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De aquellos fastos a estos lodos
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De aquellos fastos a estos lodos

miércoles 26 de julio de 2017, 08:33h

A las diez y dos minutos de la noche del 25 de julio de 1992 los ojos de la Infanta Elena se llenaron de lágrima. Su hermano, el entonces Príncipe de Asturias y hoy Rey Felipe VI, entraba en el estadio Olímpico Lluís Companys al frente de la delegación de atletas españoles en medio de una atronadora ovación. Hace 25 años España se convirtió en el centro del mundo. El 20 de abril se había inaugurado la Exposición Universal de Sevilla y ese día comenzaba la XXV Olimpiada en Barcelona.

Nuestro país aparentaba ser el mejor pero el "cancer" de una de las crisis políticas y económicas más graves ya afectaba a todo el sistema. El presidente del Gobierno y líder indiscutibles del PSOE, Felipe González, le había dicho al Rey Juan Carlos que quería retirarse y dejar al frente del Ejecutivo a su número dos, Narcís Serra, que había alcanzado ese lugar tras la dimisión un año antes de Alfonso Guerra evidenciando la ruptura traumática del duo que había llevado al socialismo al poder. Al ex ministro de Defensa y ex alcalde de Barcelona le acompañaría como vicepresidente el entonces presidente de Castilla la Mancha, José Bono.

Tras aquellos fastos vinieron los lodos de la grave crisis económica que enterraría empresas y empleos hasta un lustro más tarde, de los escándalos del GAL, de la fuga de Roldán, de las corruptelas de Filesa, Malesa y Time Sport, del BOE...Felipe González, por consejo del Rey, tuvo que dar marcha atrás en sus planes y se olvidó de dimitir. España estaba mal, el PSOE estaba mal y la presión que ejercían desde la derecha, José María Aznar, y desde la izquierda, Julio Anguita, hacían presagiar una debacle para el partido del gobierno.

Los 25 años que han pasado desde aquellos días triunfales nos permiten ver que muy poco hay de nuevo bajo el sol. Pese a los escándalos y la crisis económica González volvió a ganar en junio de 1993 con un millón de votos de ventaja y 18 escaños sobre el PP de Aznar, que se tuvo que conformar con 147 pese a las acusaciones de tongo que lanzó el incombustible Javier Arenas. En aquellos días Mariano Rajoy era un parlamentario por Pontevedra, que había aterrizado en Madrid de la mano de Manuel Fraga y José Manuel Romay Beccaría, y al que Aznar convirtió años más tarde en su sucesor.

Todo parecía indicar, al igual que en 1993, que las sucesivas acusaciones y sumarios sobre las corrupciones de dirigentes del Partido Popular iban a destronar a Rajoy del palacio de La Moncloa. No ha sido así y por dos veces seguidos el presidente en funciones ha ganado dos cintas con las urnas, por la mínima pero ha ganado frente a una oposición dividida en casi dos mitades y unos nacionalismos que se enfrentan a un difícil futuro si plantean "salirse" de España, sobre todo en Cataluña.

Al igual que Felipe González, José María Aznar tuvo en Rodrigo Rato a su sucesor, pero eligió mejor que el líder socialista. Narcís Serra se diluyó en la política hasta desembocar al frente de Caixa Catalunya, bajo el fuego cruzado de "compañeros" tan fuertes y agresivos como Juan Alberto Belloch, el doblemente ministro de Justicia e Interior que ya supo como emplear a los comisarios de policía desde dentro y desde fuera para conocer de primera mano los movimientos de sus adversarios.

El Rey Juan Carlos, bien aconsejando por su mano derecha, Sabino Fernández Campo, sintió que no podía prescindir de González en aquellos momentos. Sus relaciones con el PP de Aznar no eran buenas y las tensiones políticas, económicas y sociales eran tan fuertes que podían dinamitar lo conseguido desde 1977. Hoy, el Rey Felipe, igualmente aconsejado por Jaime Alfonsín, tiene ante sí la tarea de encauzar las tensiones de todo tipo que azotan a esta España tan nuestra. Han cambiado los tiempos pero las circunstancias se parecen por la herencia recibida. Los fastos de aquellos 25 años transcurridos han hecho posible estos lodos en los que se mueve la clase política. Es malo el triunfalismo y aún peor la mala administración de los triunfos concebidos para la inmediatez y no para que sirven de base a un futuro consensuado y como sana herencia de nuevas generaciones.

González tuvo que declarar como testigo ante un tribunal tras salir del gobierno. Lo que se juzgaba era mucho más grave que las dudas sobre la tesorería y las finanzas de un partido. Rajoy tiene dos citas, una con el tribunal en la Audiencia Nacional, otra en el Congreso de los Diputados. Los tiempos han cambiado y el oleaje de la superficie no permite ver que las corrientes subterráneas que atraviesan la vida pública de este país son las mismas.