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Memorias de un testigo incómodo

Por Rafael Gómez Parra
General Monzón: La Transición se hizo desde el franquismo, dirigida por los norteamericanos
El general Manuel Fernández Monzón fue uno de aquellos generales franquistas que después de colaborar activamente, primero en su consolidación, luego en su permanencia durante cerca de 40 años y más tarde en su transición hacia la democracia, vieron como la historia les pasaba por encima y se quedaban aislados a pesar de todos sus esfuerzos por ser querido y que alguien les dijera: “¡qué bien lo ha hecho usted! Tiene que ser muy duro “estar en la pomada” de lo que estaba cociendo dentro de la propia dictadura durante veinte años y al final verse apartado de todo. Curiosamente entre los amigos y compañeros de algunas de sus actuaciones, el general Monzón cita a otros dos personajes, en este caso civiles, a los que les ocurrió lo mismo, los financieros Alfonso Fierro, fundador de un imperio de todo tipo de electrodomésticos, entre otras muchas cosas, y Rafael Pérez Escolar, el hombre de la banca franquista en el liberal “Informaciones” de los años 70, barridos también por los nuevos banqueros que irrumpieron con fuerza en la transición sin apenas haber hecho nada: Emilio Botín, Mario Conde, etc. Solo cuando ya ha quedado desterrado tanto de la vida militar como de la social, el general Monzón ha conseguido repensar y analizar toda su vida, lo que ha podido ver la luz en un libro (“Una vida revuelta, memorias de un general singular”, Editorial Península), gracias a la colaboración de un periodista como Alfredo Grimaldos, que ha sido capaz de actuar también como confesor y como psiquiatra y que debería ser de obligada lectura para todo el que quiera entender algunas claves de la transición del franquismo. Empieza la historia con la visión que Monzón tuvo del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 –uno de los 400 golpes que, según dice el general, se prepararon o se pensaron por lo menos en aquella época- y que la fina pluma de Grimaldos convierte en un auténtico sainete donde al final lo importante es la actuación de los personajes: Armada, Tejero, Miláns del Bosch, etc, sin que al acabar de leerlo nadie quiera ya acordarse del por qué del golpe o de su desenlace. Todo más propio de una película de los hermanos Marx. Monzón “intuye” , en todo el galimatías que pudo presenciar personalmente en el Congreso y en el Estado Mayor de la Defensa, que el golpe iba contra Adolfo Suárez, pero que al dimitir éste todo quedó sin sentido por parte de unos generales que habían interpretado demasiado linealmente una frase del Rey: “quiero que me ayudéis”. Al final, el único que siguió erre que erre con su proyecto fue Tejero con unos guardias civiles que no sabían ni a donde iban. Mozón, en pleno sainete, se pregunta por qué el general Alfonso Armada, que era el hombre clave del golpe no hizo nada a pesar de quedarse sólo en el Estado Mayor de la Defensa. Monzón, que cree que la Embajada norteamericana estaba al tanto del 23-F, dice: “No se qué pensaban hacer al día siguiente, si hubiera triunfado el golpe, ¿Una junta militar dirigiendo un país europeo como España en 1981? Lo que si sabe es que el Rey aprovechó la ocasión para mejorar la imagen propia y de la Monarquía. Desternillantes también las instrucciones que recibió para acudir a una llamada personal de Franco en El Pardo, que quería preguntarle por el ministro de Exteriores marroquí, que había sido compañero de Monzón en un curso en el extranjero: “No hable sin que le pregunte el Generalísimo. No haga ningún comentario”. Y su apostilla “solo me faltaba haber entrado de rodillas”. De toda la confesión que hace de su vida Monzón a Grimaldos lo más importante, es, sin embargo, su visión de cómo se fue fraguando desde dentro la reforma del franquismo, en los últimos años del dictador, que él vivió en primera persona y partiendo de tres premisas fundamentales para entender la historia: 1/ fueron los propios franquistas los que dirigieron la reforma, lo que provocó el enfrentamiento de los reformistas con el búnker de Arias Navarro, Girón Solís, etc, que tuvieron que ser “”ablandados” con algunos chantajes que Monzón relata con mucha precisión. 