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Dos Repúblicas y muchos espadones (y 3)

jueves 02 de octubre de 2014, 12:47h
El 13 de abril de 1931 el almirante Juan Bautista Aznar, que apenas lleva dos meses al frente del gobierno tras sustituir a Berenguer, se dirige a palacio para informar al Rey de los resultados de las elecciones municipales que se han celebrado el día anterior en toda España. Se detiene para hablar con los periodistas y resume en una frase lo que ha pasado y lo que va a pasar: " España se ha acostado monárquica y se ha levantado republicana ".

No estaba en el guión del monarca que había aceptado redactar una nueva Constitución cuando se celebraran elecciones generales en otoño y hubiera un renovado Parlamento, pero la velocidad del cambio que exigían los españoles no era la que deseaba Alfonso XIII. Creía tener tiempo, capacidad de maniobra, autoridad sobre la sociedad y sobre todo sobre el Ejército y se encontró con que uno tras otro todos los estamentos del estado le dieron la espalda.

Veintidós mil ciento cincuenta concejales declarados monárquicos no pudieron para a los 5.875 declarados republicanos, con otros 50.000 difíciles de clasificar por el caciquismo imperante en las zonas rurales. Lo que importaba era lo que había ocurrido en las ciudades, en las capitales de provincia y en ellas los deseos de cambio, de sustituir un régimen que se mostraba incapaz de resolver los problemas del país, por otro que suscitaba todas las esperanzas con el lejano recuerdo de lo sucedido cincuenta años antes. Así lo entendió el almirante y así lo entendió el rey, abandonado por todos, incluso por los dirigentes del partido monárquico a los que había defraudado con sus nombramientos de militares para dirigir a la nación tras su " aceptación" del golpe de estado de Primo de Rivera.

Si los liberales de Sagasta y los conservadores de Cánovas habían pervertido el sistema parlamentario con sus acuerdos de alternancia en el poder durante la regencia, ahora serán otros los que tomen las iniciativas políticas, desde la izquierda socialista de Pablo Iglesias, Julián Besteiro, Manuel Azaña e Indalecio Prieto; a la derecha liberal y republicana de Miguel Maura y Niceto Alcalá Zamora. Sin olvidar al pujante Partido Comunista que dirigía José Díaz y que tendrá un papel protagonista según avance la República y sobre todo cuando estalle la guerra civil.

Si el Comité que se crea en octubre de 1930, tras la " cumbre" política de agosto en San Sebastián a la que asisten representantes de todas las corrientes políticas entre los que sobresalen Alejandro Lerroux, Santiago Casares, Manuel Azaña, Jaume Aiguador, Eduardo Ortega y Gasset y Niceto Alcalá Zamora, fracasa en su intento de sublevación militar acompañado de huelga general previstos ambos para mediados de diciembre, las razones que habían llevado a los conspiradores a querer desalojar al rey por la fuerza, permanecieron e incluso aumentaron con la errónea respuesta del poder: detención de los dirigentes que no pudieron exiliarse y fusilamiento de los dos únicos militares que se sublevaron en Jaca, los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, convertidos para el pueblo en mártires de la libertad.

La frase de José Ortega y Gasset en su articulo de noviembre sobre Berenguer, emulando la que siglos antes pronunciara el romano Caton tras la victoria sobre los cartagineses se convirtió en el epitafio de Alfonso XIII : " Delenda est Monarchia". Sus nueve palabras finales fueron el retrato con el que se encontró el rey esa mañana en la que toda reacción de cambio era ya imposible: " el régimen sigue solitario, acordonado, como leproso en lazareto". Una frase que se mantendría válida hasta nuestros días en episodios y situaciones de gobierno, tanto en la dictadura del general Franco como en la monarquía parlamentaria de Juan Carlos I, en los que el poder aparece ante los ojos del pueblo exactamente como un leproso al que nadie quisiera acercarse.

Situación de 2013 en la que las estructuras del estado se resisten y crujen como las cuadernas de los barcos en plena tormenta y cuando más falta hace que en el puente de mando haya un capitán con la decisión suficiente para tomar el timón y encarar las olas de esa tormenta perfecta, asumiendo el riesgo de equivocarse, pero sabiendo que la inacción es la peor de las decisiones. Sería trágico que los errores de todo tipo que se dieron en 1931 y en los años anteriores se repitieran como una mueca que la historia nos dedicara a los españoles.

El 28 de junio se celebraron elecciones a Cortés Constituyentes. Se eligieron 470 diputados, con el Partido Socialista como fuerza más votada con 115 escaños. España contaba con 25 millones de habitantes, poco más de la mitad de los que somos en este comienzo de milenio. Los errores de la I República se van a repetir y multiplicar en un contexto nacional e internacional que presagiaba lo que iba a ser la II Guerra Mundial tras la debacle financiera de 1929. No había mucho margen de maniobra y todos se empeñaron en que esa " segunda vez" fracasara. Y fracasó. El 10 de agosto de 1932, tras ser destituido como director de la Guardia Civil, el general Sanjurjo, que se había mostrado fiel a Miguel Maura, se levantó en armas. Tardaría cuatro años en intentarlo de nuevo y triunfar tras casi tres años de sangre entre españoles.

Alfonso XIII se exilió desde la Cartagena que se había declarado independiente y cantonal cincuenta años antes para morir en Roma con 55 años y viendo como el general del que había sido padrino en su boda se quedaba con el poder y no daba señal alguna de querer dejarlo. Tendría que esperar a la muerte del Generalísimo, la subida al trono de su nieto y la recuperación de la democracia parlamentarias para volver a su país y que sus restos fueran depositados en el Panteón de los Reyes en el monasterio de El Escorial. Un año más tarde tal vez su espíritu echó la vista atrás al contemplar como otros generales intentaban un golpe de estado y era el Rey, esta ve sí, el que se oponía al intento y lo hacia fracasar.