vecinos son todos amigos, compañeros de partido, banda de veraneo y sardinas a la parrilla. Qué ironía que Blanco no pueda ser líder de nada allí donde tiene casa: en Madrid y en Coruña.

Le pitan a Wert

Ya lo saben todos los ministros de educación que no sean del Psoe: tendrán en la calle la movilización de la escuela, las camisetas verdes, y ese eslogan “escuela pública de todos y para todos”. Nada de aquello tan marxista de “de cada cual según sus posibilidades”, no. De todos, para todos, un eslogan bendecido por la colectividad. El único ministro de Educación que no ha tenido la calle incendiada ha sido Rajoy. Ah, ¿que ustedes no recuerdan que fue ministro de educación? Quizá él tampoco. Pero pasó por el ministerio con paso de buey, sin hacer ruido, sin molestar a nadie. “Yo estoy en política, querido amigo, para hacer amigos”, me dijo una tarde en su despacho. Y así fue hasta que llegó a la presidencia del gobierno. Con todos se fumaba un puro. Como me confesaba Xavier Trías, Rajoy era un tío estupendo: “es muy bueno para charlar, y quizá te invite a la comunión de sus hijos, y vas y le haces un regalo, pero luego llega la hora de sacarle algo y no le sacas nada”. Wert es otra cosa. Wert es culto, tiene un aire de tertuliano provocador y el engreimiento de quien se sabe por encima de la media. Pero ha aprendido a callar la boca, y ahora sale menos, aunque le intenten sacar de su casilla los manifestantes, que le llaman franquista aunque en la manifestación no haya casi nadie que hubiera conocido a Franco. Wert se quema por la educación. Algo que nunca hizo Rajoy, al que le gusta ver cómo otro se echan a la hoguera y arden, antes de que él sacuda la ceniza de su puro.

Adiós a Alfredo

Si hubiera trabajado en Hollywood, Alfredo tendría un óscar, o dos. Pero Landa era de la calle Zapatería, del corazón de Pamplona. Un paleto que vino a Madrid a buscarse la vida, a triunfar. Y ganó. Se ha marchado Landa y España está a vueltas con el landismo, aquel estilo de andar por la vida al que dio nombre nuestro actor. Y a uno se le ocurre que el manto del landismo no da para cubrir toda la carrera de Alfredo, ni mucho menos, porque Alfredo era sobre todo el de Los santos inocentes, o el de El bosque animado, un actor con una maleta de recursos más grande que la de Strasberg y su Actor’s Studio. De Landa, aparte de su capacidad para crear personajes de carne y hueso, siempre me sorprendió su habilidad para escapar de las guerras civiles entre los actores, porque él no era de ninguna banda, secta, o montería, sino más bien, como buen navarro, un lobo estepario, un ser a su aire, un incondicional de si mismo. Garci, con el que trabajó tanto, recuerda sus explosiones de carácter, que duraban unos minutos para volver luego a su ser: el simpático charlatán que te invitaba a un dry martini. Sus “dry” eran célebres. No tanto como los de Buñuel. Pero es que Landa, que era un actor grande, colosal, nunca cultivó el mito, sino que partió de una visión desacomplejada de sí mismo, que es lo que es el landismo, ni más ni menos que una forma de mirarnos sin pretensiones.

Jáuregui se queja

“O cambiamos o nos echan”, dice Jáuregui, y en el Psoe todos miran a Rubalcaba, que tiene todavía en la espalda el puñal que le ha clavado Miguel Sebastián esta semana, con una frase afilada, cortante, oxidada: “la única oposición la hace Esperanza Aguirre”. Cierto. Mientras Rubalcaba pide que se retiren los billetes de quinientos euros, Aguirre reclama una rebaja de impuestos para activar el consumo y animar la inversión. Y en el Psoe están incómodos con un Rubalcaba que tiene el control del partido, pero ha perdido la batalla, y se enroca con los suyos sin ganas de ceder el testigo, mientras el partido se hunde en las encuestas abrazado a un PP que aunque cae siempre le saca ventaja, a pesar de la que está cayendo. Que con los casos de Bárcenas y Gürtel, con la calle incendiado por los indignados y los manifestantes varios, con los recortes incesantes, el PP siga a diez o más puntos del PP es una herida terrible en un socialismo que no levanta cabeza, y que es consciente de que sufre una falta de liderazgo combinada con una ausencia de ideas letal. La frase de Jáuregui está pegada en la entrada de Ferraz, y Rubalcaba la tendrá que escuchar cada mañana hasta el día que se marche. Alfredo parece más partidario del “que nos echen”, que del marcharse. Pero ya se adivina en el horizonte una próxima legislatura en la que España se parecerá más a Italia que a otra cosa: un país ingobernable, con partidos en minifundio, y un sucederse de gobiernos sin mayoría que caen uno tras otro en las escalinatas de la Carrera de San Jerónimo.

Se va Constantino, la voz

Cierras los ojos y ves la faz redonda de Constantino, su voz, mayor que su cuerpo, encarnada en Schwarzeneger, en Eastwood. Llegó al doblaje por azar cuando alguien le llamó una tarde a la radio y le propuso hacer unas horas porque otro había fallado. Y se quedó. Lo suyo era doblar, y los concursos. En lo demás no tenía gancho, la verdad. Intentó ser estrella de la radio en RNE pero fracasó, porque quizá no tuvo buenos guionistas. Era una voz perfecta, mayor que su alma. Dios no da todos los talentos a una sola persona, y a Constantino le dio la capacidad de transmutarse, de vivir en otros personajes, de ser muchos más: contengo multitudes, que dijo el poeta Whitman. Y con ese don paseaba por el cine, la cara oculta, la voz en primer plano, como rey León, como el Darth Vader de la guerra. Se ha ido y nadie dice de qué. Llamo a un amigo de Barcelona y me dice que todos sabían que estaba enfermo, que se jubiló el día que lo supo, pero nadie sabía que estuviera en los últimos de sus días. Se ve que se ocultó del todo, que ni siquiera la voz quiso mostrar en este tramo final. La voz fue su camino a la eternidad, y ahí se quedará, en este país nuestro que hizo del doblaje un arte para gloria de Constantino.

Dalí, de nuestro tiempo

Mi pasatiempo es otear las colas, ver dónde se forman los tumultos. Estamos en días de indignación y protesta. Han vuelto algunos al kilómetro cero, como si todo regresara a aquellas jornadas de mayo, antes de las elecciones generales. Pero ya no es lo mismo. Las colas de verdad se forman en el Sofía, el “sofidú”, como lo bautizó Umbral, para ver a un Dalí que es artista del siglo pasado, aunque parece más propio de nuestro tiempo. Quizá por eso atrae a las multitudes, porque es el comienzo de una arte que se tornó en circo, en humorada, en provocación sin sentido, en puro aparecer con un aspecto llamativo, juguetón y vacío. Dalí triunfa en Madrid un siglo después de su nacimiento, cuando ni siquiera soñaba con acercarse a la colina de los chopos, y compartir días con Buñuel y Lorca. Dalí, un hombre del XXI nacido un siglo antes.
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