ANA BOTELLA

ANA BOTELLA
Recuerdo que su primer acto como alcaldesa fue la inauguración de un puente en Aravaca: un puente reformado que salva la vía del tren, en la carretera de Húmera. Fue su primera cinta. Pronunció sus primeras palabras como alcaldesa. Ignoro si alguien le da clases de dicción y respiración. Se nota que ha mejorado. En el inicio titubeaba, la voz temblorosa, insegura. Contrasta en ella una firmeza interior sólida y rocosa, envuelta en una apariencia de fragilidad. No lo tiene fácil. Debe sacudirse la tutela de su marido, siempre recordado en los plenos por la oposición, tan solícita, y ahuyentar la sombra de Gallardón, alcalde que deja una herencia de viales modernos en una ciudad rápida pero arruinada. Botella está buscando su sitio pero no termina de encontrarlo. Las obras que puede inaugurar deben ser modestas, por mandato del presupuesto, de naturaleza casi naif. ¿Cuándo podrá ella dar una gran buena noticia? Ya sabemos que un alcalde que no haga “cosas” no vale y no se aprecia. Encerrada en ese mundo, su reto es buscar un discurso propio y un programa auténtico. De momento su tránsito es gris, sin textura.
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