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Un nuevo “contrato social” para evitar la eutanasia social
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Un nuevo “contrato social” para evitar la eutanasia social

miércoles 20 de mayo de 2020, 18:51h
La pandemia va a alumbrar un nuevo mundo. De todos en general y muy en particular de la clase política deberíamos esperar que se basara en dos principios que ya son bicentenarios: la igualdasd y la libertad. En España, igual que en el resto de los países, se va a necesitar un nuevo “contrato social” que sirva para cambiar la relación entre las distintas clases de pobres y las distintas clases de ricos. La creación de trabajo es la única forma de superar la ”eutanasia social” que se ha producido.

Entre los 500.000 millones de euros en subvenciones que proponen Merkel y Macron y los dos billones que aprobó el Parlamento europeo para salir de la crisis está la clave para la salvación económica y política de la Unión Europea como “Nación de Naciones”. Y sin la ayuda europea España no tiene capacidad para salir del enorme agujero de la crisis por sí misma.

El gran desafío del siglo XXI ya existía antes de que el Covid 19 inundara el mundo, con o sin ayuda experimental humana. Si durante cien años el motor económico se basaba en el principio de que los “trabajadores” vendían su fuerza de trabajo al capital y recibían la recompensa en forma de salario, la tecnología y la enorme capacidad de producción en casi cualquier lugar del mundo ha hecho que lo verdaderamente importante no sea producir, que lo que necesitan las sociedades es que se consuman los productos que llegan de forma masiva a sus tentadores escaparates. Ofertas para ricos y ofertas para pobres pero unos y otros encadenados al consumo.

Sin consumo no hay competencia, no se producen los estímulos necesarios entre estados, empresas y ciudadanos. El consumo, en todas sus variantes, produce diferencias e injusticias, pero es el motor del desarrollo. Sin él se pueden producir miles de vehículos al día, millones de zapatos o camisetas, se pueden ofrecer viajes de ensueño y casas al alcance de todos los bolsillos, pero si no existen consumidores todo el andamiaje productivo se convertira en un enorme almacen de envejecimiento.

La pandemia del coronavirus ha acelerado el proceso de “reparto básico de la riqueza” sin el que el consumo o los consumos desaparecerían. Un reparto que tiene que basarse en la creación de trabajo para la mayor parte de la población y de unos fondos de ayuda para esa parte de la sociedad que siempre y en todas las circunstancias va a ser marginal. Con remuneración equitativa y justa del trabajo y con ayudas sociales se mantendrá el consumo, la pieza maestra de la sociedad del siglo XXI.

El Covid19 es una plaga que va arrojar una cifra de muertos, en el mundo que es capaz de contar y no sólo enterrar, de varios millones de ciudadanos, que van a tener un punto en común: la mayoría de ellos eran pobres. En distintos niveles y grados de pobreza y necesidad, pero pobres. Pobres del primer mundo y pobres del tercer o cuarto mundo. Pobres y viejos. Una eutanasia social que coloca en la gran pantalla del siglo XXI las enormes injusticias entre las que vivimos.

Hemos visto zanjas para amontonar cadáveres en Brasil, pero también las hemos visto en una de las islas de Nueva York. Es lo que une a los más desheredados cuando una guerra - y el

Covid19 es el enemigo en este conflicto - arrasa con sus refugios del día a día. Un enemigo que se ha escondido por su propia debilidad y por su propia necesidad: está programado, como todos los seres vivos, para vivir. Y necesita “huéspedes” para ello. Nosotros, los humanos, somos sus obligados anfitriones.

Nos dicen los expertos virólogos nque conocemos el 93 por ciento de sus características y que, lo que le ha hecho y lo hace tan peligroso, si vuelve lo podrá hacer con la misma virulencia aunque sus efectos sobre una población más preparada frente al invasor sean menos dañinos.

Lo que siempere ha quedado tras una gran guerra es un paisaje de devastación social y económica. Igual que va a pasar ahora. Dependerá de nosotros o mejor dicho de nuestros políticos, en primer lugar, y de su capacidad de pensar en el todo en lugar de en la parte que más les afecta que la reconstrucción económica se base en opciones de futuro y un nuevo “Contrato social”, o que mantegamos los principios y estructuras que, en definitiva, nos ha llevado al desastre.

Hace doscientos cincuenta años que Jean Jacques Rousseau puso las bases de ese contrato que debía regir las bases de un estado en el que las relaciones de los ciudadanos estuvieran basadas en la igualdad y en la libertad. Se han hecho muchas revoluciones desde aquella primera que terminó con la Monarquía de los Capetos en Francia. Todas han terminado sin igualdad y sin libertad, al margen del color que utilizaran sus dirigentes para convencer a sus pueblos. Digamos con esperanza que éste desastre debería ser el último que perdamos para llegar a cumplir esos dos principios, pero viendo lo que ya está pasando en España hay más datos para el pesimismo que para lo contrario.