2/ fueron los franquistas, con la ayuda de los norteamericanos, los que escogieron a los demócratas que iban a ser admitidos en esa reforma, lo que hizo que Willy Brandt apoyase a Felipe González frente a Rodolfo Llopis, o que Tamames fuera un comunista bien visto. En general, Monzón señala que una condición es que los demócratas hubieran vivido en España porque eran más maleables. 3/ La ampliación de la reforma al Partido Comunista de Carrillo hizo que muchos franquistas que ser habían unido al proyecto, especialmente los militares, optaran por desvincularse e incluso de oponerse. Así surge la chispa que en los próximos años, desde 1979 a 1981, a los 400 golpes de los que habla Monzón y que puso por escrito a los ministros del Gobierno de Adolfo Suárez. Importante es también la forma en que personajes como Jesús Polanco, Juan Luis Cebrián, fundadores de El País, el periódico de los franquistas que hacen la transición, Pío Cabanillas, etc, que asistían con él a las clases magistrales que daba Manuel Fraga en la asociación creada como motor de la reforma franquista, “Promesa”, acabaron echándole de la vida pública como un testigo molesto que había visto demasiadas cosas y que por su incontinencia verbal- que él mismo reconoce- podía acabar siendo peligroso. Hasta Luis María Anson que le había tenido como articulista estrella durante su etapa de ABC le retiró la palabra. De prometerle la dirección de la agencia de espionaje española en 1982, Cesid (ahora CNI), acabó teniendo que volver a los cuarteles y al pasar a la reserva tuvo que acogerse a la protección del alcalde de Madrid, José María Alvarez del Manzano, que le nombró jefe de la Policía Local de Madrid, donde acabó muy desilusionado en 1996, abandonado por aquellos personajes de la Transición a los que tan bien había servido. Pedro J Ramírez en El Mundo, Juan Luis Cebrián a través de El País y en general todos los periodistas de la Transición que habían recibido su ayuda le laminaron con la publicación de unas cartas personales donde daba su particular versión de personajes como Esperanza Aguirre: “radical-derechista-insoportable". Su impresión de haber sido literalmente tirado del tren de la reforma del franquismo todavía le duele: “…cuando Franco murió y yo me vi implicado en todas estas historias de la Transición…, para mucho de mis compañeros era rojo, dicho en términos simplistas. Luego, sin embargo, pasan los años, tu no te mueves, pero lo hace la sociedad, de tal manera que, por ejemplo, cuando me hicieron en 1992 jefe de la Policía Municipal de Madrid, yo aparecía ya como un ultraconservador”. Su destino final político coincide además con la caída de Mario Conde en el Banesto, que arrastra con él al amigo de Monzón, Rafael Pérez Escolar que también había pasado de ser un firme apoyo de los franquistas reformistas en la década de lo 70 desde su puesto de secretario y consejero de Banesto- hizo parte del discurso del Reyen su investidura en 1975-, a militar prácticamente en la extrema derecha y fundar el partido “Solución Independiente”, con el que tuvo que competir Aznar en Castilla y León durante la década de los 80. Y el colofón final del general Monzón es haber sido “despedido” de las tertulias de Intereconomía –donde era un de sus estrellas invitadas- después de leer su confesión de vasco acérrimo y de defender el derecho de autodeterminación de Vizcaya y de Guipúzcoa (“lo del País Vasco fue un invento de Sabino Arana”), así como de su apoyo a la negociación con ETA. De hecho, de la única persona que habla mal Monzón en su biografía es del ex ministro de Interior Jaime Mayor Oreja, que se opone a cualquier tipo de acuerdo y al que incluye entre “las personas que viven muy bien contra ETA”. En las últimas elecciones municipales se presentó a la Alcaldía de Madrid como candidato del Partido de los Mayores y Autónomos, y es presidente del Consejo de Personas Mayores donde coincidió con otros artífices de la transición relegados por sus propios compañeros como Marcelino Camacho, ex secretario general de CC.OO., o el ex alcalde de Madrid José Luis Alvarez que era la promesa blanca de la Democracia Cristiana a la muerte de Franco.