Cañizares no es candidato
Revolución Ratzinger
El papado ya no es lo que era. De un plumazo, con la renuncia pronunciada en latín, en público, en libertad, el Papa ha cumplido con el canon que establece que todo acto de abandono debe ser tan libre que bordea el anarquismo. En el Vaticano no se admiten presiones para dejar de cumplir el mandato del Cónclave, la elección, dicen, por el Espíritu Santo, del sucesor de Pedro. Y sin embargo se establece la sospecha de que la curia vaticana habría acabado por provocar la rendición del Papa alemán. El día que le eligieron yo estaba en la plaza de San Pedro, y escuché a un vaticanista esta frase: “ahora se van a enterar estos de la Curia, les va a poner firmes, les va a obligar a trabajar y a dejarse de conspiraciones”. Y sin embargo, ya ven. Hasta un Papa puede fracasar al poner en orden la casa. Esto último lo diría un gallego como Rajoy. Lo cierto es que a partir de ahora el papado será no un cargo vitalicio, sino un cargo con final, con jubilación, con renuncia, o abandono. El día que el Papa se sienta sin fuerzas para llevar la carga, se podrá retirar, “lejos del mundo”, pero muy cerca de la silla de Pedro, en un convento de clausura dentro de los límites de la Ciudad de Dios.
Rajoy y el control
Es temprano, y Rajoy ya está dando mamporros en el Congreso, ahora de obras, con la fachada y los leones tapada por andamios. En España no se hacen obras, solo se hacen reformas, o como vulgarmente se conocen, “unas ñapas”, “unas chapuzas”. Mientras, en el interior de la cámara se estila aquello de “y tu más”, y así no salimos de dudas sobre las cuentas de Bárcenas, ni sobre los Eres, ni sobre nada. No hay limpieza porque no hay ganas de hacerla, y Rajoy ya solo confía en la leve memoria de los españoles, en que la recuperación económica ayude a diluir estos tiempos aciagos en los que nadie cree a nadie, nadie se fía de nada, y todos se espían, los unos a los otros. En casa de Rajoy ya solo tienen una fecha que les preocupe. Andan contando los días para saber hasta cuándo puede aguantar todo esto sin una revuelta social que ocupe la calle de forma irreversible.
Arturo y la cacería
Tiene Arturo Fernández una galería de tiro en Cantoblanco. De sus paredes cuelgan piezas de caza mayor y algunos retratos con el Rey, con Esperanza Aguirre, con Aznar, con Zapatero, con todos. Arturo Fernández era hasta ahora un hombre por encima de las peleas, el empresario que había crecido “preparando cafés”, y dando de comer a miles de madrileños todos los días. Pero ahora la pieza de caza a la que persiguen es a él. Todo empezó el día que el diario de la progresía aireó sus deudas con la seguridad social y le regaló una foto en la que aparecía acompañado de Gerardo Díaz Ferrán, hoy en prisión. Le sacaron a Arturo las cuentas, que es como sacar la navaja, a pesar de que el diario que las publicaba debe mucho más. Luego le han venido con una denuncia por pagar en dinero negro, y ya estaba Tomás Gómez con la cantinela de que le tienen que quitar a Arturo las concesiones. Aquí te sacan en el periódico y ya están pidiendo la guillotina, haya o no investigación que avale la denuncia. Estamos en tiempos de demagogia, que es cuando los que tienen alma de dictador salen a cazar. Y solo van a por caza mayor.
Muñoz Molina y la memoria
Vuelve Muñoz Molina, que fue director del Cervantes en Nueva York, antes de que Cafarell llegara con sus nombramientos tipo Amy Martin para Suecia, gran descubrimiento para la gestión de la cultura. Y vuelve Muñoz con un libro en el que parece haber recuperado la memoria. En uno de los pasajes de “Todo lo que era sólido” habla de Zapatero, de una visita a la Moncloa. ZP les enseñó sus salas, y al llegar a la del consejo de ministros, mientras acariciaba el cuero de su sillón presidencial le dijo: “aquí es donde de verdad se siente el poder”. Esa tontería obvia la cita Muñoz como prueba de la superficialidad rigurosa de un presidente que no estaba preparado ni para dirigir una comunidad de vecinos. También les dijo en aquella sesión, a Muñoz y a otros delegados del Cervantes, que no se preocuparan, que en la caja había dinero y que iba a haber mucho más porque España iba como un tiro. Lo dice Muñoz en prueba de la clarividencia de Zapatero. Lo dice ahora, que ha recuperado la memoria.
Diego Torres, el notario
Y es que estamos en un tiempo en el que todo el mundo llega tarde. Unos por prudencia, otros por cálculo. Diego Torres, el socio de Urdangarín, un chico de esos de escuela de negocios que le pusieron al duque para que completara su falta de formación, se presenta ante el juez con una colección de correos. El resumen, dice Diego, es que el Rey estaba al tanto de los negocios de su yerno. ¡Y tanto! Como que le dijo en varias ocasiones que dejara de pasar facturas, pero Urdangarín y Torres le habían cogido gusto al dinero fácil: iban a un ayuntamiento, proponían un congreso y les caía la pasta. Así le coge gusto al dinero cualquiera. Los correos los leeremos en la prensa, porque aquí los juzgados funcionan como una oficina de filtraciones, y el concepto de intimidad ya no existe. Diego y sus correos aparecen como una nueva amenaza contra la monarquía. La Casa Real dice, después de la deposición del individuo, que no ha caído “una bomba atómica”. Quizá no, pero esta guerra la van perdiendo con pequeñas explosiones, desde hace mucho tiempo.
Candela Peña y la sanidad
Cualquier extranjero que se tome en serio a Candela Peña desmentirá a Rajoy, cuando escribió en un SMS aquello de que “no somos Uganda”. Ahora ha venido la salada de Candela a desmentirle. Somos un país sin mantas en los hospitales. Seguro que ha sido Bárcenas, dirán. Candela se agarró al Goya antes de pronunciar estas palabras. El Goya parece que da seguridad para montar una buena, como si fuera el 2 de mayo contra el francés. El gabacho era esta vez el ministro Wert, que asistía a la gala, es decir que era el encargado de recibir las tortas. Lo que no dijo Candela es que su padre murió hace tres años. O sea que si en aquella época los hospitales no tenían mantas ni había agua para dar de beber al enfermo, es que la culpa la tenía Zapatero y Leire Pajín, que fue ministra, aunque nadie se acuerde ya de ella. Pero en la época de ZP no se escuchó ninguna queja contra la sanidad que no tenía mantas ni agua. Se escuchan ahora. Y es que se lo he dicho a ustedes: estamos en un país en el que todos llegan tarde, con años de retraso.
Cañizares no es candidato
En Toledo le llaman “su menudencia”, por su tamaño, que tiene una relación inversamente proporcional con su poder. Don Antonio Cañizares, el cardenal, dice no ser candidato a la elección como Pontífice. No se siente en el papel. Conoce sus limitaciones: no habla idiomas, tiene una salud delicada, y le falta el perfil mediático que necesita el Papa que buscará el próximo cónclave, que será alguien más parecido a Woytila que a Ratzinger en su capacidad de comunicación en su apertura personal a los medios de comunicación. Cañizares tiene puesta la vista en España. Quiere volver a casa, y solo su “adversario” Rouco le impide ese regreso. Si Rouco no deja Madrid, don Antonio se irá a Valencia o a Sevilla. Pero no renuncia Cañizares a la capital, donde sabe que tendrá influencia política, que es lo que le gusta, y a lo que aspira.