Las nuevas caras que vienen
Asisto, en el Congreso de los Diputados, al que puede ser el penúltimo pleno de control al Gobierno de esta Legislatura. Dependerá de si Rajoy quiere convocar elecciones el 13 o el 20 de diciembre. En el primer caso, me dicen que ahora el más factible, tendría que convocar la sesión plenaria de aprobación de los Presupuestos el 19 de octubre. Y llamar a elecciones inmediatamente a continuación, probablemente disolviendo las cámaras legislativas (un informe de la Abogacía del Estado aventura que no sería imprescindible dar este paso al tiempo que la convocatoria, pero el tema está sujeto a intenso debate jurídico).
En cualquier caso, asistimos a la extinción de la X Legislatura y a los primeros pasos hacia la próxima, que se anuncia como la de los grandes cambios legislativos, incluyendo en ellos a la Constitución, y otros muchos de índole política.
Pienso que este miércoles, mientras Rajoy y Sánchez se sacudían dialécticamente desde sus escaños, entre los diputados reinaba un espíritu como de adiós a una era. La mayor parte de ellos no repetirá: tanto en el grupo parlamentario Popular como en el socialista habrá muchos relevos –y bastantes menos escaños en ambos grupos, por cierto--, varios rostros ‘veteranos’ no volverán por allí –ni Rosa Díez, ni, probablemente, Duran i Lleida, ni Cayo Lara…-- y tendremos, en cambio, muchos rostros nuevos de las formaciones ‘emergentes’, Ciudadanos y Podemos.
Estas caras nuevas no son un símbolo de mero rejuvenecimiento de la clase política, o, al menos, de la parlamentaria (la otra, la de los ayuntamientos y gobiernos autonómicos, ya ha quedado renovada): significan que entra savia nueva al poder que Montesquieu definía como el decisivo para calibrar la calidad democrática de un Estado. ¿Sabrá responder el poder Legislativo a los retos 2016-2018 (porque no creo que la próxima Legislatura dure los cuatro años previstos)?
Lo ignoro. Sí constataré, como anotación final de mis paseos por la Cámara Baja, que a una mayoría de los diputados les ha parecido un error que Rajoy no hiciese coincidir las elecciones generales con las autonómicas catalanas. O incluso, haber anticipado más aún las generales, convocándolas junto con las andaluzas, por ejemplo. Eso le hubiese ahorrado al PP muchos disgustos, revolcones electorales previos a los comicios generales y, al conjunto de los españoles, las incertidumbres provocadas por casi tres meses sin poder celebrar plenos en Congreso y Senado –porque las cámaras estarán disueltas desde finales de octubre hasta, previsiblemente, casi finales de enero. Lo que pueda ocurrir en esos tres meses, con el Parlament catalán (¡y qué Parlament!) en pleno funcionamiento, es una mera hipótesis de trabajo. Pero no es, en cualquier caso, nada alentadora.
Así que este era el panorama visto desde el puente de los pasillos de las Cortes, a los que tanto Rajoy como Sánchez salían este miércoles para hacer declaraciones de mero compromiso a los periodistas. Seguro que, en la próxima Legislatura, también desde ese ámbito van a cambiar muchas cosas: acabará el no solo no mirrar, sino ni siquiera ver, a los informadores que se acercan a Sus Señorías micrófono en mano, confiando en poder realizar el trabajo por el que les pagan. Confiemos.